Muerte lenta, ahogado... paralizado para acallarte: habla el anestesista Dr. Joel Zivot
¿De verdad los fármacos para la eutanasia son indoloros? No está nada claro y nadie lo controla
Los promotores de la eutanasia repiten una y otra vez que para evitar una muerte con dolor, "indigna", no bastan los cuidados paliativos, y que se necesita una inyección letal (administrada por un médico o autoadministrada en suicidio asistido) para asegurarse que no haya dolor.
Pero el doctor Joel Zivot, profesor de anestesiología y cuidados críticos en la prestigiosa Emory University School of Medicine de Atlanta, ha publicado un artículo en The Spectator hace pocas semanas señalando titulado "El suicidio asistido no es ni indoloro ni dignificado".
Explicación breve: para la eutanasia y para las ejecuciones de presos en EEUU usan las mismas sustancias que llaman "relajante muscular" (paralizantes, en realidad).
Es posible morir con gran dolor con estas sustancias, sufriendo un buen rato, y, por estar paralizado, no poder expresarlo.
Elegir entre morirse o que te maten
La prensa de izquierdas en España y en otros países está en plena campaña a favor de la eutanasia (y sólo a favor, sin más pluralidad) y publican detallados reportajes de personas en circunstancias muy graves, aunque a menudo no terminales, para animar a ampliar y normalizar la eliminación legal de enfermos.
La enfermedad preferida para estos reportajes suele ser la ELA, una enfermedad sin duda terrible, que lentamente paraliza el cuerpo. Los enfermos de ELA atraviesan muchas fases, cada vez más duras. La enfermedad suele matar por ahogamiento: con cuidados paliativos, puede suceder durante el sueño, estando sedado.
ElDiario, una publicación de izquierda radical, cuenta la situación de Fernando, de 50 años, que cumple 16 años con la enfermedad. Necesita un respirador para respirar y se alimenta por sonda de gastrostomía. Fernando explica que él siempre ha buscado "mantener el control de mi vida. Como no había una ley de eutanasia, pensaba en cómo acabar con ella. Simplemente por saber que podía hacerlo, por mantener ese control".
La búsqueda de control, pues, le hacía pensar en el suicidio.
En verano decidió pedir la eutanasia y su médico de cabecera inició los trámites. La doctora de paliativos que le visita una vez al mes le planteó dos alternativas que no son matar directamente al enfermo con un veneno, sino más bien dejar actuar a la enfermedad en su fase final:
- una era dejar de alimentarse, debilitarse así mucho, sedarse (durmiendo) hasta morir
- otra era sedarse (dormir) y retirar el respirador, que es una ayuda artificial extraordinaria al cuerpo
"Me ofreció dos alternativas. En palabras textuales, 'menos agresivas que la eutanasia', pero que a mí me parecen mucho más agresivas, sobre todo para mis seres queridos. Me producirían una muerte un poco más violenta", calcula Fernando. Ve que estas opciones son "un sufrimiento para el que me acompaña y quizás también para mí".
"Habiendo una ley que me ofrece la posibilidad de que sea una muerte indolora y bastante rápida, lo que plantea en absoluto es menos agresivo, todo lo contrario", afirma Fernando. Su mujer y cuidadora, Carolina, considera que retirar la nutrición bajo sedación "es una muerte cruel. Él no la consideró. Y, por supuesto, no tengo que tener que retirarle esa alimentación yo".
"Rápida e indolora", las palabras mágicas, pero... ¿son verdad?
Los vendedores de la eutanasia prometen a Fernando -y a todos los demás- esa "muerte indolora bastante rápida". Y aplicada por un técnico, un "especialista". Algo que pueden desear no sólo personas en casos extremos, sino cualquiera.
El doctor Zivot recordaba en su artículo el lema del gran pionero de la eutanasia en Inglaterra en los años 30 (los años de la eugenesia y el auge del nazismo), el doctor Killick Millard, que en 1931 pedía "sustituir la muerte lenta y dolorosa por una rápida y sin dolor". Han pasado 90 años, hay un arsenal terapéutico inconcebible hace unas décadas... y los grupos pro-eutanasia siguen insistiendo en que ofrecen una muerte "pacífica, sin dolor, dignificada".
Zivot es un anestesiólogo que es activista contra la pena de muerte en Estados Unidos, especialmente contra la inyección letal. Es un tema que ha estudiado. Y su convicción es que se usan los mismos venenos y son dolorosos.
"Estoy bastante seguro de que el suicidio asistido no es sin dolor ni pacífico ni dignificado. De hecho, en la mayoría de casos es una muerte muy dolorosa", asegura.
Paralizado puedes sufrir pero sin quejarte
"Tanto en la eutanasia como en las ejecuciones, se usan fármacos paralizantes. Estos fármacos, en dosis suficientemente altas, hacen que el paciente no pueda mover un músculo ni expresar signos externos de dolor. Eso no significa que no esté sufriendo", añade Zivot.
En las ejecuciones, como en las eutanasias, se usa un paralizante... si la víctima sufre -al inundarse sus pulmones de secreciones- no puede expresarlo
Y su convencimiento viene de las autopsias a cadáveres de ejecutados. Explica que asistió a la ejecución en 2014 de Marcus Wellons en una prisión de Georgia. Unas cintas en sus dedos le impedían apretar los puños. Averiguó que otro ejecutado meses antes había apretado los puños durante la inyección. ¿Un signo de dolor?
En 2017 Zivot logró los informes de autopsia de los ejecutados. Wellons, envenenado con pentobarbital, tenía los pulmones llenos de fluido, de un tamaño que doblaba el normal: era "edema pulmonar, que sólo puede suceder mientras agonizas. Wellons se había ahogado en sus secreciones. Pero mi ojo médico no había detectado inquietud en su ejecución".
Zivot señala que morir así es prologado y doloroso, y que 4 de cada 5 suicidios asistidos en Oregón se hacen con este mismo pentobarbital "o sus parientes cercanos". "Si se hiciera un examen post-mortem de los cuerpos tras el suicidio asistido, muy probablemente encontraríamos un edema pulmonar similar".
Zivot lo ha explicado a presos en la galería de la muerte y al menos 3 han preferido la silla eléctrica a ahogarse paralizados por sus propios pulmones que se inundan lentamente de saliva y líquidos.
Algunos detalles que comenta Zivot son más propios del suicidio asistido que de la eutanasia. En la eutanasia, un médico primero te duerme (se supone) y después te mata. En el suicidio asistido, el usuario es quien debe tomarse su cóctel mortal, así que no puede estar inconsciente. A menudo les ha de ayudar su cuidador o pariente en escenas dantescas. Cuenta el caso de Linda Van Zandt, que machacó 100 píldoras para su tía con ELA "que apenas podía tragar agua" pero "tenía que bebérselas todas en menos de cinco minutos" (todo legal).
"La gente que quiere morir merece saber que podrían acabar muriendo ahogados, no simplemente caer dormidos", advierte.
Falta de control en Oregón: se queman los informes cada año
La web australiana de prevención de la eutanasia NoEuthanasia.org.eu señala que es muy difícil saber cuántas personas experimentan una muerte con dolor en el suicidio asistido de Oregón, porque ni se hacen autopsias ni se guardan los registros de cada caso, que se destruyen un año después, una vez apuntados algunos datos estadísticos.
A la hora de creernos que se trata de una muerte "sin dolor", simplemente, no hay pruebas suficientes de ello: un cuerpo puede estar paralizado y sufrir 20 o 30 minutos de dolor angustiante sin poder expresarlo.
La misma fuente señala que en el caso concreto de Oregón, de 1.459 personas a las que se prescribió el fármaco letal para el suicidio asistido de 1997 a 2018, hay 768 (más de la mitad) de quien los informes, a la pregunta de si hubo complicaciones en el procedimiento, responden: "desconocido". "Las autoridades están a oscuras sobre los momentos finales de los pacientes", señala esta fuente.
Los "controles muy garantistas" enseguida se descontrolan y nadie garantiza nada.
Un estudio de la revista especializada Anaesthesia de 2019 señala que "en la muerte voluntaria asistida -en algunos estados de EEUU y países europeos- el método común de inducir la inconsciencia parece ser la autoadministración de barbitúricos, con la muerte resultando lentamente de la asfixia por depresión cardiorrespiratoria". Detalla que la inyección eutanásica holandesa se parece a la de ejecución de presos en EEUU. "Pero todas estas formas de muerte asistida parecen tener una incidencia relativamente alta de vómitos -hasta el 10%- prolongación de la muerte -hasta 7 días- y despertar del coma -hasta el 4%-, fracasando en la inconsciencia".
Por supuesto, con o sin dolor, matar enfermos está mal, y deformar la profesión médica para que se dedique a ello, también, pero, en cualquier caso: ¿quién garantiza de verdad que la muerte del usuario eliminado es 'sin dolor'? ¿Qué testigos neutrales?
Y, como Zivot avisa... ¿cómo podrían detectar la angustiosa muerte por ahogamiento de una persona paralizada? ¿Se harán autopsias a estas personas que, después de todo, son víctimas de una muerte violenta y provocada?
Zivot ya difundió una presentación en inglés sobre esto (muertes lentas y ahogamiento por pentobarbital) en 2018
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