Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

El Via Crucis del Coliseo, centrado en la trata de personas con meditaciones de Sor Eugenia Bonetti

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Las meditaciones del Via Crucis del Coliseo fueron confiadas por el Papa a Sor Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata, presidente de la asociación Slaves no More [No más esclavos].
Las meditaciones del Via Crucis del Coliseo fueron confiadas por el Papa a Sor Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata, presidente de la asociación Slaves no More [No más esclavos].

El Papa encargó a Sor Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata y presidente de la asociación Slaves no More (que combate "la violencia contra las mujeres y el tráfico de seres humanos para su explotación laboral y sexual"), las meditaciones del Via Crucis que tuvo lugar este Viernes Santo por la noche, como es tradicional, en torno al Coliseo de Roma.

Fueron palabras prácticamente monográficas sobre esta cuestión: "Queremos ahora recorrer esta 'vía dolorosa' junto a todos los pobres, los excluidos de la sociedad y los nuevos crucificados de la historia actual, víctimas de nuestra cerrazón, del poder y de las legislaciones, de la ceguera y del egoísmo, pero sobre todo de nuestro corazón endurecido por la indiferencia. Una enfermedad, esta última, que también sufrimos nosotros, los cristianos".

El Papa, con Sor Eugenia Bonetti.

Estación por estación, fueron denunciadas las "políticas exclusivas y egoístas", la situación de "los inmigrantes obligados a vivir en las barracas en los márgenes de nuestra sociedad, después de haber padecido sufrimientos inauditos", el caso de "tantas madres, demasiadas, que han dejado partir hacia Europa a sus jóvenes hijas con la esperanza de ayudar a sus familias que viven en la extrema pobreza, encontrando en cambio humillaciones, desprecio e incluso, a veces, la muerte", la "violencia en la vida de tantas jóvenes que experimentan solo el abuso, la arrogancia y la indiferencia de aquellos que, de noche y de día, las buscan, las usan, se aprovechan de ellas, y luego las arrojan de vuelta a la calle para caer en las garras del próximo comerciante de vida".

"El pobre, el extranjero, el que es diferente no debe ser visto como un enemigo que hay que rechazar o combatir", afirmaba una de las meditaciones, "sino, más bien, como un hermano o hermana que hay que acoger y ayudar. Ellos no son un problema, sino un recurso valioso para nuestras ciudades blindadas, donde el bienestar y el consumismo no apaciguan el cansancio y la fatiga crecientes". O, en otra: "Ayúdanos a compartir el sufrimiento y la humillación de tantas personas tratadas como desechos. Es muy fácil condenar seres humanos y situaciones vergonzosas que humillan nuestro falso pudor, pero no es tan fácil asumir nuestras responsabilidades como individuos, como gobiernos y también como comunidades cristianas".

A la conclusión del Via Crucis, el Papa leyó la siguiente oración:

"Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo;

la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;

la cruz de las personas solas y abandonadas por sus propios hijos y parientes;

la cruz de las personas sedientas de justicia y de paz;

la cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;

la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad;

la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas a causa del miedo y de los corazones blindados por cálculos políticos;

la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;

la cruz de la humanidad que vaga en lo oscuro de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo;

la cruz de las familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la homicida ligereza del egoísmo;

la cruz de los consagrados que buscan incansablemente portar Tu luz en el mundo y que se sienten rechazados, ridiculizados y humillados;

la cruz de los consagrados que en su caminar han olvidado su primer amor;

la cruz de tus hijos que, creyendo en Ti y buscando vivir según Tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familiares y sus coetáneos;

la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras numerosas promesas rotas;

la cruz de Tu Iglesia que, fiel a Tu Evangelio, se fatiga para llevar Tu amor también entre los mismos bautizados;

la cruz de la Iglesia, Tu esposa, que se siente asaltada continuamente en lo interno y lo externo;

la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros ojos egoístas y cegados por la codicia y el poder.

Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de Tu definitiva victoria contra todo mal y toda muerte. ¡Amén!"

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