Díganme qué misterio es éste. Que a pesar de todos los chanchullos de mi vida, de tantas literaturas, patrañas y malas caras, esté contento. Díganme si a estas alturas de inopia e inercia en la que vivimos es normal que se dé alguien como yo: escritor de buganvillas, nieblas, alma y familia. No vayan a pensar que me creo exclusivo de nada, pero sonrío ante la circunstancia. Escaso de euros pero un flamante potentado de galaxias. Por no contar las mansiones de belleza que poseo en los cuatro puntos cardinales. Y ¡qué me dicen de las joyas que heredé de mi madre! Ni se imaginan. Unos geranios de rubíes y unas lágrimas que eran diamantes. Y esos cabellos de oro que guardo en mi escritorio y, que de vez en cuando acaricio, sin que me vea nadie. Me empeño en lo importante, y soy capaz de luchar durante horas -o días- con un poema por unas pocas palabras, o por algo más de lo que dicen. Hasta que encuentro el ritmo, y la batalla se acaba en un estrépito de silencio y viento, o quizá fracaso, pero sigo siendo feliz. Hoy es un misterio ser dichoso así, con pocas cosas; indagando en los bolsillos infinitos de Dios una buena propina de alegría.