Cuando el católico ateizado Peter Seewald se sentó a entrevistar por primera vez al Prefecto para la Doctrina de la Fe, no dejó en el tintero ninguna pregunta por polémica que fuera. No era para menos, Ratzinger respondería a todo. Aún estaba reciente la caída del muro de Berlín, y el mundo parecía encaminarse a tiempos de paz y gloria, hasta el punto de que la flor de un día de Fukuyama preconizara el “fin de la historia” con su tan errado juicio: “El fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas.” Bastaron pocos años para contrastar lo ridículo de tal optimismo embaucador. Pero ni el genocidio de Ruanda, o las guerras de los Balcanes, o el mismo 11S fueron suficientes para apagar la centella del positivismo maníaco. Quizá Fukuyama decidiera andarse algo más calladito, pero todo un occidente no estaba dispuesto a dejarse arrancar tan alegre máscara de felicidad envuelto en una expansión monetaria nunca vista que le llevó a unos índices de riqueza jamás alcanzados.

 

Todo estaba bien. Pero no para Ratzinger. Aquel 1996 el periodista alemán le tantearía sobre el poder del mal en el mundo y la falta de respuesta de todo un Dios incapaz de contenerlo. La pregunta parecía exagerada: “Esta situación del mundo, que ha sido calificada como réquiem satánico del siglo XX, ¿no debería asustarnos?”. Previamente habían hablado de la evidente crisis de la Iglesia, y ahora se daría paso a la crisis de un mundo que pocos percibían con la nitidez del Cardenal Prefecto.

 

“Lo que sabemos como cristianos  es que el mundo está siempre en manos de Dios. Aún cuando el hombre se aleje de Dios hasta el punto de abocarse a la destrucción, Dios volverá a establecer un nuevo comienzo precisamente en la decadencia del mundo. (…) Pero por supuesto, también podría hacerse un diagnóstico más pesimista. Podría ocurrir que la ausencia de Dios sea tan fuerte, que el hombre entre moralmente en barrena y tengamos ante nosotros la destrucción del mundo, el apocalipsis, el caos.

 

Ratzinger era claro: sin Dios no hay paz. Sin moral se entra en barrena. Se puede decir que es esta una verdad primaria de la fe olvidada y despreciada: la necesidad de Cristo para la paz del mundo y para su futuro. Y que esta verdad está olvidada y despreciada lo evidencia la actual crisis financiera y política de occidente, dónde sólo la búsqueda de soluciones técnicas parece apta para la mayoría de los católicos. Esto se ha podido ver con la "resolución" del problema de los controladores aéreos en España donde la declaración del estado de alarma ha encontrado pronta justificación en la sociedad. Así, estos días atrás se han presenciado escenas dantescas de gentes desquiciadas gritando e insultando a cuantos controladores veían en la calle. La defensa de la fe de sus hijos protestando, por ejemplo, contra la pérfida EpC o los talleres de salud sexual, no parece requerir de tanta energía. Y es sólo un ejemplo, pero evidencia hasta que grado el derecho al bienestar, al placer, al goce, está por encima de la fe, de la moral, de la verdad.

 

Pero Ratzinger, reitero, era claro. “Donde el hombre se aparta de la fe, los horrores del paganismo se presentan de nuevo con reforzada potencia”. Lejos queda esta afirmación de una mentalidad occidental en la que la solución de los problemas es sólo campo para la tecnocracia. Dios es apartable. Si bien hoy se ha pasado de este escalón al siguiente, en el que Dios debe ser apartado. Pero mientras la tecnocracia resuelva y remache un estado del bienestar tambaleante, todo estará bien. Hasta que, simplemente, deje de estar.

 

La Iglesia de Sardes le pertenece al hombre. No ha sido “probada” por “la hora de la tentación” como lo será la iglesia de Filadelfia. Tampoco están contados sus días como en la última iglesia de Laodicea, con un Señor “a la puerta y llamando”.  Sardes se ha entregado a la inanición, voluntariamente. Se ha autodemolido. Y que es esta una peculiaridad respecto de las otras Iglesias lo evidencia la amenaza que pende sobre Ella, pues es condicional (“si no velas, vendré como ladrón.”). Pero a la par de condicional es incierta en su ejecución (“y no sabrás la hora en que vendré a ti”). ¿Hasta cuando tendrá Dios paciencia?, porque Sardes no sabrá la hora del juicio. Ecumenio, ya en el siglo VI, daba algunas pistas.

 

Pues si no estuvieses vigilante, dice, y no te levantases del sueño de tu pereza, vendré a ti como ladrón cuando no lo esperas. El divino Apóstol dice también sobre otros: Cuando digan paz y seguridad entonces, de repente, se precipitarán sobre ellos la ruina, como los dolores del parto de la que está encinta. Sin embargo tienes en Sardes unos pocos que no han manchado sus vestido y que caminarán conmigo con vestidos blancos, porque son dignos, por lo que, dice, estoy difiriendo mi rechazo y tengo paciencia con vosotros.”

 

Este es el misterio que sigue desconcertando desde hace tantas décadas, el que la Madre de Dios alerta sobre el castigo que pende como en un filo y éste no se verifica. Pero si no se ha entrado en el caos -en ese apocalipsis del que hablaba Ratzinger- es porque hay quien carga sobre sí los pecados de Sardes y detiene el pesado brazo de Dios que, como ladrón en la noche, caerá sin avisar. El tercer secreto de Fátima se muestra también revelador.

 

“Después de las dos partes que ya he expuesto, hemos visto al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más en lo alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; centelleando emitía llamas que parecía iban a incendiar el mundo; pero se apagaban al contacto con el esplendor que Nuestra Señora irradiaba con su mano derecha dirigida hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, dijo con fuerte voz: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!

 

Es María quien hoy detiene el justo castigo, pero obsérvese el orden narrativo. A la actuación intercesora de María el Ángel exige por tres veces Penitencia. De nuevo Sardes tiene en sus manos su futuro, pero debe saber que de esta crisis sólo saldrá por la penitencia, o de lo contrario el castigo vendrá “como ladrón en la noche” porque sin Dios todos los horrores resurgirán con fuerza. Porque sin Dios el hombre se aboca al abismo.





x    cesaruribarri@gmail.com