En noviembre el Papa irá a Barcelona a consagrar el templo de la Sagrada Familia. Acontecimiento histórico. Un pueblo que ha construido un fantástico templo a Dios. Y eso tiene su mérito en una época nada fácil para la expresión pública de la fe. Y el Papa, en nombre de Dios y de la Iglesia, no puede menos que agradecerlo y felicitar a los que han hecho posible este milagro arquitectónico. La Sagrada Familia no es un templo más. Por su historia y su originalidad sobresale muy por encima de lo que hoy nos es posible hacer. Y detrás, entre los cimientos, y por todos los rincones labrados como si de un jardín se tratara, hay un hombre, un genio: Gaudí, el Arquitecto de Dios. De sobra conocido, pero se merece que lo recordemos y le estemos agradecidos.
                        El Arzobispado de Barcelona ha llenado la geografía española de una información completa y concisa. Se habla de la historia del Templo, de la vida singular de Gaudí, de la belleza del culto a Dios desde la fe y el buen gusto. Los catalanes siempre han sido pioneros en la Liturgia, tal vez por influencia de los benedictinos de Montserrat.
                        Sin duda que Cataluña ha dado grandes hombres en todos los campos del saber, del arte, de la vida en todas sus manifestaciones. Hoy destacamos a Gaudí. Más allá de su genialidad artística, muy singular, está la interioridad del hombre que descubrió a Dios y consagró su vida a mostrar su huella extrayendo de la piedra la belleza que llevaba dentro, como haría Miguel Ángel con el mármol. El decía: El gran libro, siempre abierto, que es necesario esforzarse en leer, es el de la Naturaleza.
                        Es hijo de unos padres piadosos y honrados. Es el pequeño entre cinco hermanos. Sufrió bastante debido a una dolencia de carácter reumático que le impedían hacer una vida normal. Su madre lo cuidaba con mimo. Vivía muy en contacto con la naturaleza, y se dice que la belleza y la luz fueron sus maestros. Disfrutaba con la liturgia que se vivía en el Colegio de los Padres Escolapios. Su devoción a la Virgen era notable. Aprendió a trabajar en el taller de su padre, que era calderero.
                        Se traslada a Barcelona para terminar el bachiller y estudiar arquitectura. El general Prim, con sus ideales liberales y progresistas, influirá en su etapa idealista de joven. Su religiosidad sufre un parón serio en esta época. Le preocupan otras cosas. Empieza a trabajar en proyectos que tienen que ver con la religión, como es un detalle importante en un cementerio, para el que se inspiró en el libro del Apocalipsis, que le impresionaba bastante. Colaboró en trabajos de restauración de la catedral de Barcelona, y tenía una especial admiración por Verdaguer.
                        El hecho de las muertes acaecidas en la familia le causará gran impresión. En 1876 muere un hermano y su madre. Poco tiempo después morirá su hermana, que le encomendará el cuidado de su hija. En este campo abonado por el dolor volverá a brotar la fe católica que tuvo desde niño.
                        Desde su itinerario de fe cristiana confió siempre en la Providencia divina, en lo bueno y en lo malo. En la plenitud de su tarea como arquitecto recibe el encargo de dirigir las obras de la Sagrada Familia, que estaba en sus inicios. Va a suponer esta obra para él la maduración de su vida interior. Se identifica totalmente con aquella empresa, que la considera para Gloria de Dios.
                        El que fuera Obispo de Astorga, Mons. Grau, le encargará la construcción del palacio Episcopal, y al mismo tiempo le ayudará a ir perfeccionando en él su amor a la liturgia de la Iglesia, que será la inspiradora de toda su obra religiosa. Otros personajes del mundo eclesiástico influirán en su vida ascética. A tal grado llegó su entrega a su misión, que renunciaría a contraer matrimonio, y prácticamente vivía entre los muros del templo que iba creciendo cada día. El consideraba la Sagrada Familia como la catedral de los pobres.
                        La virtud es la fuerza que recibe de Dios para luchar cada día en el cumplimiento del deber. Ayuna y ora para ver más claro los misterios que ha de plasmar en la piedra. La portada del Nacimiento será para él como el culmen de la alegría que le produce el trato con Dios. Todo su empeño es unir naturaleza y fe. Ve a Dios en la naturaleza, y quiero darlo a conocer con su estilo peculiar de ver el arte. Pretende presentar el misterio de Dios bello y esperanzador.   Cuando uno contempla la Sagrada Familia comprende que Dios es siempre belleza y alegría puestas a nuestro alcance.
                        Tendrá que sufrir en una grave enfermedad para encontrar en el dolor, vivido con serenidad, la clave para labrar la fachada de la Pasión del Señor. San Juan de la Cruz será su guía místico. Finalmente tendrá que asumir la soledad y la preocupación de ver paradas las obras del templo por falta de medios. El mismo se convertirá en mendigo para recaudar fondos y seguir con el proyecto. Será la Providencia la que lleve adelante la obra. Y su gratitud quedará plasmada en el portal del Rosario.
                        Tenía un especial amor a los pobres. Visitaba el Hospital de beneficencia de la Santa Cruz. Y en ese hospital, rodeado de pobres, murió Gaudí, el 10 de junio de 1926, a consecuencia de sufrir el atropello de un tranvía de la capital. Sus últimas palabras fueron: “¡Jesús! ¡Dios mío!”.
                        La Sagrada Familia es fruto de la fe de un pueblo y, sobre todo, de la fe de un catalán universal que quiso aplicar en su gótico peculiar, las mismas leyes de la naturaleza salida de las manos de Dios.  El Papa Benedicto XVI consagrará esta singular casa de Dios, y destacará la gigantesca personalidad del hombre que la hizo posible. Pienso que algún día veremos a Gaudí en los altares, en el altar mayor de la Sagrada Familia fruto de su fe.
 
                        Juan García Inza