Como decíamos hace un par de días, la polémica sobre la muerte real y verdadera de Jesús no es privativa del islam. En el ámbito del propio cristianismo, dicha polémica se desarrolla con prontitud, y por lo tanto, siglos antes de que la religión islámica se vislumbre si quiera en lontananza. Y así, aunque los cuatro evangelistas canónicos, sin excepción y sin diferencias en lo relativo a este punto, afirmen con rotundidad que Jesús murió y que al tercer día de muerto, resucitó (Mt. 28, 1-8; Mc. 16, 2-6; Lc. 24, 1-8; Jn. 20, 118), en seguida tomaron cuerpo en el seno del cristianismo herejías que de una u otra forma, sostenían que Jesús no había muerto en la cruz.
 
            La primera herejía que rebate la hipótesis de su muerte en la cruz, una de las más tempranas en la vida del cristianismo, lo hace sobre la base de que Jesús no tuvo una forma física real, sino solo aparente. Así las cosas, su muerte en la cruz habría sido igualmente aparente, no real. Se trata del docetismo.
 
            En parecidos términos se expresa el apócrifo conocido como Hechos de Juan, texto difícil de datar pero probablemente anterior al s. III, en el que, bajo la forma de revelaciones para que éste las traslade al resto del Colegio apostólico, Jesús le dice al apóstol Juan:
 
            “Esta cruz pues que ha afianzado todo por el Verbo, y que ha separado los seres generados e inferiores [...] no es esa cruz de madera que verás cuando hayas bajado de aquí. Tampoco yo soy el que está sobre la cruz” (op. cit. 99)
 
            Abundando en la idea, uno de los heresiarcas gnósticos, Basílides (primera mitad del s. II), del que tenemos noticias gracias a San Ireneo de Lyon, va incluso más lejos y da una solución al enigma, formulando la tesis de que el que muere en la cruz, haciendo creer a los judíos que ya se han desembarazado del inquietante Jesús de Galilea, no es en realidad él, sino Simón de Cirene, personaje que citan los tres sinópticos y al que, según ellos, los judíos obligaron a portar la cruz de Jesús (Mc. 15, 21 y equivalentes). Habría ocurrido que, de manera milagrosa, Jesús habría infundido su propia apariencia al pobre desgraciado, del que el evangelista Marcos nos informa que “volvía del campo” y era “padre de Alejandro y de Rufo”.
 
            En cuanto al apócrifo Libro de Bernabé del que se habla en la noticia publicada en la prensa española y también en este medio, Religión en libertad, del cual procedería el anatema en cuestión, no conozco ningún texto así llamado, y sí en cambio una Carta de Bernabé, escrita en algún momento entre el año 96 y el 134, de la que, en modo alguno, cabe extraer la no muerte de Jesús en la cruz, sino todo lo contrario. Juzgue si no el lector:
 
            “Porque el Señor soportó entregar su carne a la destrucción a fin de que fuéramos nosotros purificados por la remisión de nuestros pecados, lo que se nos concede por la aspersión de su sangre”. (op. cit. 5, 1).
 
            Pienso más bien que en el texto de la noticia hay un error, al confundir Bernabé con el Basílides del que hablamos más arriba.
 
            Aún así, mi impresión no es tanto la de que el autor del Corán se inclinara por una tesis herética cristiana de la que probablemente ni llegó a oír hablar nunca, sino que amén de no comprender toda la teología subyacente a la teoría de la redención cristiana, no podía dar pábulo a la idea de un profeta que, enviado por Dios, pudiera sufrir el aciago final que los textos cristianos le reservan a Jesús, cambiando alegremente el desenlace evangélico por uno mucho más favorable al profeta galileo. El auxilio que nunca le niega Dios a uno de sus profetas es algo de lo que se hace eco el Corán cuando Allah le dice a Mahoma:
 
“También fueron desmentidos antes de ti otros enviados, pero sufrieron con paciencia ese mentís y vejación hasta que les llegó Nuestro auxilio” (C. 6, 34).
 
            Párrafo coránico en el que, en mi impresión, Allah se refiere, si no sólo a él, sí también, desde luego y de manera especial, a Jesús de Nazaret.
 
            Hay mucho más sobre el final que el Corán le depara a Jesús. Si el lector desea seguir ahondando en tan interesante tema, me propongo desvelárselo mañana, por lo que, como le decía ayer, mucho me gustaría, si no le parece a Vd. mal, volver a verle por aquí mañana, amigo lector.
 
 
 
            Extraído y adaptado del libro: “Jesús en el Corán” Luis Antequera. Editorial SEPHA, 2006.