Se publicaba hace poco un estudio de Gallup sobre los países más religiosos y, de rebote, los menos religiosos del mundo. Resultados interesantes con sorpresa incluida, pues lo que se puede considerar una tendencia innegable de aumento de religiosidad cuanto menos poderoso económicamente es el  país, encuentra una excepción precisamente en el país más rico del mundo, que son los Estados Unidos de América, de muy alta religiosidad a pesar de su poderío. Pero, aparte dicha excepción, el estudio confirma lo que uno ya se puede imaginar.

 

No hace falta usar mucho dicha imaginación para hacerse una idea que, entre los países más religiosos, están algunos de mayoría musulmana en Asia y África, y que entre los menos fervorosos están otros de nuestra querida y vieja Europa. Entre los menos religiosos del todo encontramos alguno que del que es normal esperárselo, como Rusia, después de tantos años de comunismo ateo con un ligero barniz de cristianismo ortodoxo que ha hecho bien poco, como el mismo estudio refleja, algún otro sumergido en el capitalismo salvaje, como es el caso de Japón, y los consabidos Suecia, Francia y Dinamarca, seguidos de cerca por Inglaterra.

 

Por otro lado, de la misma Gallup leemos en otro estudio que 8 de cada 10 adultos en el mundo (habiendo consultado casi 120 países)  declara creer en Dios, lo cual no deja de ser significativo. Pero volvamos a Europa, sobre la cual hablaba el abajo firmante hace poco por motivo del relativismo que abre las puertas al Islam y hoy, por hacer justicia, debe decir que unas cuantas noticias le han dado nueva alegría acerca de nuestro querido continente.

 

La primera viene de Suecia, en la que según cuenta Zenit parece que se ha abierto la primera institución de enseñanza universitaria católica desde 1477. Viendo las fechas, se puede uno  imaginar que no se volvieron a abrir otras a causa de la reforma protestante, que no fue especialmente suave por aquellas tierras. Pues el hecho que hoy haya dicha institución se puede considerar, aunque geográficamente no corresponda exactamente, como una pica en Flandes. La llevan en Upsala los Jesuitas, a los cuales el Papa acaba de felicitar por abrirla y en realidad fue fundada en 2001, pero ha sido aprobada por el gobierno este año, el pasado mes de abril. ¿De rebote nos puede hacer esperar que de Jesús esté volviendo a su tradicional carisma de enseñanza y evangelización entre los no creyentes? Sería doble motivo de alegría.

 

La segunda noticia viene de Alemania, de donde leemos que el número de católicos supera ya el de protestantes. Por supuesto que nadie debe alegrarse del mal ajeno, pero no parece tampoco que ellos lo perciban como un mal, quizás como un signo de los tiempos o algo parecido, que deben de mirar con resignación. Por otro lado, la alegría por la noticia no disminuye el interés ecuménico del que escribe, pero que es siempre ligeramente menor (pongámoslo así para que no me llamen carca) que el deseo de la expansión de en el mundo. Si el pobre Lucero levantase la cabeza y viese su país que poco a poco se va llenando de católicos, le podría dar un jamacuco.

 

Por último, no son nada despreciables las noticias tan positivas que llegan sobre la preparación del viaje del Papa a Inglaterra. En los medios españoles nos estamos enterando con cuentagotas, y sobre todo de las cosas morbosas como lo de los autobuses pidiendo la ordenación de mujeres, pero en los de habla inglesa hay noticias abundantes, a veces de declaraciones interesantes de políticos, a veces de detalles de gente sencilla y de conversiones a la iglesia. Son muchos los que están convencidos que el va a ser altamente beneficioso no sólo para los católicos de aquel país, últimamente puestos en la picota más de lo que querrían, sino también para los que, cansados de los anglicanos y sus extravagancias, miran con esperanza a católica porque no se creen que sea tan mala como la pintan en

 

Europa sigue siendo tan descreída y sigue pasando por muchas dificultades para evangelizar y a veces incluso para expresarse con libertad, pero estos signos de esperanza, y otros muchos otros que ocurren aquí y allá en el viejo continente sin que nos enteremos, todos ellos regalo del buen Dios, son de agradecer.