Jan Vermeer van Delft: Alegoría de la fe

La liturgia de la Palabra de este domingo nos invita a meditar sobre la virtud de la fe. En la Primera lectura (Hab 1,2-3; 2,2-4), el Profeta se lamenta ante el Señor del triunfo del mal: “¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? [...] ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?”. Dios le exhorta a la paciencia y a la esperanza: “el justo vivirá por su fe”. En el Evangelio, los discípulos le piden al Señor: “Auméntanos la fe” (Lc 17, 510).
 
La siguiente definición de la fe propuesta por Santo Tomás en la Suma Teológica describe las cuatro dimensiones básicas de esta virtud teologal: “creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia”.
 
1. Es un conocimiento (pues es un acto del entendimiento);
2. De las verdades relativas a Dios;
3. Consecuencia de la propia voluntad de creer;
4. De la cual es responsable último la gracia de Dios.

La vida de fe supone una Revelación previa. La Revelación hecha por Jesucristo es la que nos permite conocer a Dios más allá de lo que pueden nuestras fuerzas naturales y dicha Revelación tiene carácter definitivo. Cristo es la plenitud de la Revelación.

Esta Revelación incluye unos contenidos conceptuales y la fe supone la aceptación íntegra de dichos contenidos. Sin recortes ni selecciones caprichosas. Quien toma unos elementos y rechaza otros del depósito de la Revelación, en realidad no está creyendo a Dios, sino a sí mismo o a quien hace esa selección.

El papel de la Iglesia es guiarnos para que no nos equivoquemos al profesar nuestra fe. «Los testigos fundamentales de la verdad, los que nos dicen lo que es Cristo y lo que Cristo hace, son los Apóstoles. Por amor a la vida guardamos fidelidad gozosa a las verdades de fe que ellos nos han legado como un "depósito" viviente, cuya custodia y exposición han sido confiadas a quienes continúan a los Apóstoles en la Iglesia. El depósito no es un lastre: es vida y razón de esperanza» (José Guerra Campos, Cristo y las verdades de la fe. La verdad y la vida, 1-mayo1972).

El justo vivirá por su fe”: Verdad y vida son inseparables. Las verdades de la fe —la doctrina católica— son expresión de una realidad viviente: nos dicen lo que Cristo es y lo que Cristo hace. El Credo no es un sistema de ideas frías y abstractas; es una historia de una acción salvadora, que parte de la vida eterna de Dios y nos conduce a nuestra propia vida eterna por el camino del Hijo de Dios encarnado para redimirnos.

En la Segunda lectura (2 Tim 1,6-8; 1314), San Pablo exhorta a Timoteo a mantenerse firme en la vocación recibida y a llenarse de fortaleza para proclamar la verdad sin respetos humanos: “Reaviva el don de Dios […] porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio”. Reconozcamos en estas palabras una invitación a esforzarnos por presentar la verdad de la fe a los demás incluso cuando las circunstancias no son favorables

Podemos fijarnos en Nuestra Señora la Virgen María, que vivió toda su existencia movida por la fe. Esa misma gracia le pedimos que nos alcance para que podamos contemplar en el Cielo lo que hemos aceptado, por la fe, mientras vivimos en la tierra.