Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

Y después de la Primera Comunión, ¿qué?


Me temo que el abandonismo de la juventud está bastante generalizado. ¿Qué hacer, entonces, para atajar esta sangría de savia joven? Tampoco lo sé

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Acaban de pasar las primeras comuniones en la generalidad de las parroquias y colegios religiosos. Una vez más se enternece el corazón viendo acercarse a estos niños y niñas a recibir por primera vez el “pan de los ángeles”, como se decía antiguamente en sus recordatorios, aunque sigan vestidos de almirantitos o novias precoces. Los he visto de nuevo este año, y luego en la procesión del Corpus, y uno quisiera pensar que tan magnífica semilla no será ahogada por las zarzas de esta sociedad nuestra que navega sin rumbo ni patrón éticos. Sin embargo, la experiencia personal no me hace sentirme muy esperanzado.

En el curso 2004-2005 mi mujer y yo nos ocupamos de la catequesis de todos los niños que ese curso se prepararon para la primera comunión en nuestra parroquia. Una treintena en total sin contar a los que iban a colegios religiosos e hicieron la comunión en el propio centro. Chavales (unos y unas) majísimos, aunque alguno venía del colegio público bastante asilvestrado. Para atenernos al programa de preparación seguimos unos cuadernos catequéticos de una editorial religiosa de mucho empaque y en teoría seria, autorizados por el arzobispado; no obstante, dichos cuadernos, con muchos dibujos y colorines, habían reducido a Jesucristo, no ya al simple Jesús de Nazaret en el que se detienen los “jesusitas” (no confundir con los jesuitas) y que yo no sé hasta qué punto es ortodoxa o no su posición, sino que el amigo de los niños era un tal Albert, un personaje parecido a un jefe de grupo scout, con el que hacían juegos, excursiones, reuniones, etc. O sea, la banalización elevada al cubo de la figura central del cristianismo. Mi mujer y yo enmendábamos en cuanto podíamos esa deriva anodina, pero resultaba difícil profundizar en el mensaje cristiano.

De todas maneras, el domingo de la comunión, al concluir la eucaristía y antes de romper filas, les dirigí unas palabritas de gratitud por su perseverancia en la catequesis, a los padres por su apoyo, de felicitación por lo que terminábamos de celebrar, y de invitación para seguir viéndonos todas las semanas en la misa habitual de la gente joven. Tanto los niños como los padres y familiares me aplaudieron con entusiasmo, aunque yo pensé que no merecía ningún reconocimiento, dado que cumplía con mi obligación y deseo de colaborar en las actividades de la parroquia.

Pues bien, llegado el nuevo curso, mi mujer y yo llamamos por teléfono a todos nuestros catecúmenos, recordándoles la invitación. El primer domingo vinieron tres o cuatro. El segundo sólo un par de ellos, y al tercero ya no se presentó nadie. Pueden imaginarse la decepción que nos llevamos nosotros, al comprobar tan rotundo fracaso. El caso era que algunos padres solían asistir a misa los domingos y a veces arrastraban consigo a los hijos, pero a la mayoría no les volvimos a ver el pelo por la iglesia.

Parte de aquellos niños y niñas han cambiado de residencia, con alguno del grupo que viven aquí me cruzo de vez en cuando por la calle y vienen corriendo a saludarme con gran cariño, prueba de que me guardan un afecto especial, pero eso de mantener su vinculación con la Iglesia prácticamente ha desaparecido. ¿Se trata de un hecho aislado de una parroquia acaso dejada de la mano de Dios? No creo. Nuestro párroco, el hombre, pone toda su buena voluntad para atraerse al personal, adulto y pequeño, pero el éxito no le acompaña mucho. ¿Es una enfermedad común a la generalidad de las parroquias españolas? No lo sé. No puedo dedicarme a recorrer iglesias los domingos para ver la tipología de las personas que participan en la misas. Pero me temo que el abandonismo de la juventud está bastante generalizado. ¿Qué hacer, entonces, para atajar esta sangría de savia joven? Tampoco lo sé. Una solución que imaginé con mi mujer que podía dar algún resultado fracasó totalmente. Así que no estoy en condiciones para propòner recetas factibles. Creo que el mal parte de la familia, muy combatida y deteriorada a causa del ambiente corrosivo que sufrimos, pero tampoco sabría decir, qué tendríamos que hacer, como Iglesia, para recuperar el terreno perdido. ¿Poner empeño en la Nueva Evangelización? Bien, pero cómo se guisa y se come eso. ¿Alguien lo sabe?
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