Hay momentos en la vida de las personas que marcan sus días y les dan una nueva orientación y estímulo. Creo que este tiempo de Pascua que ya hemos terminado con la solemnidad de Pentecostés ha significado para mí un punto de inflexión importante y determinante.

Estoy descubriendo la felicidad de no tener nada y la fiesta que verdaderamente está presente en medio del desierto:

Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia. (Santiago 1,2-4)

Se trata de una invitación que el Señor nos hace a descubrir el auténtico gozo que está detrás de las pruebas que nos ayudan a salir victoriosos. Esta alegría genuina es capaz de cambiar mi lamento en danza; por eso ya no hay tristeza, solo alabanza y acción de gracias.

Cuando llego a comprender el origen de mi vida, de dónde vengo, y alcanzo a vislumbrar mi meta, el destino que me aguarda, entonces y solo entonces puedo vivir feliz porque estoy completo y colmado de la plenitud que solo Dios puede darme. ¿Qué tengo que no haya recibido? Todo es gracia y don, por eso puedo vivir agradecido en medio de esta gran peregrinación hacia la patria definitiva.

Ahora puedo danzar en el proceso, puedo gritar y dar vueltas porque ya no me avergüenzo. En definitiva, descubro que hay fiesta en el desierto. Yo le digo a Dios: aunque venga la enfermedad, mientras viva te alabaré; aunque mis labios quieran callar, mientras viva te alabaré; aunque el desierto me quiera secar, mientras viva te alabaré; aunque la higuera no florezca, mientras viva te alabaré.

Ya no hay tristeza, solo alabanza y acción de gracias porque mi lamento cambiaste por danza. Está escrito que tenga gozo, cuando pase por diversas pruebas saldré victorioso. ¿Qué tengo que no haya recibido? Me has traído a la existencia y me has regalado la vida; en Cristo he descubierto quién soy y conozco a donde me dirijo.

La felicidad de no tener nada en este mundo es en realidad la dicha de haber recibido todo en Cristo. Cuando no tengo nada soy libre y es entonces cuando me doy cuenta de que lo poseo todo, porque para mí la vida es Cristo (Filipenses 1,21). La fiesta en el desierto me invita a danzar porque es un adelanto de la vida eterna que me espera junto a Él. ¿Qué tengo o qué soy que no haya recibido primero?

 

 

Fuente: kairosblog.evangelizacion.es