Son ejemplo de atención a lo «grande» diplomático y a lo «pequeño» pastoral
Francisco propone como modelo a los nuevos cardenales a dos históricos: Casaroli y Van Thuân
Francisco nombró este sábado 20 nuevos cardenales en una ceremonia que tuvo lugar en la basílica de San Pedro en el Vaticano, y a la que no pudo asistir uno de ellos, el arzobispo de Wa (Ghana), Richard Kuuia Baawobr, de 63 años, porque al llegar a Roma el viernes sufrió un problema cardiaco del que tuvo que ser intervenido.
Posteriormente, en un segundo consistorio, anunció el 9 de octubre como la fecha de las dos próximas canonizaciones, del obispo Juan Bautista Scalabrini (1839-1905) y del enfermero Artemide Zatti (1880-1951).
El primer consistorio ordinario comenzó a las cuatro de la tarde, hora local. El Papa leyó en voz alta los nombres de los nuevos cardenales, que juraron fidelidad y obediencia a él y a sus sucesores y luego recibieron el birrete, el anillo y la acreditación del título de los respectivos templos romanos que les son asignados.
Entre estos nuevos purpurados se encuentran tres jefes de dicasterios de la Curia Romana: el inglés Arthur Roche, prefecto de la Congregación para el Culto Divino; el coreano Lazarus You Heung-sik, prefecto de la Congregación para el Clero; y el español Fernando Vérgez Alzaga, presidente de la gobernación del Estado vaticano.
También fueron designados: Jean Marc Avelin, arzobispo de Marsella; Peter Okpaleke, obispo de Ekwulobia (Nigeria); Leonardo Steiner, arzobispo de Manaos (Brasil); Filipe do Rosário Ferrão, arzobispo de Goa y Damao (India); Robert W. McElroy, obispo de San Diego (Estados Unidos); Virgílio do Carmo da Silva, arzobispo de Timor Oriental; Oscar Cantoni, obispo de Como (Italia); Anthomy Poola, arzobispo de Hyderabad (India); Paulo César Costa, arzobispo de Brasilia; William Goh Seng Chye, arzobispo de Singapur; Adalberto Martínez Flores, arzobispo de Asunción; y Giorgio Marengo, prefecto apostólico de Ulán Bator (Mongolia).
A los que añadir cuatro cardenales mayores de 80 años, que por tanto no formarían parte de un eventual cónclave: Enrique Jiménez Carvajal, arzobispo emérito de Cartagena (Colombia); Arrigo Miglio, arzobispo emérito de Cagliari (Italia); el padre Gianfranco Ghirlanda, profesor de Teología; y Fortunato Frezza, canónigo de San Pedro.
Dos modelos
Para todos ellos, y para el resto de miembro del colegio cardenalicio, Francisco puso como modelo a dos de sus predecesores que por muchos motivos pueden considerarse "históricos":
-el cardenal Agostino Casaroli (1914-1998), un hombre capital en la secretaría de Estado de Pablo VI como ejecutor de la Ostpolitik, o política de apertura a los países comunistas del Este de Europa, y luego secretario de Estado con Juan Pablo II;
-y el cardenal vietnamita François-Xavier Nguyen Van Thuân (1928-2002), que pasó trece años en las cárceles comunistas de su país, nueve de ellos en régimen de aislamiento.
De ambos ensalzó Francisco que ambos amasen a la Iglesia "siempre con el mismo fuego espiritual, ya sea tratando las grandes cuestiones, como ocupándose de las más pequeñas; ya sea encontrándose con los grandes de este mundo, como con los pequeños, que son grandes delante de Dios".
Casaroli, recordó el Papa, imultaneaba la alta diplomacia con la visita frecuente a los presos de una cárcel de menores de Roma; y Van Thuân, al mismo tiempo que daba testimonio de fidelidad a la Iglesia universal "estaba animado por el fuego del amor de Cristo para cuidar el alma del carcelero que vigilaba la puerta de su celda".
Una misión "de fuego"
Con esa mención al fuego había iniciado Francisco sus palabras, considerando las "dos formas que asume". Una, como "columna ardiente que abre el camino de la vida a través del mar tenebroso del pecado y de la muerte". Otra, como algo capaz de crear "intimidad" como la que ofrecía Jesús a sus discípulos, "sorprendidos y conmovidos", al preparar las brasas para comer con ellos.
La misión de los cardenales es así "una misión de fuego", en cuanto "tomados de entre el pueblo para un ministerio de servicio especial, es como si Jesús nos entregara la antorcha encendida, diciendo: 'Tomad, como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros'".
"Así el Señor quiere comunicarnos su valentía apostólica, su celo por la salvación de cada ser humano, sin excluir a nadie", recalcó el Papa, al estilo del fuego "de tantos misioneros y misioneras que han sentido la alegría dulce y extenuante de evangelizar, y cuyas vidas se han convertido en evangelio, porque ante todo han sido testigos".
Francisco invitó a los purpurados a "pensar en aquellos hermanos y hermanas que viven su consagración secular, en el mundo, avivando el fuego bajo y duradero en los lugares de trabajo, en las relaciones interpersonales, en las pequeñas reuniones de fraternidad; o, como sacerdotes, en un ministerio perseverante y generoso, sin clamores, en medio de la gente de la parroquia". O el de los esposos cristianos, que avivan el fuego "con gestos y miradas de ternura, y con el amor que acompaña pacientemente a los hijos en su crecimiento". O el de los ancianos, que son "el hogar de la memoria en el ambiente familiar, social y civil".
Conocer los nombres y mirar a los ojos
Para concluir, les instó a volver su mirada a Jesús: "Sólo Él conoce el secreto de esta humilde magnanimidad, de este manso poder, de esta universalidad orientada al detalle". Él "nos llama por nuestro nombre, a cada uno de nosotros; no somos un número; nos mira a los ojos, a cada uno de nosotros, y nos pregunta: tú, nuevo cardenal -y todos vosotros, hermanos cardenales- ¿puedo contar con vosotros?".