Se disparan las cifras de los que se autolesionan o se quitan la vida
Suicidio juvenil: la culpa no es solo de las redes sociales, ¿les enseñamos a convivir con el dolor?
¿De verdad que las redes sociales y la falta de atención sanitaria especializada son los principales cómplices del aumento de suicidios entre unos jóvenes obsesionados por todo lo que conlleva dolor? Caterina Giojelli recoge algunos datos al respecto en Tempi:
"El suicidio no es un hashtag": cuando a Ged Fynn, que lleva una vida a la cabeza de la Catholic Children's Society y hoy es CEO de Papyrus. Prevention of Young Suicide, la BBC le pidió que comentara algunas de las imágenes a las que Molly Russell había tenido acceso en Instagram, se declaró sorprendido.
Molly e Instagram
Molly, una chica inglesa de 14 años, se quitó la vida en 2017 dejando unas pocas líneas ("mi vida se ha convertido en un problema para todo el mundo") y una cuenta llena de imágenes inquietantes sobre la depresión y el suicidio.
Molly Russell y su padre, Ian.
La batalla de su padre, Ian Russell, que desde que tuvo acceso al perfil y a las búsquedas de Molly ha acusado al gigante social de Mark Zuckeberg de haber "ayudado a mi hija a suicidarse", dio un giro cuando Instagram anunció que no sólo quitará las imágenes de autolesiones, sino también los dibujos, cómics y memes que inciten a prácticas extremas, trastornos alimentarios y suicidios, y que un algoritmo evitará que se propongan las páginas y argumentos vinculados ligados a estos temas.
¿Estás seguro?
Muchos han dicho que era un fraude: de hecho, Il Corriere explica que "si se hace una búsqueda específica sobre estos temas, en esta red social sigue apareciendo una ventana que le pregunta al usuario si quiere recibir asistencia o si está seguro de que quiere ver ciertas imágenes: prácticamente requiere una aprobación explícita suplementaria, como hace Facebook para los contenidos 'sensibles'".
La batalla de Ian Rusell
Desde 2010, el número de adolescentes que se han quitado la vida en Inglaterra y Gales ha aumentado en un 67%. En 2018 hubo 187 suicidios de jóvenes menores de 19 años (un 15% más con respecto al año precedente), y en Londres la tasa de suicidios entre los adolescentes ha aumentado en tres años en un 107%, convirtiéndose en la primera causa de muerte en ese rango de edad. Se entiende por qué la campaña de Ian Russell ha tenido tanta cobertura mediática, hasta llegar a Estados Unidos, donde ha sido compartida por numerosas familias que han perdido un hijo o una hija de la misma manera.
Los suicidios de los jóvenes estadounidenses
También en Estados Unidos los datos sobre el suicidio entre los jóvenes son alarmantes. El informe presentado en octubre de 2019 por el Centers for Disease Control and Prevention ha revelado que, de 2007 a 2017, la tasa de estadounidenses de entre 10 y 24 años de edad que se han quitado la vida ha aumentado en un 56%, y que el suicidio representa hoy en día la segunda causa de muerte para los jóvenes de esa edad.
Según Sally Curtin, autora del informe, el aumento vertiginoso de la tasa de muerte autoinfligida (triplicado en el rango de edad de 10 a 14 años) representa hoy en día para Estados Unidos un enorme "problema de salud pública". Y, también aquí, los expertos culpan a la madre moderna de todos los problemas: las redes sociales.
Los expertos contra las redes sociales "letales"
"Se sabe que las chicas son víctimas de acoso online, más que los chicos", ha explicado Igor Galynker, profesor de psiquiatra en la Icahn School of Medicine y director del Mount Sinai Beth Israel Suicide Research Laboratory en la ciudad de Nueva York: "El tiempo que se pasa delante de una pantalla está asociado a un aumento de los índices de ansiedad, depresión e instinto suicida".
"El cerebro de los adolescentes es muy sensible al feedback de sus coetáneos y a la valoración social, y ahora con las redes sociales puedes controlar tu estado social 24 horas al día, siete días a la semana: cuántos seguidores tienes, cuántos comentarios ha recibido tu post y cuántos me gusta", ha comentado Caroline Oppenheimer, investigadora de psiquiatría en la Universidad de Pittsburgh.
Según Albert Wu, profesor de política y gestión de la salud en la Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health, la epidemia se propaga de manera silenciosa porque "como sociedad somos reacios a hablar de esto", y acusa a un sistema sanitario "que privilegia la salud física sobre la salud mental". A la espera de implementar los servicios, explica Rebecca Cunningham, directora del centro de prevención de lesiones de la Universidad de Michigan, sería conveniente "reducir el acceso a los medios más letales a los chicos más vulnerables y que están más en riesgo".
El "colonialismo diagnóstico" inglés
¿Es de verdad una cuestión de prevención, de "medicalización" de las personas en riesgo y de acceso a las redes sociales? Cuando en septiembre de 2018 salieron los datos de los suicidios entre los jóvenes británicos, Barbara Keeley, ministra en la sombra del partido laborista, habló de "escándalo nacional", anunciando que el gobierno invertiría grandes cifras a fin de "proporcionar una mayor asistencia en el ámbito de la salud mental en las escuelas": "Nos hemos comprometido a invertir 1,4 millones de libras esterlinas para poner en marcha una significativa transformación de los servicios de salud y atención mental para los niños y jóvenes".
La atención a los problemas psiquiátricos, en particular de la juventud, aún tiene muchas lagunas. Foto (contextual): Francisco González / Unsplash.
Todo esto en un país que ya ha extendido la jurisdicción de los especialistas a una serie de ámbitos que van desde el académico (el 26% de los estudiantes universitarios recurre a servicios de asesoramiento, y el número de estudiantes que afirma haber sufrido "problemas de salud mental" el primer año es de 15.395, quintuplicado en una década), al laboral (las tres cuartas partes de los trabajadores británicos dice sufrir en silencio "problemas de salud mental", y afloran las campañas de sensibilización para que se autorice a los empleados a cogerse días de enfermedad por estrés o depresión). Un país que ya ha transformado a las personas con dificultades en enfermos dependientes de las instituciones sanitarias.
El aturdimiento estadounidense
En Estados Unidos, donde donde los niños desde la escuela primaria son educados en la escuela de género neutro, anti-Trump, ecológica y antirracista, donde nada tiene que perturbar el sueño intelectual de los universitarios protegidos por los espacios seguros, donde desde los salones a los tribunales lo políticamente correcto y el buenismo no hacen prisioneros, el aumento de los índices de suicidio ha coincidido con el aumento de las personas que reciben tratamiento con antidepresivos y opioides, fármacos con los cuales se busca alivio, atajos para poner fin al dolor físico, psicológico, emotivo y existencial. Se calcula que el abuso de opioides, más letal que las armas de fuego, matará a medio millón de estadounidenses de aquí a diez años. ¿De verdad que la falta de servicios ad hoc y las redes sociales son los primeros cómplices en el suicidio de los jóvenes, nacidos y crecidos en una sociedad obsesionada con la autodeterminación y la aniquilación de todo lo que es dolor, ansiedad, miedo, violencia o enfermedad?
Hace años, la ballena azul
¿De verdad basta una ventanilla de asistencia o un algoritmo para salvarte la vida? Cuando en 2017 la psicosis Blue Whale, la ballena azul, que desde la profundidad de las redes sociales instigaba a los adolescentes a suicidarse, se volvió viral (vinculada con la muerte de jóvenes, desde Rusia a Italia), Claudio Risè fue el único que se atrevió a ir, en la primera página del Giornale (reproducido por Tempi), un paso más allá de las redes "devoraniños": "¿Por qué se hacen daño? ¿Por qué se quieren matar?": "El hecho de que casi medio siglo de educación antiautoritaria y progresista concluya con una persona, que hace las veces de un tutor misterioso, que te imparte instrucciones para poder destruirte progresivamente y después matarte, al cual obedeces ciegamente, nos dice muchas cosas. La primera es que los jóvenes necesitan ser cuidados, por lo que buscarán a quien les cuide (...). Nadie puede vivir sin reglas, sobre todo los adolescentes. La personalidad, para formarse, necesita ser contenida, necesita un sistema de reglas. Sin ellas, no habrá identidad, se sentirán 'nadie', basura social (como define a sus víctimas el iniciador de la ballena azul), por lo que acabarán convirtiéndose en víctimas de quien quiera ser su verdugo".
La segunda es que los adolescentes necesitan, además de las reglas, una "educación sobre qué es la violencia": "Si nadie les explica la violencia, en cierto modo mostrándosela, se convierte en un tabú, cuya fascinación y poder (como enseñan la antropología y la historia de las religiones) se convierte en algo invencible. La ballena azul tiene pocos meses, pero en las sesiones de terapia hace tiempo que se observa un aumento en el número de personas que practican el 'cutting', la acción de cortarse sobre todo en los brazos y las piernas. El motivo: el placer de autoinfligirse daño, de violar el propio cuerpo, de dar un paso hacia la destrucción. Pero también para romper una situación de bienestar que anestesia y en la que, al no hallar dolor ni violencia, y ser algo de lo que no se puede hablar, a menudo no se experimenta ningún. Para poder reconocerlo, tenemos que hacer experiencia de su hermano negativo, el mal".
Sin dolor, con las historias de Instagram
Es lo que los chicos (pero también las chicas, con sus juegos crueles) siempre han sabido, pegándose más o menos duramente en cuanto podían, antes de que todo se hundiera en la virtualidad y el terror de lo que llamamos acoso, racismo, sexismo... "La verdadera educación es iniciarse a la vida de manera total: placer y dolor, cuerpo y espíritu, vida y muerte. Si eliminamos el dolor, el espíritu y la muerte, también el placer se desvanece, y la vida se vuelve incomprensible. Y nos suicidamos. Por el ansia de gozar y la devoción a lo políticamente correcto, hemos simplificado todo demasiado".
Al haber eliminado el dolor, "medicalizado" el espíritu, reducido la experiencia humana a una carrera para protegernos de todo tipo de presión y entregado la curación de los adolescentes a un algoritmo, hemos bajado el techo y convertido la habitación de los adolescentes en un lugar realmente sofocante, poblado únicamente con las historias de Instagram.
Traducción de Verbum Caro.
Publicado en ReL el 12 de noviembre de 2019.