Creo que son muchos los que conmigo pueden aceptar que si un rasgo caracteriza al sistema partitocrático español en lo que se refiere a su discurso, bien podría resumirse en el que da título a este artículo: el silencio de la derecha y las mentiras de la izquierda.

             Sin ánimo de ser exhaustivos, pero para no dejar la afirmación sin ejemplificar, aunque sea sólo someramente, por lo que se refiere al primer aserto de la declaración, quién sabe qué es lo que va a hacer el PP en materia de aborto, con el matrimonio homosexual, con las discriminaciones implementadas por este Gobierno en leyes tales como la de los malos tratos o la de cuotas, con la ley de memoria histórica, y hasta en materia de economía, que es por lo que es más positivamente valorado por la sociedad española. Por lo que se refiere al segundo, desde las mentiras más evidentes, -decir que no se negociaba con la ETA cuando sí se hacía, el gravísimo caso Faisán, negar una crisis que apestaba a kilómetros-, hasta las no por menos evidentes, menos graves: decir que se trabaja por la unidad de la nación mientras se aprueban leyes cuyo único resultado posible es la desunión, cuando no directamente la secesión; decir que es una política por la salud sexual y por la protección del feto la que consiste en eliminarlo; decir que se trabaja por la igualdad cuando lo que las leyes que se aprueban recoge no es otra cosa que las más groseras discriminaciones; decir que se trabaja por el restablecimiento de la verdad histórica cuando lo que se hace es premiar la versión de unos historiadores y castigar la de otros, etc..
 
            Grave es lo uno, las mentiras del PSOE, y grave es lo otro, el silencio del PP. Podrá argumentarse que siempre es mejor reservarse la opinión que mentir descaradamente. Podrá decirse, por el contrario, que callar es una forma de mentir. Podrá decirse, no sé...
 
            En cualquier caso, las dos maneras de actuar denotan una conducta que, aunque diferente, da respuesta a un mismo fenómeno, que es el que, más allá de otros análisis que se puedan realizar, me interesa aquí: una sociedad dormida, que reclama soma, y que demanda a sus gobernantes que le oculten la realidad –postura por la que opta uno de los contendientes en la lucha política- cuando no, directamente, que le mienta y le diga que es otra –postura por la que opta el otro-.
 
            Para ser “altamente” democrático, un sistema requiere de dos condiciones sine qua non. La primera es un sistema constitucional que haga posible la democracia. La Constitución española de 1978 adolece de importantes defectos, uno de ellos, haber puesto a disposición de partidos minoritarios de implantación regional no sólo la gobernación de las regiones, sino la llave de la gobernabilidad nacional; otro, no haber garantizado suficientemente la absoluta independencia del poder judicial. Pero no deja de ser una Constitución democrática apta para la puesta en práctica de un sistema democrático.

            La otra conditio sine que non es que la sociedad vigile activa y cotidianamente el funcionamiento del sistema, atendiendo a los necesarios relevos en el mismo, exigiendo el respeto de sus normas y de su propia libertad, demandando, y esto es importante, la correcta y precisa información de cuanto atañe a su propia gobernabilidad para juzgar con madurez y decidir con eficacia...
 
            Lamentablemente, esto último no hay constitución que lo dote, y requiere, por el contrario, de muchos años de educación, de un determinado bagage histórico y de una actitud que tiene algo de sacrificada. Algo todo ello que, lamentablemente, no se atisba excesivamente entre los pueblos hispánicos.
 
 
 
 
 
Sana envidia de los americanos
De una huelga-pantomima para lavarle la carita a Gobierno y sindicatos
De una refrescante iniciativa por la transparencia democrática
De la sociedad de la mentira