Martes, 23 de abril de 2024

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"Silencio" de Scorsese y el otro martirio olvidado

"Silencio" de Scorsese y el otro martirio olvidado

por Duc in altum!

La película “Silencio” (2016) de Scorsese, pone sobre la mesa la cuestión del martirio por el que la Iglesia ha pasado valientemente en muchos momentos de su historia milenaria. Ubicada en el Japón del siglo XVII, muestra el sufrimiento de tantos que, movidos por la fe cristiana, tuvieron que enfrentarse, desde la fragilidad, a un régimen que los consideraba una amenaza. A simple vista, pareciera una producción poco alentadora para los católicos; sin embargo, es todo lo contrario.

El martirio; es decir, el hecho de dar la vida por la fe, tiene dos dimensiones o, si cabe la expresión, dos formas de concretarse. El primero, se refiere a la tortura y, finalmente, a la muerte provocada por los captores, mientras que el segundo, es la suma de esfuerzos por perseverar en las exigencias del Evangelio dentro de un contexto que, sin traer consigo la muerte, oprime, generando inestabilidad, persecución y pobreza. En el caso de los dos jesuitas que se vieron presionados a renegar de Cristo para evitar la masacre de sus aldeas, aunque cueste visualizarlo, se dio el segundo tipo de martirio. No les arrebataron la vida, pero sí la satisfacción de haberse mantenido en la fe de manera externa, al menos verbal, obligándoles a renovar su “compromiso” de apostasía constantemente. ¿No es acaso una tortura tener que vencerse una y otra vez para evitar ser la causa del dolor ajeno? Así las cosas, cabe preguntarse: ¿realmente fueron apóstatas? No propiamente, porque su intención; es decir, el fuero interior, permaneció con Jesús más allá de los gestos. Es decir, hubo forma, pero sin fondo. Además de que fueron sometidos a una situación más allá de sus fuerzas. Prefirieron renunciar a sí mismos, a las expresiones formales, antes que traicionar a Cristo presente en los cristianos japoneses.

¿Pero qué no es mejor mantenerse en la fe públicamente? Sí, lo es; sin embargo, en la historia que nos ocupa, se llegó al límite de lo que un ser humano puede soportar y, por lo mismo, sus reacciones, llenas de sentimientos y emociones, son impredecibles. Dios comprende eso y continúo actuando a través de aquellos sacerdotes “caídos”; es decir, que habían perdido el honor por negar su fe. Si lo hubieran hecho desde el convencimiento, hubieran pecado gravemente, pero las circunstancias, al menos, hicieron las veces de un atenuante de mucho peso. Sin duda, una verdadera excepción y justificación que, además, les permitió seguir siendo misioneros desde la clandestinidad.

Scorsese, sin negar el martirio de sangre, nos abre hacia una nueva dimensión del mismo que, a menudo, se queda eclipsada o en segundo plano. Por ejemplo, el caso de aquellos fundadores que, habiendo muerto en circunstancias naturales, fueron mártires al construir las obras en contextos muy duros. Quizá no recibieron golpes o balas, pero el hecho de haber perseverado en esas circunstancias, los llevó al martirio cotidiano, que ha sido mencionado por el papa Francisco. La fe lleva a la felicidad, pero se construye con esfuerzo y eso, muchas veces, implica llevar la cruz, aunque no se esté dando una persecución directa.

Existen opiniones divididas sobre la película; sin embargo, lleva a la reflexión sobre la relación con Dios, teniendo presente el bienestar y la dignidad de los destinatarios de la actividad misionera de la Iglesia.
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