Francisco recuerda la consagración de Rusia y Ucrania e insiste en pedir el final de la guerra
"Ha pasado más de un mes desde el inicio de la invasión de Ucrania, desde el inicio de esta guerra cruel e insensata, que como toda guerra, representa una derrota para todos. Es necesario rechaza la guerra, lugar de muerte donde los padres y las madres entierran a sus hijos y los hombres matan a sus hermanos sin tan siquiera haberlos visto, donde los poderosos deciden y los pobres mueren": así comenzó Francisco, tras rezar el Ángelus este domingo en la Plaza de San Pedro, las palabras que dedicó al conflicto entre Rusia y Ucrania.
"¡Paren y callen las armas!"
Por sus efectos no solo sobre el presente, sino sobre el futuro, o por el trauma causado "a los más pequeños e inocentes", el Papa calificó la guerra como una "bestialidad", como un "acto bárbaro y sacrílego".
No podemos considerarla "inevitable", dijo, ni acostumbrarnos a ella, sino "convertir la indignación de hoy en el compromiso de mañana". Ante el peligro de "autodestrucción", la humanidad debe "abolir la guerra y cancelarla de la historia antes de que sea ella la que cancele al hombre de la historia".
Francisco pidió a todos los responsables políticos reflexionar sobre esto para comprender que cada día que pasa empeora la situación de la "martirizada Ucrania": "Por eso renuevo mi llamamiento. ¡Basta, que paren y callen las armas, que se negocie seriamente por la paz! Sigamos rezando sin descanso a la Reina de la Paz, a quien hemos consagrado la humanidad en particular Rusia y Ucrania, con una participación grande e intensa que os agradezco".
Con esta intención, el Papa dirigió el rezo de otra Avemaría antes de pasar a saluda a los grupos presentes, entre ellos varios españoles.
Francisco saludó a los organizadores de la marcha Perusa-Asís por la paz, que celebra su 60º aniversario, quienes agitaron su bandera arcoiris característica.
Antes del rezo del Ángelus, el Papa comentó el Evangelio del día, con la parábola del hijo pródigo.
El papel del hermano mayor
Esta parábola “nos lleva al corazón de Dios, que siempre perdona con compasión y ternura”, y eso debe consolarnos, porque "nosotros somos ese hijo, y conmueve pensar en cuánto nos ama y espera siempre el Padre”.
Sin embargo, en quien se centró particularmente no fue en el hijo pródigo, sino en su hermano mayor, quien "entra en crisis" ante el esplendoroso recibimiento que recibe su hermano y "protesta". Según el Papa, es porque" él basa todo en el puro cumplimiento de los mandamientos, en el sentido del deber", y eso "puede ser también nuestro problema con Dios: perder de vista que es Padre y vivir una religión distante, hecha de prohibiciones y deberes. Y la consecuencia de esta distancia es la rigidez hacia el prójimo, que ya no se ve como hermano".
Al contrario de esta actitud, nosotros debemos tener en el corazón las dos mismas necesidades del padre de la parábola: "Celebrar una fiesta y alegrarnos”, pues "quien se ha equivocado, a menudo se siente reprendido por su propio corazón, y la distancia, la indiferencia y las palabras hirientes no ayudan”.
“¿Buscamos a quien está lejos, deseamos celebrar fiesta con él?", se preguntó el pontífice: "¡Cuánto bien pueden hacer un corazón abierto, una escucha verdadera, una sonrisa transparente... celebrar fiesta, no hacerle sentir incómodo!”
En segundo lugar, también es necesaria la alegría, porque “quien tiene un corazón sintonizado con Dios, cuando ve el arrepentimiento de una persona, por graves que hayan sido sus errores, se alegra”.