Martes, 16 de abril de 2024

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Admítenos a contemplar la luz de Tu rostro

por Guillermo Urbizu


¿Cómo será Dios mío el verte? ¿Cómo será el estar ante Ti o en Ti sin velo alguno? ¿Cómo será semejante felicidad: la fe de toda mi vida al fin desvelada y contemplada en toda Su magnitud divina? La esperanza por fin cumplida. El Amor en toda Su explosión infinita. ¿Qué sentirá mi alma? ¿Cómo será todo? ¿No podré apartar de Ti la vista ni siquiera un poco? Lo digo por curiosear entre los ángeles y los santos, por los recovecos del Cielo, por esas galerías de gozo que me gusta imaginar. Sé que la palabra “curiosear” no es la más indicada, pero ya me entiendes. Ansío ver lo que tienes preparado para los que Te aman y luchan -luchamos- por la santidad, aunque sea a rachas. Toda mi inteligencia y potencias colmadas de Dios, de Ti, Principio y Fin, Padre amorosísimo. ¿Cómo será semejante alegría? ¿Cómo será el verte después de la muerte que tanto nos asusta? De repente Tú, si es que antes no debemos aguardar en el Purgatorio para ser dignos de Tu gloria. Pues eso, Tú, el mismo Dios Trino, Creador de todo, la Providencia de la Historia, la Omnipotencia, delante de mí, criatura elevada al rango de hijo Tuyo. Y mi alma que por fin entenderá algo, y cantará himnos y demás poesía. Dios mío, esa luz de Tu rostro, ¿cómo es?, ¿cómo será? Tu Amor es ese resplandor espiritual del que ahora, hoy, paladeo algunos brillos. Pero quiero más. Admítenos a contemplarla, admíteme a desmenuzarla en toda su intensidad de Misericordia. De Tu mano.
 
¡Pobre alma mía! Que apenas tienes aliento para luchar por Dios, que caes en mil vicios y vértigos y componendas. Alma mía, que te confiesas y sin embargo prosigues con tus andadas de pereza y olvidos, puesta tu atención en todo ese derroche de complacencias que te desvían y confunden. Todo menos Dios. Todo menos calibrar con más amor la ternura de Dios, que está pendiente de ti, de tus mínimos deseos y necesidades. Alma, mira a Dios en la Hostia crucificada, mírale en las demás almas, a las que espera (¿cuándo les vas a hablar de ese divino rostro?). No presumas de nada, no creas que eres el no va más de algo. Eres lo que eres: un presuntuoso las más de las veces. Eso y la gracia de Dios, que te lleva en volandas y te salva de tropiezos todavía más graves. Esa gracia que logra paliar tu medianía y tu tibieza, tu desánimo y tu falta de fijeza. Alma mía, mira de frente al Sagrario, a la Cruz, a María. Atrévete, sé osada. Dile a Dios que quieres ver Su rostro en vida, que no puedes más de amor, que necesitas verle con urgencia de hijo.
 
Verte, Dios mío, Dios nuestro. Verte. Aunque no sea del todo. Verte en medio de este tinglado en el que estoy metido. Ver la luz de Tu rostro en la nómina que se retrasa demasiado, en el dolor de estómago, a mitad del periódico. Verte a pesar de que yo esté medio ciego, lisiado por tantas nimiedades y pecados. Verte. Ver al menos un atisbo de esa luz, un poco. Sentir en mi alma el calor de un breve reflejo. Y entregarme a Ti del todo. Vea o no vea, Dios mío. Sé que Tu rostro anda cerca.
 
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