Han celebrado ayer los judíos el famoso Yom Kippur, un día que debe su fama a razones extrarreligiosas, y es que acabó dando nombre a una guerra, la que en 1973 enfrentó a Israel contra sirios y egipcios. Una guerra que duró dieciséis días y que terminó con la conquista por parte de Israel del Sinaí a los egipcios, y de los Altos del Golán a los sirios. Una guerra a la que, por otro lado, sucedió la primera crisis del petróleo, cuando los productores árabes tomaron conciencia del arma fabulosa que tenían con el oro negro, y sometieron al mundo a un conato de embargo petrolífero, pero sobre todo, hicieron subir el precio del crudo de manera antes nunca vista.
 
            Esto dicho, el Yom Kippur es, “también”, una fiesta judía, la de la expiación o acción de gracias. Está recogida en el Levítico, donde se dice:
 
            “El día décimo de ese séptimo mes es el día de la Expiación, en el cual tendréis reunión sagrada; ayunaréis y ofreceréis manjares abrasados a Yahvé. No haréis en ese día ningún trabajo, pues es el día de la Expiación, en el que se ha de hacer la expiación por vosotros delante de Yahvé, vuestro Dios. El que no ayune ese día será excluido de su pueblo. Al que haga en tal día un trabajo cualquiera, yo lo excluiré de su pueblo. No haréis trabajo alguno. Es decreto perpetuo, para todas vuestras generaciones, dondequiera que habitéis. Será para vosotros día de descanso total y ayunaréis; guardaréis descanso el día nueve del mes, de tarde a tarde” (Lv. 23, 27-32)
 
            El séptimo mes del que se habla es tishri, que en el calendario judío actual es el primero, el que abre el año, honor que en el Israel bíblico cabía al mes de nisán (por cierto, aquél en el que fue crucificado Jesús), siendo entonces tishri el séptimo del que se habla en el pasaje.
 
            El Yom Kippur es la culminación de los diez días de arrepentimiento que siguen al Rosh Hashaná o día de año nuevo, el cual cayó este año el día 7 de septiembre de nuestro calendario gregoriano, y en él se pide a Dios el perdón de los pecados. Como todas las fiestas judías, comienza con el anochecer del día previo, y concluye igualmente con el anochecer, y durante él a los judíos les está prohibido comer, beber o, como si de un sábado se tratara, desarrollar ningún trabajo. En señal de humildad y arrepentimiento, portan además zapatos de lona.
 
            El Yom Kippur empieza con la recitación del Kol Nidré durante el cual, los israelíes rescatan los votos realizados durante el año y que no van a poder cumplir (práctica, ésta de prometer acciones imposibles de cumplir, frecuente, al parecer, entre ellos). Es, además, el único día en el que los judíos realizan cinco oraciones, -curiosamente, el mismo número de las que realizan los musulmanes pero éstos a diario- a saber, el arvit, el shajarit, el musaf, la minjá y la neilá o cierre de puertas (del Templo se supone). El sonido del shofar, especie de trompeta realizada vaciando el cuerno de un carnero, marca la conclusión del ayuno, celebrado con una cena festiva.
 
            Hoy día, en las ciudades israelíes, la fiesta del Yom Kippur, una de las que concita mayor consenso en una sociedad como la israelí en la que el lugar que corresponde a la religión está en abierto debate con posturas muy enconadas, representa la total paralización de la vida cotidiana y económica. A modo de ejemplo, en España el portero del Mallorca, el israelí Dudú Aouate, cedió su plaza al portero suplente para no jugar en Yom Kippur. Una paralización tan estricta que, de hecho, fue aprovechada por sirios y egipcios para atacar Israel un ya lejano 6 de octubre de 1973.
 
 
 

 
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