En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte mejor, que no le será quitada». (Lc 10, 38-42)

De este episodio, siempre me ha atraído la figura de María. Mi ser, mi deseo de vivir el presente intensamente y de sacar de la circunstancia actual lo mejor, me lleva a desear identificarme con María. Sin embargo, mi naturaleza práctica y activa hace que a menudo viva como Marta.
Me pongo en la piel de Marta e imagino que Jesús viene a mi casa... ¡Uf! Estaría como ella, afanada en mil historias, ordenando, limpiando, y sobre todo preparando una estupenda comida de bienvenida. Me quejo a Jesús, tal como cuenta el Evangelio, y me quedo aturdida por su respuesta, al tiempo que siento que algo muy hondo interpela mi corazón.



"Después de lo que Jesús me dijo la última vez que vino, he meditado y aprendido algunas cosas.
Nuestro amigo Jesús viene a mi casa, una vez más. ¡Qué afortunada, tener a Jesús de Nazaret por amigo! ¿Seré tan valiente de olvidarme de todo para ponerme a los pies del Maestro y escucharlo?
Hoy enfoco mi trabajo interior en este sentido. Atendiendo a mi naturaleza, serviré feliz, entregada, llena de amor.
Sí, preparo serenamente y con todo mi amor una rica comida. Dispongo la casa lo mejor que sé, preparo flores frescas en jarrones, arreglo las plantas, ventilo... ¡Huele a limpio! El Señor parece acompañarme en mi quehacer....
Llega Jesús. Le abro la puerta, como siempre, muy emocionada. Mi corazón de niña salta de gozo. Le saludo y le miro a los ojos, pero sobre todo, dejo que su mirada penetre e inunde mi ser con su amor, me sane, me proyecte y me eleve. Su mirada parece ver maravillas en mi interior, maravillas que yo no veo o de las que no tengo conciencia, y que sin embargo, su mirada revela y pone al descubierto.
Sigo sirviéndole; todos disfrutamos de la cena y en cuanto veo la oportunidad me siento junto a mi hermana María, y unidas escuchamos las palabras del Maestro que nos llenan de vida.

¿Quieres venir al próximo encuentro?