La primera de las dos realizaciones es la repetición en pleno Siglo XX de la historia de David y Goliat.

Hasta hace poco, el imperio comu­­nista parecía tan sólido e indestructible que Europa no solamente no esperaba verse libre de su yugo, sino que estaba en la mente de todos que era solo cuestión de tiempo el que engullera a Occidente e incluso al resto del mundo.

Pero la dominación marxista-leninista ig­noraba que tenía, a pesar de su soberbia apariencia, su talón de Aquiles: el pequeño grupo de católicos polacos, que con un hero­ísmo que dejó boquiabierto al mundo en­tero, perseveró en su resistencia, a pesar de las feroces represiones que intentaron aho­garla; y un día, casi inesperadamente, reci­bió la recompensa de su heroísmo, ha­ciendo tambalear primero y derrumbarse des­pués (como si de un castillo de naipes se tratara) el oprobioso régimen que durante más de cuarenta años lo había tiranizado, iniciando con su gesto la estrepitosa caída del gigante comunista.

Pero si esto será duro de aceptar por alguno, lo que queda le será insoportable. Es “la” realización que cambió el mundo occidental y que lo modeló tal como lo conocemos y del que todos nos beneficiamos. Y la mejor forma de explicarlo es con un ejemplo real.

Escojamos a dos figuras que hayan vivido en el mismo siglo y sean consideradas como prototipos en sus civilizaciones: Felipe II de España, católico, y Solimán el Magnífico, musulmán.


Se han escrito innumerables libros sobre si Felipe II hizo matar o no, a su degenerado hijo D. Carlos; y esa sospecha (que ningún historiador serio mantiene) ha arrojado una mancha sobre la austera figura del monarca, porque a los hombres les parece horrible que un padre mate a su propio hijo. Pues bien, de Solimán nadie sospecha que asesinara a su hijo, porque todos los historiadores, están seguros de que lo hizo. Y, por cierto, en circunstancias horribles; y no por pretendidas razones de Estado, sino por intriga de su favorita para colocar a su propio hijo en el lugar del desdichado Mustafá. Esto sin contar el asesinato de sus propios hermanos, visires, bajaés, etc. Ahora bien, esta criminal conducta de Solimán, apenas merece unas cuantas páginas de su biografía, y, desde, luego no genera el montón de libros de eruditos investigadores del posible crimen de Felipe II. ¿Por qué esta diferencia? La respuesta es muy sencilla: Felipe  II es católico y reina en un país católico, donde el nivel moral y espiritual ha llegado a un nivel tan alto que un posible asesinato nos horroriza.

El catolicismo ha elevado durante siglos las conciencias de los hombres hasta niveles de rectitud inimaginables en la mayoría de civilizaciones que nos rodean, de tal manera que la simple sospecha de un asesinato, una mentira, o una traición han sido motivo suficiente de deshonra y reprobación. Una vida, incluso desconocida, para un católico tiene un valor infinito; una muerte, incluso merecida, le produce un dolor sincero.

Podríamos hablar mucho sobre la educación y buenos modales, el respeto a los padres y mayores, la caridad con el débil y el desfavorecido, la fortaleza para enfrentar los problemas, la honradez, la justicia, el agradecimiento, el perdón… Estas cualidades, desde luego, no son patrimonio de nadie pero el Cristianismo les ha dado una dimensión superior, al ser cosas queridas por Dios.

Dejaré que cada uno busque sus ejemplos, seguro de que cualquier persona objetiva los encontrará sin dificultad, pero pondré uno personal: recuerdo un médico de Berlín, compañero de mi mujer, que a poco de llegar al hospital se sorprendió mucho de que todos los pacientes tenían un familiar atendiéndoles la mayor parte del día y la noche. ¡Y a nosotros que esto nos parece de lo más normal!

Puede que más de uno se lleve las manos a la cabeza leyendo esto, pero me da igual. Sólo necesito poner la televisión hoy mismo y fijarme con atención en lo que ocurre en una y otra parte del mundo para tener certeza de lo que digo. La misma certeza que tengo acerca de que la autodestrucción actual de la sociedad occidental está intimamente ligada a su infidelidad y traición al cristianismo.

Hay que terminar. Creo que con lo expuesto basta para que los católicos instruidos reflexionemos sobre nuestro complejo (los que lo tengan) y sobre el beneficio civilizador de nuestra Religión, aunque sea en esta narración apresurada, que da lástima el tener que exponerla de tan sucinta manera.

Aramis