Abro un libro y me encuentro de pronto en Sri Pada, en Ratnapura (Sri Lanka). Unas nubes lloran una lágrima esmeralda. El pico de Adán, la llaman. Sri Pada o huella sagrada. Me abstraigo del ruido y desciendo sobre esos bosques inmemoriales… Imagino el exótico sonido de los pájaros y la belleza infinita de Dios, tan verde. Imagino los troncos de los árboles y el tacto aterciopelado del musgo. Intuyo los peligros y el veneno, pero paseo tranquilo, sumido en el confín del milagro. Y los sueños pasan página una vez más. Y veo el Monte Athos, la altura de la soledad y el silencio de los monjes en su vigilia. A simple vista parece piedra y roca… Aunque es mucho más. Es la oración como arquitectura. Cada ventana es una celda, donde la perspectiva es hacia dentro: hacia el alma. No dejo de mirar la fotografía. Esos pequeños huertos y la embriaguez de las adelfas. Jardín de María, lo llamaban. Hojeo el libro despacio. Desde la Pirámide del Mago en Yucatán (la vida en sus jeroglíficos y demás metáforas de piedra) hasta la sencillez de Belén (lugar que el mismo Dios eligió de cuna). “Espacios de espiritualidad y fe”, se subtitula el libro editado por Electa y escrito por Rebecca Hind. Y pienso en la necesidad crónica que tenemos de esa espiritualidad y de esa fe. Pero no de cualquier manera, no a base de sentimentalismos manieristas o remolinos de incienso, no a base de sectas infernales o moralina de best-seller. Dios es otra cosa. Dios es la austeridad y la pureza, la mansedumbre y la misericordia, el perdón y la caridad, la sonrisa y la ternura, el sentido del dolor y el trabajo bien hecho… Dios es el Amor con mayúscula y la resurrección de la carne, y de la alegría. Es el Camino, la Verdad y la Vida. Y la Poesía. Dios es el Cielo en la tierra. Esta tierra llena de lugares sagrados, maravillas del alma, aunque parezcan materia. Y este libro nos muestra como los hombres le han dado la gloria que se le debe -a lo largo de los siglos, o han intuido de forma vaga o con más tino algunos de sus dones y de sus signos.