El Triduo Pascual se cierra con la Vigilia de Pascua. Liturgia maravillosa llena de signos del plan de salvación elaborado por Dios. Retomando las Catequesis de San Cirilo de Jerusalén, podemos detenernos en este fragmento: 

¿Quién es el que resucita y cuáles son sus signos? Lo dice con evidencia continuando el mismo texto profético? «Convertiré entonces la lengua de los pueblos» (Sof 3, 9) como quiera que después de la resurrección tras el envío del Espíritu Santo, se dio el don de lenguas (Hech 2, 4), «para que invoquen todos el nombre de Yahvé y le sirvan bajo un mismo yugo» (Sof 3, 9). ¿Y qué otro símbolo se añade, en el mismo profeta, de que servirán al Señor «bajo un mismo yugo?» «Desde allende los ríos de Etiopía, mis suplicantes, mi Dispersión, me traerán mi ofrenda» (3, 10). Ves que eso está escrito en los Hechos cuando el eunuco etíope llega desde los confines de los ríos de Etiopía (Hech 8, 27). Las Escrituras señalan, por tanto, el momento y las circunstancias de tiempo y lugar, además de los signos que siguieron a la resurrección. Ten, pues, una fe firme en la resurrección y que nadie te aparte de confesar a Cristo resucitado de entre los muertos.

 

Recibe también otro testimonio del salmo 88, cuando es Cristo el que proféticamente dicen: «Yahvé Dios de mi salvación, ante ti estoy clamando día y noche» (Sal 88, 2) y, poco después: «Soy como un hombre acabado: relegado entre los muertos» (88, 5). No dice «soy un hombre acabado», sino «como un hombre acabado»: no ha sido crucificado porque le falten fuerzas, sino voluntariamente. Ni tampoco le llegó la muerte por una debilidad involuntaria. «Me has echado en lo profundo de la fosa». Y, ¿cuál fue la señal de esto?: «Has alejado de mí a mis conocidos». De hecho, huyeron sus discípulos (Mt 26, 56). «¿Acaso para los muertos haces maravillas?» (Sal 88, 11). Y, poco después: «Mas yo grito hacia ti, Yahvé, de madrugada va a tu encuentro mi oración». ¿Es que no ves cómo también se aclaran las circunstancias de tiempo tanto de la pasión como de la resurrección? 

Pero dicen insistentemente: Es un muerto recientemente difunto que ha sido resucitado por un vivo, pero mostradnos que es posible que resucite un muerto de tres días y que sea llamado de nuevo a la vida un hombre que esté ya tres días sepultado. Pero, si buscamos una tal prueba, nos la suministra el Señor Jesús en los evangelios al decir: «Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12, 40; cf.Jon 2, 1). Y cuando indagamos con cuidado la historia de Jonás, es grande la semejanza con lo nuestro. Jesús fue enviado a predicar la conversión: también Jonás (1, 2 es) fue enviado (a lo mismo). Pero éste, al no saber el futuro, huye: aquél, en cambio, accedió a anunciar la penitencia de salvación. Jonás dormía en la nave, y lo hacía profundamente (1, 5) mientras el mar estaba encrespado por la tempestad: también, cuando Jesús se encontraba durmiendo, se encrespó el mar por determinados designios (Mt 8,2 4-25), para que después se reconociese el poder del que estaba durmiendo (8, 27). Aquellos decían: «¿Qué haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se preocupe de nosotros y no perezcamos» (Jon 1, 6). Y aquí dicen al Señor: «¡Señor, sálvanos!» (Mt 8, 25). Allí decían: «¡Invoca a tu Dios!». Y aquí; «¡sálvanos!». Aquél dice: «Agarradme y tiradme al mar, y el mar se os calmará» (Jn 1, 12). Este, «increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza» (Mt 8, 26). Aquél fue a parar al vientre de la ballena (Jon 2, 1), pero éste descendió por su propia voluntad al lugar donde la muerte tragaba a los hombres. Descendió voluntariamente para que la muerte vomitase a aquellos que se había tragado, según aquello que está escrito: «De la garra del sheol los libraré, de la muerte los rescataré» (Os 13, 14).

 

Llegados a esta parte del discurso, consideremos si es más difícil que un hombre sepultado salga del suelo. ¿O acaso no se deshace y se corrompe un hombre en el vientre de un cetáceo, tragado en las vísceras cálidas de un ser vivo? ¿Quién ignora que es tanto el calor que hay en el vientre que deshace incluso los huesos que se devoran? Y Jonás, tras habitar tres días y otras tantas noches en el vientre de la ballena, ¿no estaría corrompido y deshecho? Siendo idéntica la naturaleza de todos los hombres, y no pudiendo vivir sin respirar el aire, ¿cómo pudo vivir tres días sin él? Responden los judíos y dicen: Juntamente con Jonás, cuando se agitaba en el sheol, descendió el poder de Dios. Dios daba así vida a su siervo otorgándole su poder. ¿Y no podía Dios darse ese poder a sí mismo? Si aquello era creíble, también esto lo es; y si esto no se puede creer, tampoco aquello. A mí ambas cosas me parecen igualmente creíbles. Creo que Jonás fue protegido, pues «para Dios todo es posible» (Mt 19, 26). También creo que Cristo resucitó de entre los muertos. Tengo múltiples testimonios de esta realidad, tanto de las Sagradas Escrituras como del mismo Resucitado, todos válidos hasta el día de hoy: el que descendió a los infiernos solo volvió acompañado de muchos, pues descendió a la muerte y muchos cuerpos de los santos que habían muerto fueron resucitados por él (Mt 27, 52). (San Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI, fragmento) 

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¿Qué hacemos mirando su tumba vacía?

¡Cristo Vive! ¡Ha Resucitado!

Alegría loor y gloria en los cielos y la Tierra.

Dios ha elevado al Sol de Justicia por encima de quienes injustamente lo condenaron...

y ahora ilumina al mundo y a todo aquel que lo acoge en su corazón.

Amén 

¡Feliz Pascua!