Viernes, 29 de marzo de 2024

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Algunas consideraciones sobre el bautismo católico de la hija de una lesbiana unida a otra en gay

por Análisis y actualidad

 

El sábado 5 de abril de 2014 fue bautizada en la catedral de Córdoba, Argentina, la pequeña Umma Azul, de manos del padre Carlos Varas. El bautizo ha gozado de una repercusión mediática verdaderamente internacional al grado de encontrar un espacio incluso en las páginas de los periódicos de mayor alcance mundial y en los noticieros de tv de mayor audiencia en el planeta. ¿La razón? La madre biológica de la niña, Soledad Ortiz, está unida en gaymonio con otra mujer, de nombre Karina Villarroel. Se trata, por tanto, de una bebé nacida por inseminación artificial que es presentada como hija de una pareja de lesbianas.
 
Al hecho se suma que la madrina de bautismo fue la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner. La eligieron a ella –según consta por declaraciones oficiales– porque a Cristina Fernández y a su difunto esposo se debe el reconocimiento de las uniones entre personas del mismo sexo en Argentina: «es una manera de decirle gracias a ella y al ex presidente Néstor Kirchner por esa ley que nos dio derechos». Pero como la madrina no pudo estar presente mandó una edecana naval para representarla.
 

Luego del bautismo, todavía en la catedral cordobesa, la pareja de lesbianas dijeron claramente a los medios que se encontraban ahí que su siguiente paso era «celebrar nuestro matrimonio por la iglesia y vamos a luchar por esto». Esta declaración evidencia que el bautismo pedido para la pequeña Umma es más una reivindicación ideológica que la búsqueda de un sacramento que, por su naturaleza propia, se inserta en la vida de una persona de fe auténtica.
 
La pareja de lesbianas se besan dentro de la catedral sosteniendo una imagen de la presidenta
Cristina Fernández. ¿Política e ideología o acto religioso?
El obispo del lugar, Mons. Carlos Ñáñez, ha subrayado que este caso ha sido ampliamente manipulado por los medios. También ha mencionado que, contrariamente a lo que declararon Soledad y Karina, la pareja de lesbianas, él nunca habló con ellas: «Primero, yo no he hablado con estas personas. Segundo, de ninguna manera yo he dado alguna autorización con respecto a la Confirmación. Tercero, que ellas vinieron por acá, sin hablar conmigo, ya con indicaciones precisas fueron encaminadas a una parroquia, donde tenían que hacer los requisitos necesarios para la preparación del Bautismo. Su madre y los padrinos elegidos. Y punto» (cf. Arzobispo argentino explica por qué pareja de lesbianas podrá bautizar a su “hija”, ACI prensa, 04.04.2014).

La prensa ha presentado el bautismo como una «apertura» en la praxis de la Iglesia católica recordando una y otra vez las palabras del Papa Francisco en la entrevista con los periodistas a su regreso de Río de Janeiro a Roma: «Quién soy yo para juzgar a los gays».
 
¿Qué decir ante este espectáculo del que, ciertamente, la niña no tiene la culpa?
 
1. El bautismo es un derecho de la niña, no de la mamá y menos de la pareja de la mamá de Umma. No se administró este bautismo en consideración de la homosexualidad de las dos mujeres sino en atención a la niña.
 
2. Es de suponer que el obispo del lugar consideró todos los elementos necesarios para autorizar este bautismo. Sin embargo, todo apunta a que haberlo autorizado en un lugar menos visible e incluso de una forma más bien privada era una opción más prudente.
 
3. Curioso que la madrina (a quien compete garantizar la educación cristiana de la niña) no haya estado presente.
 
4. Es verdad que el Papa Francisco dijo en el vuelo de regreso a Roma tras la JMJ de Río de Janeiro 2013 eso del «Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?». Pero con regularidad culpable se olvida lo que dijo inmediatamente después: «El Catecismo de la Iglesia Católica explica esto de una manera muy hermosa […]: “No se debe marginar a estas personas por eso, deben ser integradas en la sociedad”. El problema no es tener esta tendencia; no, debemos ser hermanos, porque éste es uno, pero si hay otro, otro. El problema es hacer el lobby de esta tendencia: lobby de avaros, lobby de políticos, lobby de los masones, tantos lobby. Éste es el problema más grave para mí».
 
La doctrina completa del Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2357-2459) a la que alude el Papa en esta materia es ésta:
La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen síquico permanece ampliamente inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19,1-29; Rm 1,24-27; 1 Co 6,10; 1 Tm 1,10), la Tradición ha declarado siempre que "los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados" (CDF, decl. "Persona humana" 8).
Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una complementariedad afectiva y sexual verdadera. No pueden recibir aprobación en ningún caso. 
Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.

Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante las virtudes de dominio, educadoras de la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
 
5. Finalmente, precisamente basados en esa doctrina definitiva de la Iglesia en materia de homosexualidad, esta pareja de lesbianas –y ninguna otra– no podrán casarse nunca en una iglesia católica. Al menos lícita y válidamente.

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