La vida pasa. Obvio. Se nota en la melancolía (el viejo esplín que decían algunos poetas), y también se percibe en la experiencia de las canas. Se nota en que te dan igual muchas cosas que hace un par de temporadas eran impepinables. ¡Cómo se nota! Valoras más las caricias. Quiero decir, que necesitas que las caricias se demoren hasta el final de tus días. Valoras más cualquier destello en el agua y mirar los ojos de la gente. La vida pasa, pero también se queda. Y recuerdas las cosas cada vez con más detalle. ¡Cómo te gusta ir al alma de lo que ocurre, o de lo que soñaste! Remontas el curso del tiempo, escribes palabras que nadan a contracorriente. Y no dejas de darte algún que otro chapuzón en la infancia. Aquella felicidad de los abuelos, y la bicicleta que pedaleaba tus primeros paisajes. Paisajes de trigales, barbechos y alamedas. Y las acequias y regatos, donde pasabas horas contemplando el verdín y la transparencia del agua. La vida pasa y pones más atención en lo que ocurre. Para que no se te olvide nada. Y puedas mañana volver a tenerlo presente. Pones más atención, e intentas atar con palabras el santiamén de las horas. Reparas que un paso de peatones tiene su enjundia, que un beso puede ocupar toda una vida, que ser amable es la mejor forma de labrarse un futuro. Pasa el tiempo, pero no el fundamento de la vida, no su alma, no su miga. Te miras las manos, y miras las paredes blancas. Y proyectas en ellas -en las paredes- los colores de tu memoria (el verde del musgo en aquellos robles), y pensamientos impresionistas (e imprevistos), y pequeñas oraciones que claman al cielo. ¡Es tanto lo que pasa! Lo peor es no darse cuenta, lo peor es no ser consciente. De todo lo que Dios quiere, y nos deja. Pero hoy el hombre es sólo una constante queja. Que la vida sea tan fugaz, pase, es lo que hay, es nuestra naturaleza. Lo que nos resulta insufrible es lo que pesa. ¡Lo que pesan las penas y el descontento! Es duro esto de existir. Sufrir se nos hace muy duro. Y venga pegas y semblantes sombríos. Nos pesa sufrir, y nos pesa, sobre todo, que no salgan las cosas como queremos. Y a la primera. La vida y su pesadumbre. La vida como pesadumbre. Una vida mohína, aletargada. ¡No, no! La vida, la vida. Gloria bendita. Si logras vivirla. Si aprendes a mirarla detenidamente y te enamoras de su providencia. De cada entresijo.