No es la primera vez que Wikileaks, una organización-plataforma digital cuya finalidad es la publicación de documentos filtrados e informes anónimos bajo el supuesto del interés público y la promoción de la transparencia, está en las primeras planas de los periódicos.
 
Ya en julio de 2010 logró atrapar la atención de millones de personas con la publicación de más de 92 mil documentos sobre la guerra de Afganistán. Meses más tarde, en octubre del mismo año, divulgó casi 400 mil documentos reservados del Departamento de Defensa de los Estados Unidos sobre la guerra en Irak.
 
Más recientemente, a finales de noviembre de 2010, Wikileaks regresó a los titulares gracias a la filtración de más de 250 mil documentos correspondientes a las comunicaciones –entre 2004 y 2010– entre el Departamento de Estado Estadounidense y sus embajadas en el mundo. Los periódicos Le Monde (Francia), El País (España), The New York Times (Estados Unidos), The Guardian (Gran Bretaña) y el semanario Der Spiegel (Alemania) recibieron la primicia para la publicación.
 
La disparidad de opiniones no ha cesado desde entonces, sobre todo después de la desaparición de los servidores donde estaba alojada la plataforma y tras la detención en Londres -7 de diciembre- del editor jefe de Wikileaks, el australiano Julian Assange, acusado en Suecia de delitos de tipo sexual.
 
Desde luego hay quienes han querido reconducir al campo político la polémica suscitada en torno a la conveniencia de la filtración masiva y los otros dos acontecimientos. En una de sus primeras ediciones de diciembre, la revista TIME presenta a Assange casi como un mártir. Quizá haya que apuntar a un campo más esencial al momento de valorar ese «manjar» periodístico en el que se han regodeado no sólo los cinco medios iniciales a los que la misma Wikileaks dio la exclusiva.
 
En su inmensa mayoría, los mass media han justificado la filtración de Wikileaks aduciendo el derecho a informar, a la transparencia y al interés público. Así por ejemplo The Guardian, quien apelaba en un artículo del 29 de noviembre a que no existía un deber de la prensa a guardar secreto para luego referir que «si Wikileaks puede acceder a material secreto, sea cual sea el medio, probablemente pueda hacerlo también cualquier extranjero» (cf. 29.11.2010).
 
Una cuestión de ética

La cuestión entonces es: ¿era lícita la filtración y publicación? En esta pregunta nos podemos interrogar también por la finalidad de dar a conocer esos datos, la manera como fueron obtenidos y la forma como han venido siendo publicados.
 
Llama la atención que se trate precisamente de informaciones obtenidas de modo ilícito e ilegal pues fueron robadas. Y entonces la interrogante se dirige a otra cuestión: la transparencia se debe conseguir a toda costa, incluso robando. En Hispanidad.com (España), Eulogio López supo distinguir muy bien este punto: «se trata de un robo. Se puede pedir más transparencia a los políticos pero si no la ofrecen no se les puede robar» (cf. , 29.11.2010). Casi en la misma línea iban comentarios como los de La Stampa (Italia) quien en un artículo del 29 de noviembre se preguntaba si no era necesario solicitar a Assange la misma transparencia que predica.
 
En declaraciones, la secretaria de Estado de la Unión Americana, Hillary Clinton señaló que la filtración pone en riesgo muchas vidas. A esto Le Monde respondió editando cuidadosamente las partes donde aparecían nombres personales. Sin embargo, no es difícil dar con el listado de las personas que han desempeñado cargos en embajadas estadounidense en los tiempos comprendidos por las informaciones filtradas.
 
Por otra parte, la mayoría de la información es materia conocida que, como ha dicho alguno, «no pasa de ser una amalgama heterogénea de chascarrillos, cotilleos, análisis periodísticos, interpretaciones más o menos atinadas y comentarios de barra de bar» (cf. Wikileaks y el fiscal general, La Razón, 1 de diciembre de 2010).
 
Javier Rupérez venía a decir más o menos lo mismo en un artículo del ABC (España): «por lo que vamos sabiendo no hay nada en realidad que no supiéramos ya» (cf. 09.12.2010). Entonces, ¿era estrictamente necesario sacar todo eso a la luz? Algunos periódicos y noticieros se están centrando en aquello que según su línea editorial les resulta afín para apoyar opiniones o criticar procederes. ¿No debería estar todo en un mismo nivel de trato? Elegir significa prescindir y en las exclusiones está primando no lo menos importante sino lo que el medio en cuestión considera intrascendente (otra vez según su línea editorial o siguiendo el criterio del sensacionalismo que apunta más a vender que a informar).
 
Por lo demás, en ámbito pseudo periodístico están primando los comentarios más que los análisis sobre lo revelado. Esto conduce al primado del vaivén del estado de ánimo con que escribe la persona en turno más que los textos matizados y enriquecidos con el dato puntual y la cita precisa. Y esto lleva a pensar en la responsabilidad sobre lo que se comenta y arroja una consideración sobre qué es más importante: el comentario o la presentación rigurosa del hecho con los necesarios elementos de orientación. No porque el comentario no pueda ser valioso sino porque queda reducido precisamente a comentario de barra de bar.
 
El Vaticano y Wikileaks
 
Es lo que ha sucedido, por ejemplo, con los 852 cables de la embajada de Estados Unidos ante el Vaticano. Los documentos hablaban sobre la sorpresa que causó la elección de Joseph Ratzinger como Papa y las cualidades que la embajada consideraba debía tener el sucesor de Juan Pablo II, así como otros detalles posteriores a la elección (impresiones sobre Benedicto XVI, su personalidad y pensamiento). Más recientemente la agencia zenit (cf. 12.12.2010) puntualizó que se trataban también de cables que «presentan la visión de la Iglesia y de la Santa Sede de los diplomáticos estadounidenses, en particular de la señora Julieta Valls Noyes, durante un tiempo jefa interina de la misión diplomática en esa embajada, a partir de los juicios publicados por los medios de información estadounidenses y europeos» (véase la nota completa en el siguiente ). En este sentido es emblemática la falta de rigor y contexto de periódicos como El País (Montse Doval hace un análisis puntual en su ).
 
Sobre los documentos de la embajada de Estados Unidos ante la Santa Sede la sala de prensa del Vaticano recordó que «» (cf. Radio Vaticana 11.12.2010).
 
Desde luego que el hecho queda para la historia como una lección de prudencia en dos direcciones: una para los gobiernos quienes deben velar por sus informaciones confidenciales (que por lo demás son hechas públicas después de un periodo prudencial de tiempo) y como reflexión que nos debemos hacer de modo personal acerca de lo que se debe y puede conocer.
 
En esa línea, es iluminador el Catecismo de la Iglesia Católica quien, refiriéndose al derecho a la comunicación de la verdad recuerda que no es incondicional pues «en las situaciones concretas, estimar si conviene o no revelar la verdad al que la pide» (n. 2488). ¿El motivo? «La caridad y el respeto de la verdad deben dictar la respuesta a toda petición de información o de comunicación. El bien y la seguridad del prójimo, el respeto de la vida privada, el bien común, son razones suficientes para callar lo que no debe ser conocido, o para usar un lenguaje discreto. El deber de evitar el escándalo obliga con frecuencia a una estricta discreción. Nadie está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho a conocerla» (n. 2488).
 
Desde luego, en muchas redacciones de periódicos –y no sólo– esto es poco menos que desconocido