Voy a hablar de lo que sé. Voy a hablar de todos esos versos sueltos con los que me tropiezo a diario. De esos versos que no acumulan palabras pero que ahí están, tan hermosos y vivos… Los ves, o puede que sólo sea una intuición, o una emoción que se difumina en el aire. Desde luego es algo que logra que el alma se conmueva. No sólo son meros sentimientos o cosas del carácter. Un simple movimiento de nubes o las primeras gotas de lluvia valen por mil tratados. No sabes ni que pensar. Es más, no piensas. Eres. Te vacías de repente. Y el alma se expande por el cuerpo. Te das cuenta de más cosas. O puede que se trate de las mismas cosas pero más nítidas, más conscientes. Hace un rato me ha despertado un beso. “Buenos días Guillermo”. Un simple beso. Y a partir de ese momento me he puesto a acariciar el día. Y me he dicho: “Voy a hablar de lo que sé”. De cuando pongo en su sitio las camisas o aliso la manta blanca a los pies de la cama. Y descubro el amor en esos gestos. Seguramente me expreso mal. Porque no son cosas que necesiten palabras (al menos no las que yo he aprendido). Y voy descubriendo el entramado sustancial de la vida. La vida vida. Su abrazo, cuando se van a la universidad o al colegio. Su abrazo… Es la poesía de la existencia, lo normal sobrenatural. Los árboles que se van quedando sin hojas, el olor del pan -o del libro- recién hecho. El alma de todo eso. Y cuando digo alma quisiera expresar el milagro, dar a entender un poco del misterio que lo hace posible. Con sencillez. Una simple lámpara encendida es algo más que una lámpara encendida. Me interpela, estoy seguro. Será por lo que significa la luz, o por la sombra que yo soy y que se dibuja en la pared y en el armario. Son las 9:56 y en el cielo hay unas palomas. Son las 9:57 y me he quedado sólo en el cielo. Llenos los ojos de azul y resquicios de sol. Lo que yo sé es más bien poco y salta a la vista. Sólo se precisa no tener prisa con el alma. Amar, enamorarse. ¿Cómo decirlo?