Prosigue en este domingo el tema de la vocación y la misión de algunos miembros del pueblo de Dios, elegidos como instrumentos suyos para comunicar su palabra de salvación. Esta es la misión del profeta Amós, descrita en la primera lectura, o la misión de los apóstoles, enviados por Jesús a predicar el Evangelio, como relata San Marcos.

Y a la vez, con qué claridad el apóstol Pablo nos exhorta, una vez más en este domingo, al dirigirse a los de Éfeso, sobre nuestra propia santidad, cuando afirma: Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor... (1,4).

El Padre Manuel Iglesias, sacerdote jesuita publicó hace un año -en la B.A.C.- un Nuevo Testamento, desde la versión crítica sobre el texto original griego. En sus enjundiosos comentarios afirma sobre este pasaje:

El misterio de la voluntad de Dios, el plan divino de salvación, está descrito en este párrafo rebosante, que avanza sin detenerse ni dar respiro al lector, con frases encadenadas unas con otras en tres oleadas sucesivas. Los tres momentos principales de ese misterio son: la elección desde toda la eternidad, por pura iniciativa divina (vs.4-6); la realización: con su sangre, Cristo nos redimió, y por su revelación llegamos a conocer este proyecto divino (vs.7-10); y la aplicación concreta de ese misterio a judíos y gentiles (vs.11-14)

Para que fuésemos santos e irreprochables... Él nos eligió en la persona de Cristo... O, como escuchado en el evangelio de hoy, sabernos enviados por Jesús: Los llamó y los fue enviando...

En este día, una vez más, la Iglesia nos expone la necesidad de vivir una vida distinta, una vida de entrega; de vivir no de cualquier manera, sino con amor. El Apóstol no nos dice que somos llamados a este camino de cualquier modo, que podemos presentarnos de cualquier forma ante el Señor. Estamos llamados a una santidad, a ser irreprochables, a ser, como María, inmaculados.

Las dificultades, la debilidad, el pecado, nuestros proyectos que quieren imponerse muchas veces a la voluntad de Dios son manifiestos. Pero no menos manifiesto -al revés, se nos presenta de forma constante- es el amor de Cristo, que nos llena, que nos invade si nos acercamos a Él, si buscamos vivir en Él, si escuchamos las recomendaciones que no son solo para los apóstoles, para los sacerdotes, para los consagrados; que son para todos. El amor de Cristo nos llena si vamos a buscar al hermano y le hablamos de Dios, si le dejamos a Él guiarnos por su Espíritu, si quitamos tanto como sobra... Jesús nos habla de no llevar nada: ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja, ni sandalias... ¡lo puesto! Con Él, revestidos de Él. Y así es como nosotros podemos salir al encuentro del hermano. Porque no llevamos nuestra autoridad, no llevamos nuestra mochila repleta de cosas; le llevamos a Él, entregamos su Palabra y convencemos a los demás de vivir esta vida de amor, de ser profundamente fieles a Jesús.

Ya lo hemos recordado en días anteriores: este tiempo se nos ofrece como propicio para acercarnos más a Jesús, para buscar una lectura que nos comprometa, que nos invada por dentro, para acercarnos a la Sagrada Escritura, a alguna de nuestras iglesias para estar con Jesús y con Él dialogar. Solamente enamorados de Jesús seremos sus evangelizadores.

Mañana, 16 de julio, se celebra la fiesta de la Santísima Virgen del Carmen. Según la tradición, San Simón Stock, superior general de la Orden del Carmen, oraba a María con la oración que él mismo había compuesto y que cantan o rezan cada día todos los carmelitas. Entonces se le apareció la Virgen María mostrándole el escapulario de su Orden a la vez que le decía[1]: Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él no padecerá el fuego del infierno, es decir, el que con él muriere se salvará.

Muchas veces criticamos las prácticas que durante siglos la Iglesia ha favorecido, como nos recuerda el Concilio Vaticano II, para crecer en nuestro amor a María Santísima. El escapulario, como repetidas veces ha dicho la Iglesia, es un “sacramental”, y por ello el valor intrínseco le viene de la misma Iglesia, independientemente de que sean históricas o no las promesas de 1251.

Quien viste el escapulario del Carmen queda incardinado a la Orden del Carmen y recibe un memorial de la vida y virtudes de la Virgen María, simbolizadas en el escapulario, y que quien lo viste debe procurar practicar. Reconocemos -ha dicho la Iglesia- en este memorial de la Virgen María un espejo de humildad, castidad, modestia, oración, y, sobre todo, símbolo elocuente de consagración. Es decir, quien viste el escapulario del Carmen, quien lleva la medalla de la Virgen del Carmen se quiere revestir de María para estar cada vez más cerca de Jesús. Todo lo demás está fuera de sitio, incluso las propias desviaciones de aquellos que favorecen esta devoción con otros intereses.

Insisto en que el Concilio Vaticano II repite en la constitución sobre la Iglesia: Estímense las prácticas y ejercicios de devoción a la Virgen María que han sido recomendadas a lo largo de los siglos por el Magisterio (Lumen gentium 67). Y Pablo VI escribía: Entre las que creemos se han de contar -entre estas devociones- el rosario mariano y el uso devoto del escapulario del Carmen.

San Juan Pablo II decía a los jóvenes de Roma: Llevad siempre el escapulario. Yo lo llevo desde mi infancia, constantemente, y esta devoción me ha hecho un gran bien. Debo deciros que en mi edad juvenil ella me ayudó. Me ayudó a encontrar la gracia propia de mi edad, de mi vocación.

La fiesta de la Virgen del Carmen nos invita, además, a ser sensibles a los muchos y graves problemas de las gentes del mar. La Marina mercante y la flota pesquera, aunque mundos tan distintos entre sí, tienen, sin embargo, una problemática común en muchos aspectos: más horas de trabajo diario que lo habitual entre los trabajadores en tierra, largas permanencias en el mar, inseguridad en las ganancias, falta de comunicación con sus familias...  Por eso hoy, contando con la poderosa intercesión de la Virgen del Carmen, de la Virgen de todos aquellos que trabajan lejos de sus casas, levantamos esta bella oración de un marino: 

“Cuando, lejos de nuestros hogares,

recordamos a nuestros seres queridos y sentimos la soledad,

Tú, Señora, Reina de los mares, nos unes a todos bajo tu manto.

Porque en la mar estás siempre Tú y nuestro corazón lo siente,

queremos decirte: Gracias, Señora, por ser nuestra Madre,

nuestra Estrella, nuestra Luz y nuestra Áncora de salvación”.

 

PINCELADA MARTIRIAL

El P. Eusebio del Niño Jesús y toda la comunidad de Carmelitas Descalzos de Toledo, sufrieron el martirio entre los meses de julio y septiembre de 1936, durante la persecución religiosa vivida en España en los años treinta. Al grito de "Viva Cristo Rey" y perdonando de corazón a los que les quitaron la vida, dieron ejemplo de fidelidad a Jesucristo afrontando la hora del martirio con entereza.

Sus nombres son: P. Eusebio del Niño Jesús, Fray José Agustín del Santísimo Sacramento, Fray Hermilo de San Eliseo, Fray Eliseo de Jesús Crucificado, Fray Perfecto de la Virgen del Carmen, Fray Clemente de los Sagrados Corazones, Fray Constancio de San José, Fray José María de la Virgen Dolorosa, P. Nazario del Sagrado Corazón, P. Pedro José de los Sagrados Corazones, P. Ramón de la Virgen del Carmen, Fray Melchor del Niño Jesús, Fray Félix de la Virgen del Carmen, Fray Plácido del Niño Jesús, Fray Daniel de la Sagrada Pasión, P. Tirso de Jesús María.

Fueron beatificados en Roma el 28 de octubre de 2007, por el papa Benedicto XVI.

Beato Eusebio del Niño Jesús

Ovidio Fernández Arenillas, nació el 21 de febrero de 1888 en Castilfalé (León); bautizado el 25 del mismo mes, recibió la Confirmación en 1896. Eran siete hermanos, y abrazaron la vida religiosa cinco de ellos. En 1901 ingresó en el Seminario Teresiano de Medina del Campo, profesando en el noviciado de Segovia en 1904. Hechos los estudios de filosofía y teología en Toledo, Ávila y Salamanca, fue ordenado sacerdote en 1912. Profesor de Humanidades y Subdirector del Seminario. Destinado a la Isla de Cuba, llegó allá en 1917. Párroco en Sancti Spiritus, primero, desplegó más adelante un gran apostolado de la palabra y de la pluma en Camagüey. En Cuba y en España escribió muchísimo, publicando varias obras. Vuelto a España en 1927, formó parte del gobierno provincial de su provincia religiosa, y estuvo al frente del Seminario. Prior del convento de La Santa en Ávila, maestro de espíritus de los teólogos de Toledo. Y, finalmente, Prior de Toledo. Fue martirizado el 22 de julio de 1936, habiéndose adelantado a los milicianos que le buscaban, para que no hicieran ningún daño a la familia que le había acogido en su casa.

Podéis leer:

https://www.religionenlibertad.com/blog/16728/tarde-del-del-julio-por-las-calles-toledo.html

 

[1] Justo LÓPEZ MELÚS, María, una historia de amor (Madrid, 1994).