Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

Una unión sacramental de «una sola carne»


Puesto que el cuerpo es intrínseco a la persona, la naturaleza del matrimonio es tal que requiere diferencia sexual, el acto corporal sexual, como requisito fundamental; de hecho, como intrínseco a una unión sacramental de una sola carne.

por Eduardo Echeverría

Opinión

San Juan Pablo II, Benedicto XVI y también el Papa Francisco afirman el significado moral y sacramental de la unidad corporal dos en una sola carne como fundamento de la forma marital del amor. Pero es precisamente la encarnación de las personas humanas como hombre y mujer lo que se ha perdido en nuestra cultura, incluso entre los católicos, para comprender adecuadamente el matrimonio.
 
La unidad que se alcanza al llegar a ser «dos en una carne» (Génesis 1:27, 2:24) en el matrimonio se funda en el orden de la creación, persiste a través del régimen del pecado y se afirma y se renueva simultáneamente a través del sacramento redentor del matrimonio. Ahora quiero desarrollar el punto de que la verdadera unidad corporal, una unión de una sola carne entre un hombre y una mujer, actualiza la unidad matrimonial.
 
Coincidiendo con la crítica del Papa Francisco a la «ideología de género», el cardenal Gerhard Müller ha declarado recientemente: «[La ideología de género] afirma que la identidad del hombre no depende de la naturaleza, con un cuerpo que está limitado a una sexualidad masculina o femenina». Brevemente, añade: «Hay un dualismo evidente detrás de todo esto: el cuerpo pierde su significación con respecto a su propia identidad» (Informe sobre la esperanza: Diálogo con el cardenal Gerhard Ludwig Müller, 147).
 
En contra del dualismo antropológico, la tradición católica afirma que el cuerpo es intrínseco a la propia individualidad. En resumen, la persona humana es corporal. Esta afirmación está enraizada en la enseñanza de la Iglesia sobre la unidad alma/cuerpo de la persona humana (Catecismo de la Iglesia Católica §§362-368). Como dice Juan Pablo II: «En efecto, cuerpo y alma son inseparables: en la persona, en el agente voluntario y en el acto deliberado, están o se pierden juntos» (Veritatis Splendor §49). Por lo tanto, añade, podemos entender fácilmente por qué separar «el acto moral de las dimensiones corpóreas de su ejercicio es contraria a las enseñanzas de la sagrada Escritura y la Tradición» (Ibid).
 
Esta enseñanza la adopta explícitamente Benedicto XVI (p. ej., discurso a la Curia Romana, 21 de diciembre de 2012) y el Papa Francisco, particularmente en Amoris Laetitia §§56, 74-75 y Laudato Si' §155.
 
En otras partes, Juan Pablo II explica que el cuerpo es intrínseco a la identidad propia: «El hombre es un sujeto no solo por su autoconciencia y por su autodeterminación, sino también por su propio cuerpo. La estructura de este cuerpo es tal que le permite ser el autor de una actividad auténticamente humana. En esta actividad, el cuerpo expresa a la persona» (Varón y Mujer los creó, 7:2; 9.4, 31.3). El cuerpo es intrínseco a sí mismo. No es sorprendente que el «cuerpo del hombre participa de la dignidad de la imagen de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, §364).
 
Este dualismo antropológico ha llevado también a la negación de que la base de la forma de amor que es el matrimonio es una unión corporal sexual de hombre y mujer como una sola carne. Pero puesto que el cuerpo es intrínseco a la persona, la naturaleza del matrimonio es tal que requiere diferencia sexual, el acto corporal sexual, como requisito fundamental; de hecho, como intrínseco a una unión sacramental de una sola carne.
 
En su Teología del Cuerpo, Juan Pablo II desarrolla la importancia sacramental del acto corporal-sexual como algo intrínseco a una unión de una sola carne.
 
El signo sacramental del matrimonio está constituido por la pareja que, por la «palabra» que intercambian: «te tomo como mi esposa/como mi esposo, y te prometo ser siempre fiel a ti, en la alegría y en el dolor, en la enfermedad y en la salud , y amarte y honrarte todos los días de mi vida», y su «fidelidad» recíproca, se comprometen a «vivir» una realidad de gracia. Añade Juan Pablo II: «Esta realidad (la copula conjugale), por otra parte, se ha definido instituación desde el principio por el Creador. «El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Génesis 2:24)».
 
El porqué el sacramento del matrimonio presupone la diferenciación sexual se hace evidente en la realización de lo que se significa en el signo sacramental. «Las palabras [forma] que hablaron no constituyen por sí mismas el signo sacramental si la subjetividad humana del hombre y la mujer comprometidos y al mismo tiempo de la conciencia del cuerpo unido a la masculinidad y la feminidad de la novia y el novio no les correspondía [materia]».
 
Juan Pablo II explica: «Lo que lo determina [el signo sacramental del matrimonio] es en cierto sentido "el lenguaje del cuerpo", en tanto que el hombre y la mujer, que han de ser una sola carne por matrimonio, expresan en este signo el don recíproco de la masculinidad y la feminidad como el fundamento [creacional] de la unión conyugal de las personas. El signo del sacramento del matrimonio está constituido por el hecho de que las palabras pronunciadas por los nuevos cónyuges retoman el mismo "lenguaje del cuerpo" que en el "principio" [de la creación] y, en todo caso, le otorgan una expresión concreta e irrepetible... De esta manera, el perenne y siempre nuevo "lenguaje del cuerpo" no es el único "sustrato", pero en cierto sentido también el contenido constitutivo de la comunión de las personas» (Varón y Mujer los creó, Matrimonio, amor y fecundidad, 103.3.4.5).
 
La realidad que corresponde a estas palabras y lo que el signo sacramental significa y produce especifica el contenido de esta gracia sacramental: «Los esposos participan en ella en cuanto a esposos, los dos, como pareja, hasta tal punto que el efecto primario e inmediato del matrimonio (res et sacramentum) no es la gracia sobrenatural misma, sino el vínculo conyugal cristiano, una comunión típicamente cristiana, porque representa el misterio de la Encarnación de Cristo y su misterio de Alianza» (Familiaris consortio §13).
 
Por lo tanto, esta unión de una sola carne no es simplemente postulada por la ley eclesiástica. Más bien, Jesús nos llama de nuevo a la ley de la creación (Marcos 10:6-7) que fundamenta un nexo inextricable de permanencia, dualidad y diferenciación sexual para el matrimonio. En particular, el matrimonio es tal que requiere la diferencia sexual, el acto físico-sexual, como requisito previo fundamental, de hecho, como intrínseco a una unión de carne y hueso entre el hombre y la mujer. «Así que no son ya más dos, sino uno» (Marcos 10:8).
Comentarios
5€ Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
10€ Gracias a tu donativo habrá personas que podrán conocer a Dios
50€ Con tu ayuda podremos llevar esperanza a las periferias digitales
Otra cantidad Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Si prefieres, contacta con nosotros en el 680 30 39 15 de lunes a viernes de 9:00h a 15:30h
Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter

¡No te pierdas las mejores historias de hoy!

Suscríbete GRATIS a nuestra newsletter diaria

REL te recomienda