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Religión en Libertad

Walter Brandmüller

Cómo nació un cisma

Artículo publicado en L´Osservatore Romano, 11 de marzo de 2012.

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"Sin Judea, sin Roma construyamos la Catedral alemana". Así sostenía el movimiento del caballero Georg von Schönerer la separación de la Iglesia de Roma, "Los von Rom", nacido a caballo entre los siglos XIX y XX en Austria. Se fundaba sobre ideas pangermánicas, anticlericales y antisemitas. En este depósito ideológico se basaron también, posteriormente, los nacionalsocialistas.

De hecho, en esa época, la intensa propaganda, apoyada por la asociación protestante alemana "Gustaf Adolf Verein", consiguió alejar de la Iglesia a casi cien mil católicos austriacos en el arco de casi un decenio.

Este movimiento fue retomado después del concilio Vaticano II, medio siglo más tarde. Y tendencias análogas parecen emerger de vez en cuando también en nuestros días, con algunos llamamientos a la desobediencia respecto al papa y a los obispos.

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[Más al norte,] la destrucción de la monarquía de los Habsburgo y la creación de la República Checoslovaca el 28 de octubre de 1918 hizo estallar las tensiones, ya virulentas desde hacia tiempo, de gran parte del clero checo, de ideas nacionalistas y a favor de la emancipación del mal soportado dominio estatal y eclesiástico austriaco.

Pronto empezó a delinearse el programa del movimiento de protesta Jednota, entidad que ya existía desde 1890. Inicialmente estaba dirigido contra el episcopado fiel a la dinastía de los Habsburgo. Después intentó establecer "una Iglesia nacional democratizada y nacionalizada independiente de Roma" [Emilia Hrabovec en "Der Heilige Stuhl und die Slowakei 19181922 im Kontext internationaler Beziehungen", 2002]. A ello se añadió la petición de una liturgia en la lengua nacional, la simplificación de la oración del breviario y, sobre todo, la abolición de la obligación del celibato.

Puesto que en Praga aún no existía una representación pontificia, hacia finales de febrero de 1919 el nuncio en Viena, Teodoro Valfrè di Bonzo, decidió ir a Praga para hacerse personalmente una idea de la situación. Entre otras cosas, ya antes de todo esto, el irreprensible arzobispo de Praga, el no autóctono conde Pavel Huyn, había recibido instrucciones del cardenal secretario de Estado, Pietro Gasparri, de abandonar su sede titular y de no volver a ella. Lo que llevó a esto fueron motivaciones solamente políticas.

Así pues, el nuncio fue a Praga, donde se reunió con los dirigentes de Jednota, los cuales le presentaron una lista de peticiones, redactada por Bohumil Zahradník, sacerdote y novelista que desde 1908 vivía una relación matrimonial ilegítima, y que habia sido nombrado por el gobierno jefe de la sección para la Iglesia del ministerio de enseñanza.

Las peticiones se referían sobre todo a la abolición del derecho de patronato de la aristocracia, la elección de los obispos por parte del clero y del pueblo, la dotación económica del clero, la utilización de la lengua checa en la liturgia, la democratización de la constitución eclesiástica pero, sobre todo, la abolición del celibato y de los hábitos clericales.

De hecho, con el final de la monarquía, el derecho de patronato de la aristocracia se había vuelto obsoleto, y el nombramiento de obispos autóctonos checos o eslovacos estaba ciertamente en línea con la visión de Benedicto XV.

También la cuestión de la lengua utilizada en la liturgia podía tomarse en consideración, mientras la situación económica de los sacerdotes estaba fuera de la competencia de Roma.

Todo el resto, sin embargo, era irreconciliable con la fe y con el derecho de la Iglesia. El nuncio no tenía espacio de negociación. Por esto también la delegación de Jednota, que hacia mediados de junio de 1919 y de acuerdo con el gobierno y a cargo de este último fue a Roma para ser recibida por el papa, no tuvo ningún éxito.

De todos modos, el nombramiento en septiembre de 1919 como arzobispo de Praga del estimadísimo profesor checo František Korda? fue la respuesta a una espera justificada. Fue aquí, precisamente, donde se reveló el verdadero rostro de los agitadores, a los cuales no les interesaba sólo el nombramiento de un checo como cabeza de la arquidiócesis de Praga – una petición del todo lícita y reconocida por Roma – sino también tener un obispo según sus deseos e ideas.

En efecto, apenas se hizo público el nombramiento de Korda?, de ideas sinceramente nacionales checas, pero también sinceramente católicas y fieles al papa, se elevó contra él una oleada de malhumor por parte de los reformistas, los cuales contaban con el apoyo del gobierno de orientación laicista.

El resultado de la misión en Roma de la delegación de Jednota, considerado por muchos insatisfactoria, comportó una división de ánimos entre el clero. La facultad teológica de la universidad Carlos IV de Praga tomó las distancias de su decano, que había formado parte de la delegación.

Por una parte tuvo lugar una radicalización, cuyo núcleo duro estaba formado por un grupo que se llamaba Ohnisko, punto focal. Sus miembros, mucho antes del viaje a Roma, estaban decididos a poner en práctica sus peticiones de reforma también en caso de rechazo por parte de la Santa Sede.

Por lo tanto, en agosto de 1919, exhortaron a los sacerdotes a contraer matrimonio públicamente. Uno de los primeros en hacerlo fue el ya citado Zaradník, que con un matrimonio civil no hizo otra cosa que legalizar un concubinato de hacía años. Los sacerdotes que siguieron su ejemplo fueron empleados, sobre todo, al servicio del Estado, y en septiembre se entregaron al nuncio en Viena mil doscientas peticiones de dispensa del celibato por parte de sacerdotes.

Después, bajo la influencia de un nuevo gobierno anticlerical, se llegó a una radicalización aún más dura de Jednota, cuyos protagonistas se encaminaron decididos hacia el cisma. "La cuestión del celibato se demostró, una vez más, uno de los resortes más fuertes del movimiento cismático" (Hrabovec). El 8 de enero de 1920 se proclamó la “Iglesia checoslovaca”, y poco después fue elegido su "patriarca" en la persona del sacerdote Karel Farský.

Como muestra el censo de 1921, a ella se adhiere el 3,9 por ciento de los checos, mientras el 76,3 permaneció fiel a la Iglesia católica. Nueve años más tarde, el 5,4 por ciento adhería al cisma y el 73,5 por ciento a la Iglesia católica. Hoy, la comunidad que se define Iglesia husita checoslovaca tiene aproximadamente 100.000 miembros. Hasta aquí los hechos históricos.

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Ahora hay que preguntarse, sin embargo, como reaccionó la Santa Sede a estos eventos. Es interesante observar que el nuncio Valfré di Bonzo buscó, en primer lugar, los motivos que habían llevado a todo esto.

El análisis del nuncio no se detuvo ciertamente en la superficie. Indudablemente, él reconoció también en qué medida el movimiento de protesta se debía al resentimiento anti-habsburgico y anti-romano de amplios círculos checos, nutrido por la glorificación de Jan Hus como símbolo del levantamiento nacional contra Roma, y de qué modo reflejase las tendencias generales a la secularización de la sociedad post-bélica.

Sin embargo, individuó las causas principales del alejamiento de estos sacerdotes en la formación insuficiente del clero, tanto desde el punto de vista teológico como espiritual, en los decenios precedentes, de lo cual habría derivado después, por parte de muchos, la incapacidad de resistir a las ideas de progreso nacionalistas y liberales dominantes.

Desde el punto de vista actual hay que añadir que tuvieron una cierta influencia también las ideas del denominado catolicismo reformista alemán. Realmente, el movimiento de reforma no era asunto de profesores e intelectuales, sino del clero simple rural. El sucesivo desarrollo de la Iglesia nacional checa testimonia también la fuerte influencia del modernismo. Así, por ejemplo, el catecismo compilado por Karel Farský afirmaba que Jesús era hijo de Dios sólo en el sentido en que todos los hombres son hijos de Dios. Jesús no era Dios, sino el más grande de los profetas.

Fue fácil entender como el problema hundía sus raíces de forma más profunda y no sólo a nivel de una reforma práctica y disciplinar cualquiera. Es evidente que gran parte del clero estaba atravesando una crisis que sacudía a la fe católica en sus fundamentos. El catecismo de Farský del 1922 confirmó este diagnóstico.

En Roma se entendió, con pocas palabras, toda la gravedad de la situación. Existía el peligro agudo de "una remodelación de la Iglesia católica según el modelo presbiteral-sinodal, en una organización eclesiástica nacional construida desde abajo, dotada de una amplia autonomía de Roma, y al final sometida a la soberanía estatal" (Hrabovec).

Con estos antecedentes, en vista de la inminente llegada de la delegación de Jednota a Roma, el nuncio Valfrè di Bonzo ya había aconsejado al cardenal secretario de Estado Gasparri una actitud inequívoca y decidida ante las peticiones checas. Consideraba que los protagonistas de Jednota no podían ya ser conquistados ni siquiera con concesiones, mientras cuantos aún dudaban se volverían más inestables si se hubiera cedido. Un gesto sensato para encontrar un punto de encuentro fue volver a llamar definitivamente al arzobispo de Praga, el conde Pavel Huyn, y a los obispos de origen húngaro en las diócesis eslovacas. Pero de todas formas en Roma ya se había decidido hacer esto.

El resto de las peticiones de Jednota, en particular la abolición del celibato, sólo podían admitir un firme rechazo.

La recomendación de Valfré di Bonzo – que en el fondo no hubiera sido ni siquiera necesaria – fue acogida en la actuación de la curia y del papa. Mucho antes de llegar al cisma, el 3 de enero de 1920, el papa había invitado al nuevo arzobispo de Praga, Korda?, a convocar inmediatamente una conferencia de los obispos del país que – si la salud lo permitía – debía ser presidida por el arzobispo de Olomouc, el cardenal Leo Skrbensky.

Aun sabiendo que los agitadores constituían sólo una parte del clero, se sabia cuán grande era su influencia sobre los otros. Era necesario, por lo tanto, valorar si el movimiento Jednota era re-sanable o si había que disolverlo. Es indicativo de la actitud de los obispos el hecho que, mientras tanto, hubiesen ya tomado la iniciativa y se hubiesen reunido en una conferencia.

Cuando el 8 de enero de 1920 tuvo lugar el cisma, el Santo Oficio reaccionó inmediatamente. Con un decreto del 15 de enero la "schismatica coalitio" fue condenada sin demora y excomulgada.

Los sacerdotes que adherían a la Iglesia cismática, prescindiendo de su posición y dignidad, debían ser considerados excomulgados "ipso facto". Según el canon 2384 del "Codex iuris canonici", esta excomunión estaba reservada a la Santa Sede "speciali modo". Se invitó a los obispos a que informaran inmediatamente de este decreto a sus fieles, advirtiendoles de no apoyar de ninguna manera el cisma.

Poco después el papa mismo se dirigió al arzobispo Korda? con una carta fechada 29 de enero de 1920 en la cual le expresaba la máxima satisfacción por la iniciativa de los obispos checos, por su actitud unívoca y por su estrecho vínculo con la Santa Sede. Con reconocimiento tomaba acto de la disolución de Jednota por parte de los obispos, y de su subdivisión en asociaciones diocesanas bajo la autoridad y el control del obispo del lugar.

Benedicto XV subrayaba de forma muy decidida que no se aprobaría jamás una mitigación de la ley del celibato, "qua ecclesia latina tamquam insigni ornamento laetatur". El papa recordaba después con gran estima a los obispos, que habían demostrado estar a la altura del desafío en esa difícil situación.

Hacia finales de ese año tan dramático y funesto, Benedicto XV retomó una vez más el tema, y precisamente en una alocución al consistorio el 16 de diciembre. En ese discurso el papa observó que hasta ese momento no habían sido muchos los que le habían dado la espalda a la Iglesia, y que un número aún mayor de personas, aunque tentadas por el mal ejemplo, había permanecido fieles.

Recordó una vez más la sutileza de la argumentación de los cismáticos, que habían hablado de algún error procesal que debía ser individuado por parte de Roma, y rechazó como engañosas las afirmaciones según las cuales Roma estaba contemplando mitigar la ley sobre el celibato. Según el papa, era superfluo precisar lo lejos que estaba esto de la realidad. Más bien, era cierto que la vitalidad y el esplendor de la Iglesia católica debían gran parte de su fuerza y de su gloria al celibato de los sacerdotes, que por lo tanto debía mantenerse intacto. Esto no había sido nunca tan necesario como en esos tiempos de corrupción moral y de codicias desenfrenadas, en los cuales las personas tenían necesidad urgente del buen ejemplo de sacerdotes ejemplares.

Benedicto XV prosigue: "Reafirmamos ahora solemne y formalmente lo que ya hemos afirmado en otras ocasiones, a saber: que jamás esta Sede Apostólica será inducida no sólo a abolir, sino tampoco a mitigar, atenuándola en parte, la sacrosanta y sublime benéfica ley del celibato eclesiástico".

Lo mismo valía para las modificaciones a la constitución de la Iglesia. Y con ello la Santa Sede había dicho la última palabra.

Que la Santa Sede consideraba seria la situación lo demuestra también el envío a Praga, en octubre de 1919, del joven y prometedor monseñor Clemente Micara, antes de ser nombrado nuncio en junio de 1920.

También él, como antes Valfrè di Bonzo, había entendido desde hacia tiempo que las peticiones de los reformadores tenían raíces más profundas que la mera insatisfacción por la situación de la Iglesia. Eran más bien expresiones de una crisis de fe que se estaba difundiendo cada vez más, incluso de un movimiento de separación.

También en Roma habían llegado a la misma conclusión, como demuestran la claridad y la decisión con las cuales tanto el Santo Oficio como el papa habían respondido a los reformadores checos. Habían entendido que éstos no podían ser conquistados mediante negociaciones. Los reformadores habían abandonado los fundamentos de la fe católica, incluso del cristianismo mismo.

Este modo de actuar de la Santa Sede, no determinado por reflexiones políticas y pragmáticas, sino sólo por la verdad de la fe, se reveló "el único justo" que había que seguir y ello lo demuestran no sólo los ya citados censos, sino también la manifestación de masa de cientos de miles de personas durante la consagración, el 3 de abril de 1921, del nuevo arzobispo de Olomouc, Antonín Cyril Stojan, que se transformó en una impresionante demostración de fidelidad al papa y a la Iglesia.
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