¿En qué fundaba el papa Juan Pablo II esa infatigable actividad? Es indudable que su atlética naturaleza algo de parte tuvo en ello, pero la clave estaba en otro plano: en un convencimiento profético. Lo desveló su fiel escudero, Joseph Ratzinger, en una de esas conversaciones con Peter Seewald, en este caso en aquella primera de 1996.
 

 El Papa cree que los siglos tienen su propia fisonomía; por eso espera que los grandes hundimientos de este siglo y sus lágrimas, como él mismo decía, sean recogidas y se conviertan en un nuevo comienzo… La inagotable energía con la que se mueve el Papa tiene su origen, precisamente en esta esperanza.”
 

Parece desconcertante, pero Ratzinger era claro. “El papa cree que los siglos tienen su propia fisonomía”. ¿Qué fisonomía presentó la década que ahora dejamos y abre la que en breve inauguraremos? El inicio de milenio, esta primera década, puede definirse como la de las rupturas. Cualquier resumen no pretencioso ni de ánimo excluyente no puede dejar de ver como todas las esperanzas humanas empezaron su derrumbe en esta década que dejamos. El 11S, que marcó un antes y un después en la escena internacional; o escenas nunca vistas sobre el poder destructor de la naturaleza (con el tsunami del Índico, o el Katrina); la caída del sistema financiero y de toda una estructura económica global necesitada de nuevas ideas y nuevos fundamentos; el resurgir de bloques antagónicos en la escena internacional, donde el esperado fin de la guerra fría parecía volver a renacer en lo que los analistas han llamado el nuevo paradigma internacional (con unos Estados Unidos que reniegan de su papel de sherif y un fortalecimiento del tandem Rusia-China, en los planos económicos, militar y de política internacional). La primera década del siglo pasado ha supuesto el renacer de viejos fantasmas, donde todo un complejo edificio levantado por el hombre parece dar señales de colapso. La crisis económica es lo más notorio, pero la escena internacional -y sus nuevas alianzas- dan luz sobre una nueva reubicación de poderes, hace años impensable. Es la década de la ruptura.
 

En este escenario era comprensible el sufrimiento psíquico y espiritual del mismo Karol Wojtyla. El esperado cambio de milenio se presentó descorazonador para él. Sus expectativas proféticas ese nuevo comienzo- debieron combatir no sólo contra una salud tambaleante, sino especialmente, contra un escenario que amenazaba colapso. Su esperanza profética parecía más oscura. Quizá entendió, y así lo dejó escrito en su testamento, el porqué de su elección circunscrito sencillamente a llevar “la barca de Pedro hasta el tercer milenio”. Como si cargando él con el sufrimiento de la Iglesia, el nuevo milenio renaciera luminoso para la fe. No fue así. Y lo constató duramente. Las denuncias sobre pederastia en el interior de la Iglesia alcanzaron un número creciente e inesperado; la nueva realidad europea quería renegar del cristianismo oficial y abruptamente; el islamismo se presentaba con odios renacidos; el comunismo chino encontraba el motor económico de tercera generación; Estados Unidos se metía en una oscura guerra de consecuencias nefastas. Todos los males parecían converger de golpe, y a gran escala haciéndole ver que se le pedía algo más que no comprendía. “Ahora el mundo necesita de la catequesis de un Papa sufriente”, le dijeron. Y lo aceptó con una grandeza que aún permanece en nuestro recuerdo.

 

Pero el nuevo milenio había sido de ruptura, de vientos que azotan la tambaleante fe de los cansados cristianos. Un nuevo Papa -Benedicto XVI- vino a poner nuevas esperanzas poniendo viejas recetas: Eucaristía, belleza, razón. Pero la ruptura se hacía evidente con el paso de los años: con esa nueva y preocupante dictadura del relativismo.
 

¿Qué supondrá la nueva decada? Los retos que enfrentan mundo e Iglesia son notorios. Y desgraciadamente divergentes. El mundo quiere renegar de Dios, la Iglesia parece querer encontrarlo nuevamente. Y esa tensión terminará por romper por un lado u otro. Como diría Ratzinger a Seewald:
 

“Pero que esta gran ilusión (ese nuevo empezar esperado por Juan Pablo II) sea pronto una realidad, evidentemente, está sólo en manos de Dios; yo de momento no la veo demasiado próxima.”


Sorprende, en este escenario, el último Angelus que dejó escrito Juan Pablo II, para ser leído la mañana del domingo in Albis, domingo de la Divina Misericordia, la primera mañana sin su presencia viva. Ahí está la clave para leer la nueva década que da inicio, porque tras una ruptura sólo es de esperar el derrumbe.
 

"A la humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Misericordia divina!

Señor, que con tu muerte y resurrección revelas el amor del Padre, creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: ¡Jesús, confío en ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero!"
 




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