Es la última semana de julio. Lo normal es tener la mente en algún lugar de descanso, ya sea en la playa, la montaña o, por qué no, la ciudad, donde aprovechar unos días de vacaciones. Los ánimos, lo noto en la forma de desplazarse de los conductores y en el humor de mis compañeros de autobús por las mañanas que, en vez de un "buenos días" al conductor, sólo aciertan a decir "Grrrrññññññ".

Estamos cansados y agobiados. Unos, por los muchos meses de trabajo. Otros, por los muchos meses sin él. En cualquiera de los casos, tambien arrastramos estos sentimientos de forma combinada, cada uno según su circunstancia. Pues las causas y modos en que se manifiestan agotamiento y ahogo vital son muchos y variados. 

Se me viene a la mente la situación de Fernando Ferrín Calamita, quien por proteger a la infancia al máximo fue defenestrado profesionalmente por el sistema y cuya cabeza se ha exibido prendida como en picota en medio de la plaza pública. Ahora se le quiere deshollar en lo económico, para mayor castigo y escarnio. Ha de pagar unos 100.000 euros antes del próximo día 5. Tiene mujer y siete hijos.

También se me llega la imagen el cansancio y el agobio que viven unos padres primerizos cuyo hijo está enfermo. Probablemente no sea nada grave, pero las pocas horas de sueño y la normal preocupación hacen mella.

Recuerdo al tiempo a una mujer que no hace muchos días mostraba su preocupación a monseñor Munilla en Radio María por la salvación de un hermano alejado de la fe.

Yo también tengo mis cansancios y agobios. Pero permítanme que no desnude mi alma en estas líneas. Para eso está el confesonario.

Parece, en suma, que a estas alturas del año, todos vivimos cansados y agobiados.

Pero no temamos. Está escrito: "Yo os aliviaré".