¿Que no existen? ¿Que es una paranoia de mi coleto? Bueno, la verdad es que cada uno puede hacer de su ignorancia el sayo que le plazca, y vivir en esa apariencia de gelatina existencial que se suele. Pues nada. Pero haberlo hailos. Ladrones de almas me refiero. Y no es cuestión de broma, ni de medio pelo. Los hay en la calle, en la televisión, en los anuncios por palabras, en internet, en política, en supuestas religiones, en la moda, en algunos grupos de rock y en el cine, y hasta en cierta viscosa literatura o filosofía vacía de humanidad y de norte. Ay, esos ladrones de almas que poco a poco van apartando a la gente de Dios, de lo sagrado, de la virtud, de la verdad, de lo bueno. Y de lo bello. Sin darnos cuenta cualquiera de nosotros vamos dando por supuesto el impudor, la impunidad de la mentira, el celestineo moral, lo mediocre, la avaricia como rutina, la gula, el espantajo. Y nadamos en la superficie de las cosas, de las horas; consumiendo bagatelas de forma compulsiva. Y el alma se nos va quedando en nada, y la conciencia se ablanda, y el pecado dicen que no existe, o que no tiene consecuencias. Pero las tiene. Y graves.

Los ladrones de almas se esconden, se disfrazan, nos tientan con su consabida y sugestiva retórica. “¡Qué más da!”. “No todo va a ser penalidad, hombre”. “Se vive sólo una vez”. “Tampoco hay que exagerar”. “El catolicismo no es eso”. Es más cómodo seguir este juego. Pero nos notamos tristes. Algo no va. El disimulo y el trapicheo, el no querer pensar; el ceder constantemente, el dejarse estafar en lo sustancial, no nos deja apreciar la felicidad (no confundirla con el disfraz de turno, con lo que nos quieren vender como tal). Por eso nos quejamos de todo, por eso tenemos miedo a recapacitar o a estar en soledad. O a confesarnos… a nosotros mismos que no podemos seguir así ni un minuto más. Y nos corroe la ansiedad, la congoja y el sinsabor. Y hablamos del tiempo y del fútbol y de la fama del prójimo y del último episodio televisivo de no se qué. Y nos pegamos meses o años acomodándonos a lo pueril, doblegándonos, adocenándonos. Satisfechos ¿de qué? Si nos han quitado el alma. O al menos hemos consentido en ello. Y sin alma, sin amor de Dios, sin esa visión trascendente del mundo y de lo que hacemos ¿cómo vamos a disfrutar verdaderamente de la vida?
 
Sin alma no hay caridad, no hay manera de vivir con cierta alegría y orden de prioridades. Ya nos podemos poner como queramos. Ya podemos acudir a las más doctas ciencias y hacer fortuna de cara a la galería. E incluso escribir metódicos versos (¿puede haber poesía sin alma?). Todo queda en nada. En nada de nada. ¡Si cada uno reconociéramos de verdad nuestro meollo! Y es que no se puede vivir sin alma. ¿Cómo podemos dejar que nos expolien de esta manera?