Resulta cada vez más intolerable el tono desafiante y de matón de esquina en el que se dirigen a los españoles los diferentes dirigentes nacionalistas que pululan por la hermosa geografía patria, y sólo la costumbre y el callo que la misma ha producido, nos hace aceptar como normal lo que es sencillamente intolerable.
 
            Les voy a hacer una confesión: aún siendo su destinatario ZP, -y bien sabe Dios, y los que acostumbren a leerme también, que nada deseo más que su desaparición de la escena política-, como español y como ciudadano me resultó intolerable la amenaza vertida por el Sr. Más el día 2 de julio, instando al Presidente “a medir sus palabras” y explicándole la diferencia entre advertencia y amenaza, con un tono y unos modales que en el Bronx no habrían hecho mal papel.
 
            La verdad es que cada día es más urgente que los dos grandes partidos, PP y PSOE, alcancen un acuerdo en lo relativo a la cuestión que algunos llaman territorial, y yo prefiero llamar nacional. Un acuerdo que solvente lo que constituyó el gran error de la Transición, a saber, el inmenso poder otorgado a los partidos nacionalistas aun a pesar de su reducidísima representatividad... Porque digámoslo de una vez: ruido, hacen mucho ruido, pero ser, son cuatro gatos. El consenso constitucional pudo haber transigido en una de dos maneras: o bien dotando al país de una generosa administración territorial; o bien dando a los nacionalistas la llave de la gobernabilidad nacional mediante una ley electoral que dificultara las mayorías estables y las sometiera a ellos. Mal estaba, a mi entender cualquiera de las dos concesiones... ¡pero las dos...!
 
            Ante esta realidad, y ante la complejidad, -que no imposibilidad, ojo-, de replegar velas en lo relativo al sistema autonómico, una vía relativamente fácil de transitar debería ser la que condujera a la modificación de la ley electoral para facilitar el logro de mayorías que hagan innecesario el recurso a los partidillos de siempre, tan escasos de votantes como desmesurados en sus reivindicaciones y desleales en su proceder.
 
            Lamentablemente, el objetivo tropieza con una dificultad insalvable: la falta de escrúpulos del pesoísmo, -no digamos del zetapismo-, aferrado a la "doctrina del gobernamos como sea” formulada en estos términos: si ganamos, sólos; si perdemos, con los nacionalistas "cueste lo que cueste". Una situación, ésta de un partido que no gana las elecciones y que gobierna merced al apoyo nacionalista, que si bien no se ha dado aún a nivel nacional, -aunque a nadie se le oculta que podemos vivirla cualquier día -, se ha dado ya en demasiadas ocasiones por desgracia, a nivel regional: Galicia, Cantabria... En Baleares, se ha producido la insólita situación de un Gobierno formado por siete partidos de todo pelaje regionalista y nacionalista, y una oposición formada por un único partido que era, a mayor abundamiento, el que había ganado las elecciones y de manera arrolladora.
 
            Lo cierto es que, tacita a tacita, las patadas nacionalistas del PSOE al PP se las da en el culo de España. No se trata sólo de que se haya llegado ya demasiado lejos en términos de descentralización y en términos de deslealtad (aquélla no sería tan mala sin ésta). Es, sobre todo, el estado de perpetua provisionalidad a la que los nacionalistas han sometido a este país, siempre a expensas de que una nueva urgencia se haya de solventar con el pago de nuevos chantajes: hoy mismo, sin ir más lejos, se habla ya de nuevas transferencias al País Vasco... aunque sea para algo tan efímero como apoyar unos días a un Gobierno que se cae sólo, pero que, eso sí, no tiene el menor reparo de vender el país en su camino hacia el patíbulo... No hemos terminado de desarrollar el segundo Estatuto de Cataluña, inconstitucional de la A a la Z (imaginen Vds. como era el inicial que pergeñaron ZP y Más en las interminables sesiones de Moncloa ¿se acuerdan?) y ya estamos hablando del tercero...
 
            Nunca debimos aceptar que cuatro oportunistas, chantajistas y aprovechados arruinaran el fabuloso caudal atesorado por una Transición que hechas las salvedades expresadas arriba, tuvo mucho de modélica. Para solventarlo, sin embargo, hacen falta hombres de estado y altura de miras, virtudes que yo no sé si adornan a Rajoy, -a fuerza de no opositar, el líder de la oposición está inédito- pero que, desde luego, me consta no atesora Zapatero. Ojalá un relevo en el PSOE haga posible el acuerdo que con mayor urgencia necesita el país. Y que sea pronto, por Dios, porque como se demore, la que no llega va a ser España...