Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Blog

Somos hijos de la oración

por Guillermo Urbizu

[sixti.jpg]


Todos. Hasta el individuo más arrinconado, malcarado e insospechado de la humanidad. Todos somos hijos de la oración. En primer lugar del Cristo crucificado, que dio Su Vida por cada uno, y que en Su misericordia infinita nos resucitó, o al menos nos dió la oportunidad de elegir la opción mejor y de no vivir como muertos, ahora y en la eternidad. Dios, Padre de los libres, porque todos los hombres somos libres en el hondón de nuestra conciencia. Constantemente elegimos, y ponemos el alma en Dios o en canguelos. Elegimos el gozo o la tristeza (aun cuando el gozo pueda parecer triste o la tristeza pueda presentarse como el colmo de la dicha y el no va más del esparcimiento). Pero todos seguimos “dependiendo” de esa oración divina y humana de Jesús escarnecido no sólo en el año 33, sino en cada pecado con el que le fustigamos desde entonces. Y ya sé que la palabra “pecado” es de esas que causan repelús en el respetable, o una sonrisilla displicente, o el silencio de no pocos presbíteros obcecados en las componendas. El caso es que somos hijos de la oración de Cristo, pero también de otras muchas personas, vivos y difuntos, conocidos y desconocidos, en una gratificante comunión de los santos. Y en nosotros, en todos, está esa semilla, que nunca será en balde, eso es seguro. En algún momento de nuestras vidas dará su fruto y se abrirán los ojos del alma y la perspectiva será otra más honda. Aunque la mayoría de las ocasiones no lo lleguemos a ver, sabemos por la fe que la oración es omnipotente, que remueve y hace posible lo imposible (si nos conviene). El mérito de todo ello, la raíz, está en esa Misa que es el Crucificado, que se prolongará durante los siglos y que es la cima de la Historia Universal. Cavilo en esas personas que han orado o siguen orando por nosotros. Quizá alguien que nos cruzamos por la calle cuando éramos pequeños, o no tan pequeños. Un sacerdote quizá, o una mujer que nos acariciaba la cabeza en el mercado, o un compañero de estudios, o un profesor al que no tragábamos pero que intentaba hacernos ver la bondad matemática (con poco éxito en mi caso). Tantas y tantas oraciones que desconocemos. Sencillas plegarias por ese crío o ese joven que éramos nosotros con unos cuantos años menos. Tampoco tantos. O la oración perseverante de nuestras madres, que no nos deja nunca huérfanos de gracia; ellas conmueven como nadie el Corazón de Dios. La oración, la oración, la oración. Súplica, conversación, confianza. Intimidad y causa de la única felicidad que dura. La pedimos sabedores de su importancia. Incluso hay agnósticos que no hacen ascos a un avemaría, o que te dicen en confidencia: por favor, reza por mí, lo necesito. Y sientes las profundas ganas de Dios que el hombre tiene, aunque se calle o disimule o tercie con batallitas. Ningún cristiano sería lo que es sin la oración de los demás. Ninguno de nosotros sería fiel a Dios sin ella, ni comprendería lo que comprende, ni sabría discernir el Amor en lo corriente. Ni siquiera durante un nanosegundo de vida. ¿Qué es lo único importante, qué lo que queda después de tanto trasegar con la inopia? La santidad. Lo repito: O santos o nada. Y la santidad sólo es posible en y desde la oración cotidiana. Cuando falla, cuando trastea, notamos que las cosas no van, que para qué tanta historia. O sea que de eso vivimos: de transformar en oración la vida.
Comentarios
5€ Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
10€ Gracias a tu donativo habrá personas que podrán conocer a Dios
50€ Con tu ayuda podremos llevar esperanza a las periferias digitales
Otra cantidad Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Tu donativo es vital para mantener Religión en Libertad
Si prefieres, contacta con nosotros en el 680 30 39 15 de lunes a viernes de 9:00h a 15:30h
Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter

¡No te pierdas las mejores historias de hoy!

Suscríbete GRATIS a nuestra newsletter diaria

REL te recomienda