Ha llamado la atención del lector atento el que en medio de los homenajes relamidos de la cultura oficial a la escritora María Elena Walsh, recientemente fallecida, se haya podido observar una cierta reserva sobre su pensamiento. Todo muy bien, pero… Un pero asordinado, sugerido.

Los progres la inciensan, pero le tienen desconfianza. María Elena Walsh tiene suficientes “méritos” como para ser un ícono de la “cultura progre”, pero no ha conseguido librarse de algunos deméritos para ellos intolerables: el buen gusto producto de una fina educación y de una fina sensibilidad estética, discreción y mesura (incluso en los aspectos más sórdidos de su vida) y ciertamente, lo más grave, independencia de pensamiento, algo que hoy no se perdona. Su calidad artística pone en evidencia la chatura insoportable de la "cultura oficial", lo que constituye un mal ejemplo. Detestaba lo feo, y eso, desde Platón para acá,  debe considerarse, por personas de buena formación, un mérito y una señal de impertinencia profunda al pensamiento progresista.

Valga como muestra de estas afirmaciones, el famoso artículo publicado en La Nación sobre la “Carpa Blanca de los Maestros”, el 21 de diciembre de 1997. Una protesta docente, grotesca e interminable a la que su lúcido artículo puso fin.  Sepa el lector entrever en su prosa y en ciertos presupuestos culturales de su argumentación aquello que los progres no podían ni pueden soportar de ella, aún en medio de su elevación al panteón cultural en el cual se destaca como una mosca blanca.



María Elena Walsh, escritora, música y literata


La carpa también debe tomarse vacaciones

por María Elena Walsh

Queridos maestros: con todo respeto les digo que no puede haber función interminable, que abusar del tiempo irrita al público, que es gesto de dignidad cerrar el telón tras los aplausos y antes de la decadencia.

Ustedes han merecido una adhesión fervorosa, pero me pregunto si entre tantos adherentes figura un amigo leal que se atreva a decirles la verdad por más que lastime y resulte disonante en medio de tan unánime entusiasmo.

Aseguran que buscan el diálogo, y me permito irrumpir desde el disenso. La asistencia a la carpa huele a compulsión setentista: los ausentes parecemos antisociales, voceros del Gobierno, dinosaurios o Plateros sin poeta.

Como me honra sentirme amiga de ustedes y creo haberlos acompañado durante toda la vida, les confieso que esta larga protesta multimediática se ha convertido en moda y en un paradójico factor de poder que pocos se atreven a cuestionar públicamente. Sin embargo, es un secreto a voces que su permanencia es tan intolerable como inofensiva.

Intolerable por autoritaria, ya que piensan usurpar indefinidamente espacios públicos. Porque necesitamos maestros que representen la contracara del bazar de frivolidad y cholulismo que a muchos abochorna y ustedes fomentan de tal modo que ya parece una finalidad y no un medio.

Porque esa carpa que fue blanca no conserva una mota de blancura y en su grosera fealdad acaba por integrar la estética menemista y aumentar el caos urbano, paradigma mundial de pésima educación.

Inofensiva, porque es una plataforma política y un intento de escandalizar a quienes no se escandalizan ante ninguna injusticia. En todo caso, atenderán a métodos más modernos que una demagógica feria callejera.

El desfile de famosos y sus discursos voluntaristas acaba por resultarnos patético. Más bien, contraproducente. Muchos formamos parte de esa ciudadanía que tomó conciencia temprano, desde una humildísima escuela pública.

Si la mentira circula impune por otros ámbitos, es indigerible la impostura central de esta protesta: el ayuno. El ayuno como estrategia de resistencia no es una dieta líquida en tiempo compartido. Es una forma extrema de acción propia de faquires y fanáticos que la practican hasta sus últimas consecuencias, por convicción o por masoquismo.

Demasiado ayuno

Hay demasiado ayuno forzoso en buena parte de la población, demasiados desamparados en la lona, como para que sigamos tomando en serio esta parodia gandhiana, por otra parte ajena a nuestra cultura.

El anuncio de que la carpa seguirá abusando de un espacio público hasta que las velas no ardan, la clave festiva que en un principio alteró saludablemente la solemnidad pero se transformó en monótona bailanta justiciera, en su estiramiento lleva la condena, que no será por represión sino por deterioro.

El ya fatigante paisaje de la carpa y el trueque entre los dirigentes del gremio y los promotores de artistas nativos y extranjeros, de buena fe o que lucran con caretas progresistas for export, todo eso me parece una tomadura de pelo.

Para tomarnos el pelo abunda la mano de obra en plena ocupación. De ustedes esperamos un cambio de rumbo imaginativo que servirá para refirmar una solidaridad preexistente y no ocasional: la de los defensores de la educación.

Y ésos no son todos los que están, políticos, visitantes u oportunistas, eternos polizones de cualquier primera fila ante cámaras de TV.

"Todos somos docentes", eslogan traducido de otros que circularon por el mundo, al no traducir nuestra realidad resulta falaz. La mayoría somos alumnos o queremos serlo, tenemos muchísimo que aprender imitando modelos que no parodien a los protagonistas de la farándula.

Creo que esa asignatura está pendiente y que, carpa mediante, nos iremos a marzo. Ustedes soportarán los vaivenes de El Niño frente a las puertas de un Congreso por donde jamás entran ni salen legisladores y por lo tanto no tendrán ocasión de conmoverse al paso.

Habrá que reconocer que nuestros representantes son más indulgentes (¿indiferentes?) que los de otros países democráticos, que ya habrían trasladado este asentamiento frente a un Congreso de la Nación. Y para eso no sería preciso calificarlos de subversivos. Bastaría una amonestación como las que reciben los chicos por faltas mucho menores.

Queridos maestros, ustedes merecen tomarse vacaciones y pasar más auspiciosas fiestas de las que proyectan, autosecuestrados en pleno Centro y apelando a la sensiblería popular con un brindis de agua y té. ¡Por favor!

Nosotros, los Plateros o dinosaurios, querríamos ingresar en un año favorable con un ciclo lectivo, ése sí permanente, que incluya la defensa de causas justas tanto como la convivencia democrática. Materias que mal o bien supo enseñarnos la señorita, allá en los tiempos de la escarapela.

Fuente: La Nación, 21 de diciembre de 1997