Viernes, 29 de marzo de 2024

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Toledo, 10 de agosto de 1936. Cerca del Puente de San Martín

por Victor in vínculis

El segundo sacerdote asesinado en esta jornada, del 10 de agosto, es un párroco que no ejerce en la Ciudad; se trata del párroco de Guadamur.

El siervo de Dios Ángel Alonso Peral era natural de Noblejas (Toledo), nació el 20 de mayo de 1904. Sus padres se llamaban Luis y Sinforosa. Cuando nace Ángel el padre ejerce de botero en Tarancón (Cuenca), donde residen. Mientras el mundo vive convulsionado por el estallido de la Gran Guerra, la vida del pequeño Ángel quedará marcada por la muerte de su padre. Con diez años regresa con su madre a vivir a Noblejas donde crece en medio de dificultades económicas, en alguna medida, resueltas por el entorno familiar.

A los pocos años ingresa en el Seminario de Toledo. Tras la ordenación sacerdotal el 14 de diciembre de 1928, celebra su primera misa el 26 de Diciembre en su pueblo natal. Sobrecoge leer el recordatorio de su ordenación sacerdotal celebrada en los días de la Natividad del Señor: “¡O veneranda sacerdotum dignitas in quorum manibus, / velut in utero Virginis, Filius Dei incarnatur!”.
 
Los cuatros sacerdotes que aparecen citados en la estampa padecieron el martirio. Como orador sagrado tomó la palabra el Beato Liberio González Nombela, párroco de Torrijos. Ejercieron de padrinos eclesiásticos el Siervo de Dios Matías Heredero Ruiz, párroco de Noblejas, que será asesinado el 23 de julio y el Siervo de Dios Emilio Quereda Martínez, párroco de Los Cerralbos, que obtuvo la gracia del martirio siendo después coadjutor en Villacañas el 5 de septiembre. El cuarto fue nuestro protagonista.

Su primer destino fue el de regente de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Cabañas de Yepes (Toledo). Después pasó a ejercer el ministerio en Guadamur (Toledo).

Según cuentan testigos directos fue un hombre serio, trabajador, sencillo, piadoso. Su servicialidad para con todos es comentario general de todos los testigos. El dominico P. Isidoro Morales recuerda que preparaba con celo sus homilías y que se le consideraba un excelente predicador.

Tras la fundación en Guadamur, en 1933, de un Centro Juvenil de la Acción Católica, pasó a ser un objetivo por eliminar para los grupos de ideología marxista. Cuando estalla la guerra ya no le dejarán vivir. El 24 de julio de 1936 le prohíben ir a la iglesia y volver a celebrar la Misa. Además, aunque le impiden salir de su domicilio, le notifican la conveniencia de ausentarse del pueblo, ya que su vida corría peligro. Él se esconde con su madre en otra casa de la parroquia. Los registros se suceden, y escondido en sitios inverosímiles (una pared doble, un pajar…) los va sorteando. Al ver que venían en su busca se traslada a otro domicilio permaneciendo diez días en una de sus buhardillas. Los milicianos amenazan a la dueña de la casa si no delata el lugar en que se encuentra el cura.

En la madrugada del 10 de agosto las milicias deciden personarse con el albañil que construyó esa casa, y dan con él, comprobando que tenía un aspecto demacrado y penoso.

-Ya está aquí el pájaro, gritan.

La despedida de su madre fue desgarradora. Al pasar junto a la iglesia entre los esbirros que la custodian, ve las cenizas aún humeantes de todo el mobiliario y ajuar litúrgico quemado.

-Quiero morir aquí junto a mi iglesia, les dice.

Pero ellos le empujan a culatazos hasta el ayuntamiento. No dejaba de preguntar por el Siervo de Dios Alfonso González, párroco de Argés y Layos, hijo del sacristán de Guadamur. Y, aunque ese mismo día fue asesinado a 200 metros del pueblo, no quisieron decírselo.

Finalmente, en un coche lo llevan a Toledo hasta el Comité Provincial, para esa misma tarde fusilarlo junto a las tapias del matadero, cerca del puente de San Martín de la Ciudad Imperial (bajo estas líneas una fotografía del puente de principios de siglo XX).

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