Miércoles, 24 de abril de 2024

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A Cristo sólo podemos recibirlo en la unidad. Benedicto XVI

A Cristo sólo podemos recibirlo en la unidad. Benedicto XVI

por La divina proporción

La unidad es un gran misterio. Misterio que nos encontramos en nosotros mismos, en nuestra comunidad cristiana, en la Iglesia, entre los cristianos y entre todas las personas que vivimos en este mundo. Entre nosotros, la unidad es siempre una utopía, ya que si cada uno de nosotros no consigue ser uno, en su persona ¿Cómo vamos a ser uno con otras personas? 

El Cristo que encontramos en el Sacramento es el mismo aquí,… en Europa y en América, en África, en Asia y en Oceanía. El único y el mismo Cristo, está presente en el pan eucarístico de  todos los lugares de la tierra. Esto significa que sólo podemos encontrarlo junto con todos los demás. Sólo podemos recibirlo en la unidad. ¿No es esto lo que nos ha dicho el apóstol san Pablo…? "El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan" (1 Co 10, 17). La consecuencia es clara: no podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos presentaros ante él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias. La Eucaristía -repitámoslo- es sacramento de la unidad. Pero, por desgracia, los cristianos están divididos, precisamente en el sacramento de la unidad. (Benedicto XVI, Homilía del 29/05/05) 

La comunión es el sacramento de la unidad, ya que nos une con Dios, con nuestros hermanos e incluso, internamente. Dios llama a la puerta cada vez que nos acercamos al altar y espera que le abramos la puerta: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él Conmigo” (Ap 3, 19-20) 

También nos dice Cristo en el Apocalipsis: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.” (Ap 3, 8) 

La puerta que Dios ha puesto delante de nosotros no puede ser cerrada, ya que hemos guardado Su Palabra y no hemos negado Su Nombre. Cristo llama y espera que con nuestras pocas fuerzas, abramos la puerta para que El pueda entrar y la cena sea de unidad. 

Si cada uno de nosotros se une a Cristo, la unidad es posible por medio de la Gracia de Dios. No podemos confiar en nuestras fuerzas ni en nuestras estrategias humanas. La unidad no parte de actos externos que quedan en bonitas apariencias que maravillan al mundo. La unidad empieza dentro de cada uno de nosotros en el mismo momento que recibimos a Cristo en la Eucaristía. 

El misterio de la inhabitación de Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos permite ver que es posible que la unidad es posible y deseable. Además, al rezar el Padre Nuestro, pedimos que la Voluntad de Dios sea en la Tierra igual que en le Cielo. 

Vivimos en una sociedad postmoderna, en la que se da gran valor a las diferencias que nos alejan unos de otros. Se no enseña que la libertad consiste en ser diferentes y reclamar que se reconozca nuestra diferencia como un valor social. La necesidad de la unidad se esconde debajo de capas y capas de circunstancias que nos desunen y nos alejan. La soledad que proviene de la incapacidad de aceptar compromisos, se considera como un valor a conservar todo el tiempo posible. Cada vez más personas viven solas y sin compromisos afectivos. 

¿Cómo podremos defender la unidad entre los cristianos o entre las personas que vivimos en una misma comunidad, si vemos que esta unidad es un contravalor que se desprecia socialmente? 

Como en otros muchos aspectos, nos toda ir contracorriente y hacer nuestro el compromiso de unidad que tanto necesitamos. ¿Cómo hacerlo? Empezando por dar sentido y valor a la Eucaristía. Si este sacramento termina por considerarse una herramienta de integración social, olvidaremos la existencia de esa puerta que siempre está abierta y a la que llama Cristo para cenar con nosotros.

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