Acogido a la hospitalidad de estos días de tranquilidad y sosiego, he aprovechado para ir al cine, algo que hago con menor frecuencia de lo que me gustaría, y he visto la película “Biutiful”, del director mejicano Iñárritu, director también de otras como “Babel” o “21 gramos”. Su cine es un cine del que yo llamo “de guión”, donde lo que prima es la historia, y en todo caso, la interpretación en cuanto dirigida a hacerla más creíble. Reconozco que es de mis directores favoritos. En cuanto a “Biutiful”, no sé si recomendársela a Vds.. No vayan desde luego a verla, si lo que quieren es pasar un rato tranquilo y desconectar de todo, porque es una película fuerte y además, muy eficaz en lo relativo a sumergir a Vds. en una realidad determinada, la del filme, a saber, un ambiente sórdido, nihilista, pesimista...
 
            Hay una escena magistral que es la razón por la que hoy me he decidido a elegir este tema para mi artículo del día. Ignoro la motivación que ha impulsado a Iñárritu a incluirla en el guión ni qué conclusión quiere sacar él de la misma. Lo que no creo, en todo caso, es que su inclusión en el guión haya sido casual o inmeditada.
 
            Les pongo en antecedentes. Trátase del diálogo entre un padre y una madre que tienen dos hijos y están divorciados, aunque conviven ocasionalmente. El se mueve en el entorno del hampa, vive de exprimir a los inmigrantes, a los que busca empleo mediante comisión y gracias a su red de agentes en el más negro de los mercados de trabajo (fábricas chinas ilegales de ropa, top manta), y parece ser un ex-drogadicto reconvertido que, sin embargo, mantiene contactos ocasionales con la droga. En cuanto a ella, es una prostituta, drogadicta, borracha, le ha sido retirada la patria potestad de sus hijos y se la pega a su marido con su propio hermano.
 
            Con tales antecedentes y como era de esperar, el hijo, con apenas siete años de edad, ya fuma, y no queda claro si como acto de protesta o de manera fortuita, fumando un día por la noche quema el colchón y habría incendiado la casa de no haber actuado la madre a tiempo. Esta entonces, indignada, tira el colchón por la ventana y, a modo de castigo, obliga al niño a ir a la calle, recogerlo y subirlo de nuevo a casa por las escaleras. Cuando al llegar el ausente padre a casa, le relata lo ocurrido, éste, que ha escuchado atónito lo ocurrido, sólo acierta a preguntar:
 
            -¿No le habrás pegado?
 
            A lo que ella, atribulada, responde:
 
            - No, por supuesto que no.
 
            ¿Se dan Vds. cuenta? ¡¡¡Toda una lección de moralidad!!! ¿A quién le importa que una esposa se la pegue a su marido con su propio hermano, que padre y madre sean drogadictos, que él viva de esquilmar a los más débiles y necesitados de la sociedad, que ella sea prostituta y borracha, que el ambiente familiar sea inexistente y el más inapropiado para la educación de los dos niños? Ah, pero de pegar a los niños nada, ¿eh? Que eso es cosa de familias burguesas, pretenciosas y remilgadas, sólo preocupadas de que sus hijos reciban una educación burguesa, vaya Vd. a saber con qué aviesa intención. Que se puede ser estafador, drogadicto, borracho, pero eso no quiere decir que los principios morales, los de verdad, los auténticos, sólo al alcance de unos pocos iniciados, permanecen inalterables, ¿eh?
 
 
 
 
 
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