Perdona Dios mío, me disponía a comenzar cualquier otra cosa y no te he dicho ni buenos días. Perdóname. Hoy me duele mucho la cabeza. Sabes que es verdad. Hoy sí. Y Juan está con fiebre. Es lo que por ahora tengo y te puedo dar. Este dolor persistente… Y este desmadejamiento. Mira, la verdad es que no tengo muchas ganas de hablar. Ni de columbrar o fantasear siquiera. Mira, vamos a hacer una cosa, yo abro la ventana y me quedo ahí, como un espectador de tu mañana, de tu gloria cotidiana. No me siento con fuerzas para más. Puede que sea una oración rara, y roma, pero ese cielo tan azul vale por mil tratados ascéticos, y después está la mística de este viento tan impetuoso, que suena y remueve el alma, en un remolino de amor en donde estás Tú, mi Dios, y yo, y el mundo, y la poesía, y la desazón de tantos, y el hambre, y los ojos infinitos de esos niños que juegan con barro en una desconocida barriada de Goa. Tú, mi Dios, que nos has dado la luz y el caudal amazónico de las lágrimas. Yo Te observo, mejor dicho Tú me observas, aquí, apoyado en tan escaso ánimo, en este día de agosto, en esta ventana, en esta mi vida que sólo sirve si Te ama, para qué vamos a engañarnos, aunque haya nubes tristes u óxido en las horas. Oye Dios mío, escucha, Te quiero. Con dolor de cabeza o sin dolor de cabeza; con ganas o sin ganas; en la calle o en la inopia; o en esta ventana donde a Ti me asomo (o donde a mí Te asomas desde la Cruz, desde el altar de Tu misericordia, desde este majestuoso cielo donde todo es gracia). Alivia estar Contigo. Conforta... Por favor, no descuides la fiebre de Juan. Tú eres Padre y sabes lo que inquietan estas cosas. No descuides mi alma, tan aficionada a olvidarte en ese cúmulo de ensueños que ya sabes y perdonas. Que no me acostumbre a Tu perdón, a la absolución completa de mis faltas. ¡Qué hermosura la de asomarse aquí, en esta mañana de agosto, a Tu Amor, a Tu presencia! Ya han desaparecido aquellas nubes que había antes. Estás sólo Tú, tan azul, tan Puro, tan Amigo. El viento no cede. Te respiro.