Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

San Juan (8,111)

Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más

ReL

Le traen una mujer sorprendida en adulterio.
Le traen una mujer sorprendida en adulterio.
Daniel (13,1-9.1517.19-30.33-62)

En aquellos días, la asamblea condenó a Susana a muerte. Susana dijo gritando:
- «Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí».

Y el Señor escuchó su voz.

Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; este dio una gran voz:

- «Yo soy inocente de la sangre de esta»

Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron:

- «¿Qué es lo que estás diciendo?».

El, plantado en medio de ellos, les contestó:
- «Pero, ¿estáis locos, hijos de Israel? ¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella».

La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron:

- «Ven, siéntate con nosotros y explícate, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad».

Daniel les dijo:
- «Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar yo».
Cundo estuvieron separados el uno del otro, él llamó a uno de ellos y le dijo:

- «¡Envejecido en años y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: "No matarás al inocente ni al justo". Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados».

El respondió:
- «Debajo de una acacia»

Respondió Daniel:
- «Tu calumnia se vuelve contra ti. Un ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».

Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo:
- «¡Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?».

El contestó:
- «Debajo de una encina».

Replicó Daniel:
- «Tu calumnia también se vuelve contra ti. El ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio.
Y así acabará con vosotros».

Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado contra el prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron.

Aquel día se salvó una vida inocente.

Salmo 22,1-3a.3b-4.5.6

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo


El Señor es mi pastor, nada me falta: 
en verdes praderas me hace recostar; 
me conduce hacia fuentes tranquilas 
y repara mis fuerzas. 

Me guía por el sendero justo, 
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, 
nada temo, porque tú vas conmigo: 
tu vara y tu cayado me sosiegan. 

Preparas una mesa ante mí, 
enfrente de mis enemigos; 
me unges la cabeza con perfume, 
y mí copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan 
todos los días de mi vida, 
y habitaré en la casa del Señor 
por años sin término. 

Evangelio según san Juan (8,111)

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron:
- «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

- «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:

- «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?»

Ella contestó:
- «Ninguno, Señor.»

Jesús dijo:
-«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.»
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