Ayer enfocábamos la Ley orgánica de protección integral contra la violencia de género desde uno de los aspectos más lacerantes que la misma ha desarrollado con el beneplácito de los poderes públicos: las denuncias falsas contra hombres, mucho más frecuentes de lo que nadie habría nunca imaginado.
 
            Hoy me voy a adentrar en el segundo problema que plantea una ley que convierte en delito un comportamiento, el de los malos tratos de mujeres por hombres, haciendo expresa omisión del delito simétrico, a saber, los malos tratos de hombres por mujeres, ni que decir tiene que tan condenable como el primero.
 
            El caso de los malos tratos de mujeres por hombres a alguno podría parecer anecdótico. Ignoro, siquiera, si existen estadísticas en España. De hecho, pocos deben ser los casos efectivamente denunciados. Dése Vd. cuenta, amigo lector, de la desabrida situación, de la vergonzante soledad, en la que se halla en España un hombre agredido por su mujer: para “los de la vieja escuela”, llamémoslos así, apenas un pobre cornudo o parecido, objeto de toda clase de burlas y chanzas. Para el progresismo neomodernista, un sospechoso de malos tratos que merece lo que tiene. No me lo invento, la situación se ha dado, y registró no poca notoriedad. Trátase del caso aciago de una mujer, la Tani, que mató a su marido, creo recordar que administrándole matarratas en dosis progresivas, entre horribles sufrimientos, y la manifestación de apoyo que ello suscitó entre los movimientos feministas que hicieron famoso el lema “Todos somos la Tani” con el que defendían a la pérfida señora, bajo el argumento de que para acabar actuando como había actuado, “algo habría hecho su marido” (la víctima). ¿Se habría tolerado que en cualquiera de los muchos asesinatos de mujeres a manos de los hombres que las acompañan, alguien se preguntara qué es lo que había hecho esa mujer para merecer tal fin?
 
            Sí existen, sin embargo, dichas estadísticas, en países muy cercanos al nuestro geográfica y conductualmente hablando, por lo que el dato se presenta como valiosísimo para conocer la realidad patria. Los aporta el Observatorio nacional de delincuencia francés, y nos habla de 110.000 hombres víctimas cada año de la violencia conyugal (nombre que recibe el concepto en Francia), de los que sólo el 5% se atreven a denunciarlos. Con todo, 5.500 denuncias al año, 15 al día... nada mal.
 
            Una vez más, se hace urgente afrontar el problema en su dura realidad: violencia doméstica, no violencia de género: la que se produce en casa, no la que realiza el hombre contra la mujer. Un delito que es más antiguo que la historia, y que es condenable como el que más, porque produce las situaciones más aberrantes, escandalosas y repugnantes. Pero enfocar el problema desde una de las partes, convirtiéndola en "el bueno de la película", ignorando deliberadamente a la otra, a la que se convierte en el imprescindible “malo”, sólo produce los indeseables resultados que está produciendo (denuncias falsas, nichos ocultos de violencia doméstica), e incluso, como veíamos decir ayer a la magistrado de la Audiencia Provincial de Barcelona, María Sanahuja, el agravamiento del problema.
 
            Nadie crea, sin embargo, que lo ocurrido es casual, sino que, más bien, encaja perfectamente con lo que era el verdadero objetivo de la Ley para muchos de los que la votaron –a los otros, pobrecitos, se la colaron, como se dice vulgarmente, "doblada"-: la destrucción de esa célula básica de la sociedad que es la familia, un objetivo que asoma de manera cada vez más indisimulada, en buena parte de la legislación realizada por el actual Gobierno: así la ley de divorcio express, así la ley de matrimonio y adopción homosexuales, así la ley de cuotas, así la ley de aborto, así la imposición de la EPC, así la ley de violencia de género... Todas las cuales conforman perfectamente una estructura de lo que se da en llamar ideología de género y yo, personalmente, prefiero llamar de lucha de los sexos.
 
 


 
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