Ahora que la Cuaresma toca a su fin, no es mala idea hacer repaso de las semillas sembradas y lo frutos recolectados durante este tiempo litúrgico. No es raro sentir que no hemos aprovechado todo lo que deberíamos. Las vida cotidiana condiciona en gran medida el acercamiento a Dios. 

No es fácil acercarse a Dios y menos ver a Dios entre tantas vicisitudes cotidianas. ¿Por qué no Lo vemos? No solemos preguntar ¿Qué tipo de ceguera tenemos? Orígenes de Alejandría nos ofrece un texto en el que reflexiona sobre nuestra “ceguera” de lo divino.

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La naturaleza de Dios no es, como algunos creen, visible para unos e invisible para otros, pues no dice el apóstol "la imagen de Dios invisible" para los hombres o invisible para los pecadores, sino que con gran firmeza hace una declaración sobre la misma naturaleza de Dios diciendo: "imagen del Dios invisible". 

Asimismo, Juan en su Evangelio, al decir que "a Dios nadie le vio jamás" (Jn. 1,18), declara manifiestamente a todos los que son capaces de entender, que no hay ninguna naturaleza para la cual Dios sea visible; y no porque, siendo visible por naturaleza escape y exceda a la visión de la criatura demasiado frágil, sino porque es naturalmente imposible que sea visto. Y si me preguntaras cuál es mi opinión del mismo Unigénito y dijere que tampoco para Él es visible la naturaleza de Dios, que es naturalmente invisible, no te apresures a juzgar esta respuesta impía o absurda. En seguida te diré la razón. 

Una cosa es ver y otra conocer; ser visto y ver son cosas propias de los cuerpos; ser conocido y conocer es propio de la naturaleza intelectual. Por consiguiente, lo que es propio de los cuerpos no se ha de pensar del Padre ni del Hijo. En cambio, lo que pertenece a la naturaleza de Dios es común al Padre y al Hijo (constat ínter Patrem et Filium). Finalmente, tampoco Él mismo dijo en el Evangelio que nadie vio al Padre, sino el Hijo, ni al Hijo sino el Padre, sino que dice: "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo" (Mt 11,27). Con esto se indica claramente que lo que entre naturalezas corpóreas se llama ser visto y ver, entre el Padre y el Hijo se llama conocer y ser conocido, por la facultad del conocimiento, y no por la fragilidad de la visualidad. Por consiguiente, como de la naturaleza incorpórea e invisible no se dice propiamente que ve ni que es vista, por eso no se dice en el Evangelio que el Padre es visto por el Hijo, ni el Hijo por el Padre, sino que son conocidos. 

Y si alguien nos pregunta por qué está dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8), nuestra posición, a mi juicio, se afirmará mucho más con esto, pues ¿qué otra cosa es ver a Dios con el corazón, sino entenderle y conocerle con la mente, según lo que antes hemos expuesto? En efecto, muchas veces los nombres de los miembros sensibles se refieren al alma, de modo que se dice que ve con los ojos del corazón esto es, que comprende algo intelectual con la facultad de la inteligencia. Así se dice también que oye con los oídos cuando advierte el sentido de la inteligencia más profunda. Así decimos que el alma se sirve de dientes cuando come, y que come el pan de vida que descendió del cielo. (Orígenes de Alejandría. Tratado sobre los Principios) 

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Es imposible ver a Dios de forma física, medirlo o analizarlo en una probeta. Orígenes lo tenía absolutamente claro. 

Cabría preguntarse si es posible conocer algo sin verlo. La ciencia nos demuestra que esto es totalmente posible. Por ejemplo, se conocen la estructura interna del átomo o que las partículas elementales poseen una doble naturaleza (onda y corpúsculo) sin que podamos llegar a verlas y tocarlas realmente. Nos atenemos a los efectos para deducir las causas. 

¿Cómo conocer a Dios entonces? Veni Creatur Spiritus. Tenemos que rogar para que el Espíritu Santo haga aparecer en nosotros los Dones necesarios. Sin el Espíritu Santo, no podemos ir más allá de crear hipótesis, más o menos aceptables, que nunca podrán ser comprobadas. Dios se refleja en las analogías y en los paradigmas de la naturaleza. Dios se revela por medio de nuestra naturaleza y por medio de la sacralidad. Dios aparece en nosotros mismos evidenciamos que somos imagen suya. Dios está en las Sagradas Escrituras y en el reflejo de perfección que podemos ver en nuestros hermanos. Pero ¿Lo vemos? ¿Lo conocemos? 

Pero no podemos partir de nosotros mismos para conocerle. Tenemos que buscar la limpieza de corazón (Mt 5,8)  necesaria para "ver a Dios" en todo lo que nos rodea y en nuestros hermanos. Esta pureza tampoco es algo que podamos conseguir por nosotros mismos. Sin de Dios, andaremos en círculos durante años. Desesperados gritaremos que Dios se esconde. Incluso llegaremos a pensar que Dios no existe. Pero en la ofuscación seguiremos sin danos cuenta que todo círculo tiene su sentido en el centro desde donde se traza. 

Sin humildad no hay conocimiento de Dios. Sin paciencia y confianza, el camino será imposible de seguir. Sin oración no hay posibilidad de ver la mano tendida de Cristo. 

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Señor envíanos de tu Espíritu. Amén