El agua del Espíritu que sana

 

Las lecturas del martes de la cuarta semana de Cuaresma nos presentan el signo del agua como aquella que viene a dar vida al hombre. El profeta Ezequiel nos señala el templo como el lugar de donde mana el agua que viene a sanar aquello que se encuentra enfermo y darle una nueva existencia. El profeta es llamado por Dios para que su persona se sacie de la presencia del agua, y lo termine de inundar. De la misma manera, el agua que sale del templo va colmando y transformando todo aquello por donde pasa, lo mismo que ha colmado al profeta. Por donde pasa el agua aparece la vida y todo queda sanado. El agua es signo del Espíritu que viene a sanar y curar la vida del hombre. El Espíritu introduce a la persona en la vida nueva que lo viene a limpiar y lavar; lo transforma en una nueva existencia donde todo viene a renacer de nuevo; cura al hombre de su enfermedad y lo sumerge dentro de sí para saciarlo por completo y que nunca más tenga sed.

Esta lectura del profeta Ezequiel tiene su cumplimiento en Jesús que viene a dar al hombre el Espíritu en plenitud. El Espíritu introduce a la persona en la misma vida de Dios para transformarlo en su totalidad. Jesús trae el cumplimiento de la profecía. Él se acerca a una piscina en la que por el agua los enfermos eran sanados. El agua signo del Espíritu profético puede limpiar al hombre de su enfermedad y curarlo. Pero Jesús nos envía el Espíritu del Hijo que viene a cambiar el corazón del hombre y darle el perdón de los pecados. El Hijo es quien sana al hombre paralitico y lo levanta de su postración; se acerca a la persona herida y lo cura por completo; lo invita a la conversión para que pueda iniciar un nuevo camino. Jesús ama al hombre que está enfermo y herido, se acerca a él y lo convierte por completo. Lo levanta de su parálisis y le da una nueva vida.

El Templo es el mismo Cristo de cuyo corazón herido en la cruz brota la vida que hace del hombre un hijo en el Hijo. El corazón del hombre es llamado a ser ese templo del que se derrama la vida para otros.

Así, el agua signo del Espíritu limpia al hombre de su tibieza y nos inserta en el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor por el que el hombre queda redimido. Es el agua del Bautismo que purifica al hombre del pecado y le introduce en la vida divina como hijo de Dios. El Espíritu del Hijo transforma al hombre que pase a ser un hombre nuevo abandonando al hombre viejo que le lleva al mal. El Hijo por su misterio de Cruz y Resurrección nos regala el don del Espíritu. Y de su costado abierto en la cruz manan el agua y la sangre que significan el Bautismo y la Eucaristía. El Espíritu nos mete en la misma vida sacramental de la Iglesia. Los sacramentos que hacen del hombre un hijo de Dios y le dan el alimento que le transforma en aquello que come: el mismo Señor.

Jesús se fija en ese hombre que vivía metido en sí mismo y lo pone en pie, para que pueda andar poniendo su mirada en Él. Le invita a coger su camilla y tomar su pasado para que sea transformado y sea salvado por Dios en su historia y en su existencia.

El paralitico se había quedado instalado en su camilla, en su parálisis. Su deseo era salir de ella pero solo no podía. Pero el Hijo de Dios se acerca a él y cumple su deseo. Este hombre es la persona que va a quedar sumergida por el agua del Espíritu que el Señor le regala. Jesús le sana, le limpia, le ofrece el perdón y la conversión de su corazón.

Jesús viene a sanar al hombre en el día que no se permitía coger una camilla en sábado. Los judíos quieren matar al Señor porque curaba en sábado, pero ellos no miran el milagro de la curación de un hombre de su parálisis. Se quedan en el cumplimiento externo de la ley. El Hijo se desvela también como el Señor del sábado que viene a ofrecer la salvación al hombre. No se queda en el rito externo que ofrece una purificación ritual por el agua, sino que viene a cambiar y dar una nueva orientación al hombre que vivía metido en su enfermedad. De este modo, el hombre queda sumergido en el agua que le viene a saciar el corazón y su sed del Dios. El agua signo del Espíritu ofrece al hombre la filiación y la vida verdadera.

 

Belén Sotos Rodríguez