Más allá de la peliaguda cuestión de la existencia de Dios que no es en lo que pretende entrar este artículo, desde la óptica estricta del ser humano Dios representa conceptos y valores que le trascienden a El mismo, y hacen que el problema de la existencia de Dios sea, siempre desde mi punto de vista, más un problema para el hombre que para el mismo Dios.
 
            Dios da respuesta ante todo a esa necesidad tan humana de perpetuarse en la historia, ofreciendo un alivio al drama que para el ser humano representa el final de la existencia. Y es que al fin y al cabo, más allá de la tantas veces repetida inteligencia, más allá de la capacidad de darse en amor o hasta en amistad a otros congéneres que tantas veces negamos, probablemente con injusticia, a todos los animales cuando todo nos lleva a la constatación de que muchas especies piensan y sienten (¿qué decir de monos o delfines?), lo que verdaderamente distingue al ser humano es la conciencia que tiene de sí mismo y la terrible necesidad de perpetuarse.
 
            Dios responde también al terrible problema de la incapacidad humana de aplicar la justicia definitiva, la justicia verdadera e inapelable, y el que más y el que menos de cuantos creen en la vida eterna, concibe el espacio por venir como un lugar en el que se aplicará justicia, premiándose a los justos y castigándose a los malvados.
 
            Pero Dios es, por último y sobre todo, la mejor solución a un problema no menor como es el de la existencia del Bien y del Mal y con ellos, de acciones que son buenas frente a acciones que son malas. No digo que sea, desde luego, la única vía porque de hecho, según lo veo yo, no lo es, y se puede llegar a la concepción del bien y del mal sin necesidad estricta de que Dios exista. Pero lo que tengo muy claro es que el ser humano necesita llegar a esa concepción, y que el de la existencia de Dios es uno de los caminos más derechos para llegar a ella.
 
            Y es que la diferencia entre poseer esa concepción y no poseerla no es menor. Aceptar que el Bien existe y el Mal también, supone aceptar necesariamente, a no ser que se sea intrínsecamente malvado, -y yo creo que de esa condición son muy pocos seres humanos-, que no todas las acciones son válidas, sino que sólo lo son las que conducen al Bien. Vd. me dirá, y no sin razón, que no para todos las acciones buenas son las mismas, pero aceptar que hay que tender al bien y encaminar a él nuestras acciones, supone aceptar también que el camino es sólo uno, y se impone la reflexión para hallarlo. No es poco acuerdo el que alcanzaríamos los hombres si todos pensáramos así. No aceptar dicha existencia representa, por el contrario, que todos los caminos son buenos, los que conducen a Jerusalén como los que conducen a Babilonia, y en definitiva que el único Dios es el propio hombre, y en cuanto tal, tiene derecho a desear cualquier cosa y a emprender cualquier camino para alcanzarla.
 
 
 
 
 
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