Viernes, 26 de abril de 2024

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Homilía de Viernes Santo

"Tengo Sed"

por Estamos en Sus Manos

 Jesús en la cruz oró con diferentes salmos. Muchas de las últimas palabras de Jesús en la cruz están en los salmos, de un modo u otro. Ellas nos ayudan a comprender cómo vivió Jesús la cruz, y también cómo nos llama a vivir nosotros en ellas. Según hemos oído en el Evangelio de hoy, la penúltima palabra que Jesús pronunció fue “tengo sed”. El Señor no se refería sólo a la sed física. Para poder decir una palabra en la Cruz era necesario un gran esfuerzo, Jesús escoge esas palabras por algún motivo más profundo.

Cuatro salmos nos explican el sentido de esta sed de Jesús en la Cruz. Nos centraremos en dos.

 

- El salmo 143, en un contexto de Pasión, dice: “Recuerdo los tiempos antiguos, medito todas tus acciones, considero las obras de tus manos y extiendo mis brazos hacia ti: tengo sed de ti como tierra reseca”. En su Pasión, Cristo se vuelve al Padre e indica que tiene sed de Dios. Así lo manifiesta también el salmo 42, también en un contexto de Pasión: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Dios mío.  Tiene sed de Dios, del Dios vivo.  ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: ¿dónde está tu Dios? En el momento de la Cruz, Cristo no se mira a sí mismo, ni se autocompadece; no se hunde en la desesperanza, o en la ira; no mira a los que están alrededor, exceptuando a su madre. Su alma se vuelve al Padre, y Cristo, literalmente, extiende los brazos hacia Él con sed de su amor. Se abandona a los brazos del Padre, sediento de su rostro. Así dice también Jesús en la cruz: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

Y nosotros, en nuestras cruces, ¿qué hacemos? ¿Nos autocompadecemos, mirándonos a nosotros mismos? ¿Nos hudimos en la desesperanza o en la ira? ¿Miramos sólo a los que, alrededor nos hacen sufrir? Jesús nos enseña a mirar al Padre, y a extender los brazos hacia Él, sedientos de su amor. Nos llama a comprender que la mirada ha de estar fija en Dios, y que hemos de esperar la salvación sólo de Él. Nos llama a aceptar nuestra cruz, como Él lo hizo, de modo que crezca nuestro deseo de Dios.

 

- El salmo 69, también en un contexto de Pasión, dice así: “El oprobio me ha roto el corazón y desfallezco. Espero compasión, y no la hay, consoladores, y no encuentro ninguno.  En mi comida me echaron hiel, para mi sed me han dado vinagre”. Por un lado Jesús dice que tiene sed para que se cumplan las Escrituras; y de hecho le dan vinagre, como profetiza el salmo. Esto muestra que Jesús es perfectamente consciente de que va a morir, y que le da a su muerte un sentido en consonancia con las Escrituras, es decir, en consonancia con la voluntad del Padre. El salmo 38 dice otra expresión que indica quizá lo mismo que Jesús dijo en la cruz con el “todo está cumplido”: Enmudezco, no abro la boca, porque eres tú, Señor, quien lo ha hecho”. La sed de Jesús muestra su obediencia al Padre, cuya voluntad es su alimento.

El Salmo decía también que Jesús encuentra consoladores, y no los encuentra. Eso pasó en la cruz, y nos hubiera gustado consolar a Jesús. Pero, ¿podemos consolarle hoy, 2.000 años después de su Pasión?

 

Pero la sed de Jesús trasciende la cruz. También a la samaritana le dijo: dame de beber. Jesús estaba sediento, pero no de agua, sino de la fe y del amor de aquella mujer. También en la cruz nos indica que está sediento de nuestro amor, y de nuestra fe. Verle sobre ella ha de hacer crecer nuestra sed de Dios, y debe despertar en nosotros el deseo de colmar su sed de fe y de amor, como lo entendió la Madre Teresa de Calcuta, eligiendo esta frase como lema supremo de las misioneras de la caridad.

Pero el diálogo con la samaritana nos indica que es Cristo quien nos quiere dar el agua viva, que calma la sed para siempre. Desde la cruz él nos llama a saciar su sed de fe y de amor, pero luego nos sorprende colmando nuestra sed de ser amados. Aquella mujer tenía cinco maridos, y ninguno le bastaba: iba mendigando el amor. No comprendía que sólo el amor de Dios puede llenar el corazón. Por eso Jesús murió en la Cruz: para mostrarnos que realmente Dios nos ama.

 

Él dijo también en Juan: El que tenga sed que venga a mí, que beba el que cree en mí: como dice la Escritura, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Jesús nos llama a ir a él para colmar nuestra sed de amor. De hecho, poco después de su “tengo sed”, el Señor se deja abrir el Corazón y de ahí brotan agua y sangre. Esa agua, signo del bautismo, lo es también del Espíritu Santo, como explica Juan: “decía esto refiriéndose al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en Él”. El Espíritu Santo es el gran don que Dios nos ha dado y que colma nuestra sed hasta el desborde. La sangre es signo de la Eucaristía, el otro manantial en el que Cristo nos llama a apagar nuestra sed de amor, pues es el sacramento del amor.

Hoy es el único día del año en que la Iglesia no celebra la Eucaristía. Ella es un privilegio, que muchas veces no valoramos, donde se renueva el sacrificio de Cristo, y de nuevo se abre el costado de Cristo para saciar nuestra sed de amor. Somos unos privilegiados, y en la Eucaristía nos espera Cristo. Que no pasemos de largo ante él, como hicieron los judíos ante su cruz. Que en ella saciemos la sed de Cristo, y al mismo tiempo saciemos nuestra sed en él.

 

Pero hay otro pasaje en que Jesús habla de esta sed que vivió en la Cruz. En Mateo 28 dice, hablando de los pobres, “tuve sed, y me disteis de beber. Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más humildes, conmigo lo hicisteis”. El deseo de apagar la sed de Cristo y de consolarle en su Cruz, debe movernos a los hermanos más pobres. En ellos Cristo sigue sufriendo, y nos llama a calmar su sed en ellos. Dice la 1 Jn: “si alguien dice que ama a Dios a quien no ve, y no ama a su hermano, a quien ve, es un mentiroso”. Porque a Dios se le ama amando al hermano. El mundo muere de hambre y sed. El amor de Dios que nos colma en la Eucaristía, debe llevarnos a atenderle en ellos.

 

Por último, Jesús dijo también: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados”. Hoy hay muchos sedientos de justicia, en este mundo tan injusto. Los cristianos perseguidos, como aquellos 150 jóvenes que ayer han sido asesinados en Kenia sólo – sólo – por ser cristianos; y otros tantos que, como un lento goteo, van muriendo injustamente por su fe. O esos niños abortados que llegan por millones diariamente ante el trono de Dios, cumpliéndose lo que Jesús dijo en la Pasión a las mujeres que lloraban: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegará un día en que dirán: dichosas las estériles, los vientres que no engendraron y los pechos que no criaron”. Ese es el lema del mundo de hoy. Y sin embargo, una esperanza: ellos quedarán saciados. Al final de los tiempos, esa es la última sed que quedará saciada: la sed de justicia.

 

Resumo: Jesús en la cruz tenía sed de Dios, y sólo de Él esperaba todo. Con ello nos enseña a volvernos al Padre y esperarlo todo de Él en nuestras cruces, sin desesperarnos. Pero también tenía sed de nosotros, de nuestra fe y de nuestro amor, y nos llama a saciar esa sed. Y sin embargo, cuando acudimos a Él, es Él quien colma nuestra sed de amor, a través de su Eucaristía y del Espíritu Santo, que son la presencia permanente de Dios en nosotros. Y con el corazón saciado de su amor, nos llama a saciar su sed en los pobres, en los que Él nos está llamando a vivir el amor. Y por último, nos llama a saciar la sed de justicia de los perseguidos, de los abortados, luchando sin desfallecer por la justicia. Pero recordando, que la victoria es suya, que será Él quien, cuando venga en gloria, saciará nuestra sed de Justicia con su Victoria. La Cruz deja paso a la victoria, también en nuestra vida. Cuando llegue lo definitivo, no habrá más sed, porque Dios lo será todo para todos. 

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