Viernes, 19 de abril de 2024

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¿Cómo es la Iglesia actual?

Unidad en la diversidad e Iglesia accidentada (II) BXVI

por La divina proporción

¿Cómo es la Iglesia actual?

Es una mezcla diversa y heterogénea. Existe una gran cantidad de personas con fe, pero que no la desarrollan realmente. La gran mayoría de los bautizados tenemos una fe personal que nos permite sentirnos bien con nosotros mismos, pero que choca con otras personas a lo hora de la vivencia, convivencia y compromiso con la comunidad. Preferimos no comprometernos porque en el fondo sabemos que no vale la pena chocar y discutir entre nosotros. La fe personal siempre es más cómoda y confortable. En el caso de estar predispuestos al compromiso comunitario, tendemos reunirnos en grupos homogéneos para crear nuestros propios espacios de confort.


Volviendo al símil del puzzle (que utilicé en el post anterior) tenemos una diversidad de situaciones: grupos de piezas que se reúnen por color, forma o tipo. A estas piezas les da miedo entrelazarse con piezas de otros colores, porque creen que perderían el carisma que Dios nos ha dado. Muchas piezas andan solas, porque no encuentran un grupo de colores similares a los suyos. Hay piezas que intentan homogenizar todo el rompecabezas y otras pregonan que la unidad ya existe sin que haya que unirse realmente. Consecuencia: falta de unidad y pérdida de sentido de la acción del Espíritu Santo sobre nosotros.

Hace un tiempo el Papa Francisco nos exhortó a salir de estos guetos de igual color y forma, para encontrarnos con los demás. No cabe duda que es peligroso dar un paso fuera del espacio de confort: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.

Lo cierto es que esta frase certera y clara, se ha convertido en un slogan en boca de muchos de nosotros. Un slogan que no ha dado el resultado que se podríua esperar, ya que el enemigo sabe que cambiando el entendimiento de las palabras, las ideologías se implantan con facilidad. Nada mejor que utilizar una frase del Papa y apostilla con: “lo dicho el Papa”, para distanciarnos más o para homogeneizarnos más y mejor.

La frase del Papa se suele abreviar de la siguiente forma: “Prefiero una Iglesia accidentada, que una Iglesia enferma por el encierro”. Así abreviada y despojada del contexto, se nos olvida la necesidad de entender lo que dice el Papa dentro de la Tradición y Doctrina eclesial. Desgraciadamente, con esta frase nos intentan cerrar la boca a quienes señalamos las trampas del enemigo. Nos dicen: “el Papa quiere que nos accidentemos antes que estar quietos !Tirémonos por el barranco!” ¿Alguien no se ha dado cuenta de la jugada maestra del maligno?

Hay otras frases descontextualizadas y debidamente ideologizadas que también se repiten con frecuencia, como “Quien soy yo para juzgar…”. Todas ellas son herramientas de gran poder para el enemigo. Sirven para reintroducir en la Iglesia el antiguo nominalismo reencarnado en relativismo. Relativismo que se vende como panacea universal que  dice que logrará que todos vivamos en paz. Claro, la paz del silencio y de la lejanía mutua:

El relativismo puede aparecer como algo positivo, en cuanto invita a la tolerancia, facilita la convivencia entre las culturas, reconocer el valor de los demás, relativizándose a uno mismo. Pero si se transforma en un absoluto, se convierte en contradictorio, destruye el actuar humano y acaba mutilando la razón. Se considera razonable solo lo que es calculable o demostrable en el sector de las ciencias, que se convierten así en la única expresión de racionalidad: lo demás es subjetivo. Si se dejan a la esfera de la subjetividad las cuestiones humanas esenciales, las grandes decisiones sobre la vida, la familia, la muerte, sobre la libertad compartida, entonces ya no hay criterios. Todo hombre puede y debe actuar solo según su conciencia.

Pero “conciencia”, en la modernidad, se ha transformado en la divinización de la subjetividad, mientras que para la tradición cristiana es lo contrario: la convicción de que el hombre es transparente y puede sentir en sí mismo la voz de la razón fundante del mundo. Es urgente superar ese racionalismo unilateral, que amputa y reduce la razón, y llegar a una concepción más amplia de la razón, que está creada no solo para poder “hacer” sino para poder “conocer” las cosas esenciales de la vida humana. (Card. Joseph Ratzinger, La fuerza de la razón contra el relativismo, 27 y 28 de octubre de 2004)

Siguiendo con el símil del rompecabezas, dialogar, de forma fraterna, nos permite darnos cuenta quienes somos, frente lo que nos han dicho que debemos ser. Nos permite encontrar límites a los postulados ideológicos que nos sirven de murallas defensivas. Nos permite encontrar nuestro espacio dentro del rompecabezas, de forma coherente con los dones y carismas que llevamos dentro de nosotros.

Dialogar conlleva negación de sí mismo. Podemos verlo releyendo el episodio Evangélico del Joven Rico. Nos presentaremos ante Cristo, defendiendo nuestras comodidades: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?” y Él nos responderá: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. Normalmente preferiremos alejarnos, tristes y abatidos. La Iglesia enferma por encerrarse en sí misma. Pensaremos tristemente: ¡Qué poco nos ama el Señor”! Nos pide dejar todo lo que nos hace sentir seguros y cómodos.

Si alguien nos plantea la necesidad de salir fuera de nuestra zona de confort, la tristeza puede convertirse en ira. “¿Quién será este para juzgarme?” Si un hermano nos señala los peligros del camino que ha elegido, le diremos airados: “Déjame accidentarme, que es lo que el Papa prefiere que haga. Mejor con la pata rota, que encerrado en tu entendimiento”. Dicho de otra forma, mejor solos y aislados, que formando parte del maravilloso puzzle que Dios creó.

Al final, igual que en el Episodio del Joven Rico, nos miramos todos llenos de miedo y nos preguntamos ¿Quién podrá salvarse? Todos tenemos nuestras riquezas y comodidades. Todos tenemos nuestros caminos preferidos y agradables. Todos amamos lo que nos resguarda de los demás. Entonces Cristo nos dirá lo mismo que a los Apóstoles:

Para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es posible” (Mt 19, 26)

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