Viernes, 19 de abril de 2024

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Adviento cada día

por Dentro, muy dentro de ti

Adviento cada día.
 Desde la Palabra: Preparo y vivo su Venida
 
Lunes: (Mt 1,18-24). Aparecen al fin los dos personajes principales del ya próximo misterio de la Navidad, de la Natividad o Nacimiento: María y José. Los miramos despacio… ¡Que dos regalos tan grandes para vivir nuestra fe! De María lo sabes todo, ¡o casi todo! De José, poco, bien poquito. Esto, ¿no estará significando ese trasfondo oculto y silencioso, que sabe a pequeñez, humildad, segundo plano eficiente y eficaz del que Dios siempre se sirve en sus misterios entre los hombres? Son indispensables, necesarios, queridos por Dios. Esos que son el sello de la autenticidad de la obra de Dios siempre, hoy también. ¡Y que a nosotros nada nos gustan! El protagonismo de José está en el amor callado. Es el más autentico. Por eso, no entendiendo nada, José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla (a María) decidió repudiarla en secreto. Es el hombre justo, es decir, el que está lleno de bondad suma, hecha de compasión y misericordia; sin ruidos ni violencia alguna, se quiere retirar de puntillas, sin hacer ruido. Es demasiado grande el misterio para sentirse implicado en él. No es digno y se quiere retirar. ¡Grande y santísimo José! Cuando entiende con claridad que Dios cuenta con él: José…, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Entonces, sí; entonces, sin titubeos, obedeció a Dios y se llevó a casa a su mujer: otra reacción del amor callado y justo, ¡justísimo! En la noche del no saber ni entender, ni…, amanece la Luz. Jesús se hace Luz en él también. Se hace día en el alma de José. Y vivirá para Él y de Él. Nos puede ocurrir lo mismo a nosotros en las noches de la vida. No las desaprovechemos nunca. Y menos en este día de Adviento, si es de noche en el corazón.
 
Martes: (Lc 1,5-25). Zacarías e Isabel, padres del Bautista. Otros dos personajes importantes dentro del misterio divino de la Encarnación del Verbo y de su Nacimiento. Los planes de Isabel y Zacarías (el hijo) no son por ahora lo planes de Dios. Aunque son buenos y muy orados. Lo cierto es que Dios se sirve de nosotros, a pesar de nosotros. Cree en nosotros y de nosotros espera, pese a nuestras imperfecciones, mayores que las de Zacarías, que duda del poder de Dios y de sí mismo y su mujer. Como suele decirse, y no sin verdad, Zacarías es un orante persistente, un modelo para nosotros. Día tras día pide a Dios, junto a su mujer, un hijo. Un día, cuando Dios quiere, Él les ensancha el espacio de su fe y de su vida, va más allá de sus límites de ancianidad, Zacarías no entiende nada, duda, se enmudece su boca y su vida. Isabel se da cuenta de que el Señor obra en el ella, Su Obra. Y también calla y se recluye en su casa, porque es demasiado grande esa obra, el hijo tan esperado y suplicado, y se siente agraciada y bendecida. Y se alegran, y mucho, los dos esposos. Es hora de alabar a su Señor sin distraerse. Todo el tiempo será poco. Por eso Isabel estuvo sin salir cinco meses, diciendo: Así me ha tratado el Señor, cuando se ha dignado quitar mi afrenta (no obtener lo pedido; no llegar el hijo), ante los hombres. En oración, podemos nosotros hoy decirle al Señor valiéndonos de santa Teresa: “¡Oh Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero, y como poderoso, cuando queréis podéis, y nunca dejáis de querer si os quieren! ¡Alaben os todas las cosas, Señor del mundo! ¡Oh, quién diese voces por él, para decir cuán fiel sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan; Vos Señor de todas ellas, nunca faltáis” (Vida 25,17). Óptima manera ésta de vivir hoy el Adviento.
 
Miércoles: (Lc 1,26-38). Siente ya la cercanía de la Virgen María y de san José, que te acompañan. El silencio de ambos es el silencio de la pobreza que confía, de la precariedad que se deja enriquecer, de la fragilidad fortalecida. Ellos te ayudan y enseñan a dejar que la vida de Jesús crezca dentro de ti. El texto ya lo hemos meditado en muy bella fiesta de la Inmaculada Concepción. Podemos volver a retomar lo que allí dijimos. De todos modos, yo digo ahora lo que otros han dicho muy bien, y que nos ayuda a meditar el mismo texto de la Anunciación del ángel a María. “Cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes” (Papa Francisco). Mira despacio a María… ¿Qué ven mis ojos y qué siente mi corazón? Por otro lado, “nos sobrecoge el hágase de María que permitió a Dios encarnarse en ella. Desde entonces, lo más divino cabe en lo más humano. Lo más humano se convierte en plenitud de cielo, de Amor.  ¡Qué inmensa la humildad de Dios! Sigue mirando a María: con ella aprendemos a dejarle hacer a Dios en nosotros incluso lo imposible, pues para Él nada hay imposible. Aprendida la lección empezamos a vivir la vida de otra manera y a servir y amar en todo y a todos, de otra manera también. ¡Y Dios nos va divinizando día a día! Para eso nace Jesús dentro de pocos, muy pocos días. La espera del Adviento está a punto de convertirse en limpia y deseada acogida. ¡Y bulle ya el corazón! ¿No lo empiezas a sentir?  
 
Jueves: (Lc 1,39-45). María se puso en camino y fue a la montaña, a un pueblo, a una casa: la de Zacarías e Isabel. María tiene prisa; para María es urgente; el corazón de María salta de júbilo…Todo, porque Dios lo tiene todo a punto y hay que favorecer su realización. Dios ha venido a visitar a sus hijos de la tierra, ¡qué digo!, a quedarse con sus hijos en la tierra y Dios quiere estar cuanto antes con cada uno. Le urge que cada corazón se siente envuelto por su ternura y dinamizado por su mismo amor. María colabora enseguida para hacer posible ya mismo esa divina realidad: el cielo en la tierra, Dios con los hombres y en los hombres. Yo, nosotros, tenemos que parecernos más a nuestra Madre, y salir con prisa a llevar a Jesús a los demás. ¿Pero le tengo conmigo? Y encontrarnos con los otros como María con Isabel: llenas de júbilo, se comunican la una a la otra la riqueza que llevan dentro de sí. ¿Seré capaz de algo así? Y comunicarnos la dicha de creer, de ser animados por el Espíritu Santo, para hermanarnos más en el abrazo de la fraternidad, el perdón y la unidad. Contemplemos a María e Isabel estallando en júbilo, animadas por la danza de sus hijos en las entrañas. Si llevo a Jesús dentro de mí; si voy a los otros con él, dispuesto a servirlos, el consuelo de Dios estallará en nosotros, pues no estamos hechos para la tristeza, ni las tinieblas ni la oscuridad, sino para gozo, la luz y la paz. Eso es Jesús en nosotros. María, tú, llena de la presencia de Cristo, llevaste la alegría a Juan el Bautista, haciéndolo exultar en el seno de su madre. Tú, estremecida de gozo, cantaste las maravillas del Señor” (Papa Francisco). Este es mi día de Adviento, hoy.
 
Viernes: (Lc 1,46-56). Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. Otra explosión de júbilo: la de María ante su prima Isabel. Un canto alegre, una alabanza grande, un animador único: su Esposo, el Espíritu Santo. Esposa y Esposo engendrando y generando al Hijo único de Dios haciéndose carne de la carne de María, de nuestra misma carne y humanidad. Digámoslo y meditémoslo: a María le brota la alabanza, le brota la alegría, le brota la gratitud ante el obrar sin medida de Dios en ella. Está asombrada. Está entusiasmada, llena y envuelta de Dios. Cuando nosotros seamos conscientes del obrar de Dios sin medida en nosotros, también dentro, desde dentro, nos brotarán como manantial de agua viva, alabanzas, gratitudes, alegrías, que nos acompañarán en el vivir cotidiano, también en los momentos de cruz, saciando y refrescando nuestra sed de Dios y de Amor, de Libertad y de Vida. “¡Si conocieras el don de Dios!... Hubo una criatura que conoció ese don de Dios, una criatura que no desperdició nada de él; una criatura tan pura, tan luminosa que parecía ser la Luz misma. Una criatura cuya vida fue tan sencilla, que apenas puede decirse algo de ella. Es la Virgen fiel, la que guardaba todas aquellas cosas en su corazón. Ella se consideraba un ser tan insignificante y permanecía tan recogida delante de Dios en el santuario de su alma que atrajo las complacencias de la Santísima Trinidad”. Así, la mística carmelitana santa Isabel de la Trinidad. Ya está llegando, ya está cerca. ¿Quién? Empiezo ya hoy a acoger el Misterio de la Natividad de Jesús. Mi esperanza se empieza abrir de par en par, para convertirse en abrazo de Bienvenida.
 
Sábado: (Lc 1,57-66). ¡Alégrate! Ya se acerca tu Salvador. Engalana tu corazón para Él. A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había  hecho una gran misericordia, y la felicitaban. Los planes de los hombres, nuestros planes, se realizan cuando van a la par de los planes de Dios. Entonces todo viene a ser una fiesta. Una gran misericordia y alegría para todos los familiares y vecinos. Y se preguntan: ¿qué será de este niño? ¡Y con razón! ¿Por qué no veremos así la venida de cada niño al mundo? Es un regalazo y… ¡no nos enteramos! Mal, muy mal debemos andar. ¿Habrá un don mayor para todos que una criatura más, que una vida más? Toda vida humana es por origen y por naturaleza, amor fecundo de Dios obrando en el hombre y la mujer. Ellos gozándose en ese amor y sacrificándose por esa vida, que es otra forma de amor y de entrega fecundos. ¡Nada más fecundo que la vida! ¡Nada más fecundo que el amor? No podemos distorsionarlos, devaluarlos, consumirlos, comerciarlos. Todo esto también viene a enseñarnos la Navidad. ¿Lo aprenderemos este año? Quiera Dios que este año, entre nosotros, en la inminencia ya de la Navidad, corra la voz de la Buena Noticia entre los conocidos y amigos, y todos se llenen de alegría interior. Quiera Dios que nosotros mismo seamos discípulos misioneros, anunciadores de Cristo para el mundo de hoy: entre los vecinos y amigos, en la familia y en la comunidad. Ésta es la mejor preparación para una fiesta que celebra que Dios se ha hecho Dios-con-nosotros, y por tanto, nos invita a ser nosotros-con-Dios, por una parte, y nosotros-con-nosotros, por otra, porque todos somos hermanos.
 
 
 
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