Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Un cura español en los confines del mundo


Sé de otro sacerdote secular, todavía joven, madrileño, que lleva un año en la quinta puñeta del redondo mundo ejerciendo su ministerio en el corazón Siberia. Exactamente en Novosibirsk.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Los más viejos del lugar, y aún los menos viejos, recordarán al jesuita leonés Segundo Llorente, que se pasó la vida misionando entre los indios americanos del círculo polar Ártico. Llegó a ser, además de otras muchas cosas, representante por el recién creado Estado de Alaska en el Congreso USA, el primer caso de un sacerdote católico en dicha cámara. Murió en 1989 y se halla enterrado en el cementerio indio de De Smet (Idaho), donde sólo pueden enterrarse nativos americanos. Él lo fue a petición de los propios indios.

Ahora sé de otro sacerdote secular, todavía joven, madrileño, que lleva un año en la quinta puñeta del redondo mundo ejerciendo su ministerio en el corazón Siberia. Exactamente en Novosibirsk, una ciudad de millón y medio de habitantes, la tercera más populosa de la Federación Rusa después de Moscú y San Petersburgo y capital de toda la inmensa región de Siberia. Centro administrativo, industrial, comercial, universitario y científico de primer orden, nudo neurálgico de comunicaciones, entre otras, del famoso ferrocarril transiberiano, donde las temperaturas en invierno pueden alcanzar los 30-40 grado bajo cero. Sólo de escribirlo me echo a temblar.

En este medio de hegemonía ortodoxa, con su hermosísima catedral de San Alejandro Movisky, se desenvuelve el reverendo Javier de Haro Requena, sacerdote de la Fraternidad de San Carlos Borromeo, afecta al movimiento de Comunión y Liberación que fundara el sacerdotes milanés don Giussani. Con el madrileño labora un cura italiano y dos seminaristas igualmente trasalpinos que atienden a una comunidad de una veintena de feligreses católicos, una verdadera gota de agua en medio del inmenso océano ortodoxo o ateo, reliquia, este último, de la benefactora obra del padrecito Stalin, genocida y criminal de guerra donde los haya, que adoraban los comunistas españoles.

Javier de Haro dedica parte de su tiempo a aprender ruso, que no debe ser grano de anís, y después, acaso, sea trasladado a Moscú o San Petersburgo, donde la Iglesia católica necesita mucha mano de obra, aunque sólo sea para que el espíritu de San Francisco Javier no decaiga. Estos días se halla en Madrid, de visita fugaz a su familia.

Javier tiene un hermano, Pablo, también sacerdote, rector de una parroquia nueva de Parla, diócesis de Getafe (Madrid). Ambos son hijos de Miguel de Haro Serrano, tío, además, del periodista Fernando de Haro Izquierdo, director del programa Así son las mañanas de fin de semana en la COPE, y a su vez director del periódico Páginas Digital, de clara orientación católica.

Miguel, el patriarca de la saga de los Haro, es un entrañable amigo mío desde hace casi sesenta años. Ambos procedemos de la Juventud de Acción Católica, aquella vigorosa escuela de formación apostólica, en la que Miguel fue presidente diocesano en la diócesis de Guadix, de donde es oriundo. Tanto sus hijos como los míos nacieron en el hospital de la Mutual del Clero, a veces con pocos días de diferencia. Era “nuestro hospital” ya que atendía a los empleados de la entonces recién creada editorial de PPC, en la que trabajamos juntos. Él como jefe de las campañas de propaganda que encargaban Cáritas, el Día del Seminario, Manos Unidas, etc.; yo como currito para lo que hiciese falta en las publicaciones de PPC. Montó una revista profesional exitosa sobre el mundo de la publicidad. Ahora se halla metido en el remate de un libro de mucha enjundia sobre la sociedad civil. Espero que no perezca en el intento, como casi le ocurre a Montesquieu cuando escribió El espíritu de las leyes.

Buena gente, muy buena gente son estos Haro, empezando por su cabeza de fila, que ahora pasa las vacaciones en un chalecito que tiene en el pueblo serrano en el que resido. Nos vemos todas las tardes, después de misa, donde coincidimos, y nos echamos nuestras buenas parrafadas. Ya saben, las batallitas del abuelito.

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