En el clásico libro “How to Win Friends and Influence People”, Dale Carnegie da consejos sobre cómo mejorar las relaciones personales y el nivel conversacional. Es un libro que da esa clase de reglas tan sencillas y de sentido común que uno piensa la primera vez que las lee que las ha sabido de siempre: intentar ver las cosas desde el punto de vista del otro, plantear retos, sonreir…

De todas las “reglas” que expone hay dos que siempre me han llamado la atención por su efectividad y simpleza: llamar a la gente por su nombre (para esto hay que recordarlo, que no es tan fácil) y hacer que la otra persona hable de sí misma.

Sí, esa es la receta. No hay palabra más dulce en los oídos que la del propio nombre, ni tema más interesante que el de uno mismo. Y hoy día todavía más.

Y es que en los últimos años vivimos en una psicosis creciente, que afecta a todos pero en especial a la nueva generación: hablar y pensar en uno mismo, y no hacerlo en los demás. En pocas palabras, estamos entrando en una auténtica Civilización del Yo.

Lo que se oye hoy en día, y no sólo a intelectuales o filósofos, sino en la televisión, en el trabajo, a los amigos o a la propia familia es: “Vive tu vida”, “sé tú mismo”, “no aceptes consejos de nadie” (excepto este que te acaban de dar, claro…), y sobre todo “me apetece/no me apetece” (no es que no esté bien esto, pero primero hay que pensar “¿le apetecerá a los demás?”) En fin, yo, yo y yo. Y luego, quizá, aunque no seguro, puede que quede algo de mí para los demás.

Esto es una consecuencia más del lento pero firme cambio que están experimentando las personas. Porque desde hace muchos años hemos venido disfrutando de una auténtica Civilización del Otro gracias al Cristianismo. Y es que el Cristianismo ha enseñado durante siglos a centrar la vida en los demás, a “amar al prójimo como a uno mismo”, a “hacer a los demás lo que quieras que hagan contigo” o incluso, perdonen la osadía, que “cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” [el que habla es Cristo]

¿No se lo cree? ¿Estoy exagerando? Quizá. Pero haga una prueba. Fíjese bien en sus conversaciones de los próximos días. Probablemente acabe en una que sea una competición de expresar “yo hice tal”, “pues no me gustó”, “yo tengo un primo que también lo hizo...”, sin ningún tipo de ilación. Se dará cuenta de dos cosas: que la gente ya no se escucha, y que usted también empieza a estar afectado por la Civilización del Yo. La solución es fácil: necesita Cristianismo (la Civilización del Otro). Y si además le apetece, lea el libro de Carnegie...


Aramis