Jueves, 28 de marzo de 2024

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Silas, el compañero de Pablo

por Vida en abundancia

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Silas fue un profeta y misionero de origen judío y con ciudadanía romana, y está considerado como uno de los principales cristianos de Jerusalén del siglo I d.C. Fue enviado por los Apóstoles a Antioquía de Siria, donde fue compañero de Pablo de Tarso.

Se desconoce el lugar exacto y la fecha del nacimiento de Silas. Su nombre, Silas, en lengua aramea significa ‘pequeño Saúl’ y era de la tribu de Benjamín. Es destacable que la raíz de su nombre sea igual que el nombre original de Pablo, Saulo. Era de la misma tribu que Pablo, helenista como él y ambos ciudadanos romanos (Hechos 16:37).

Aunque su nombre original es Silas (según la Vulgata), en 1 Tesalonicenses 1:1 y en 2 Tesalonicenses 1:1 Pablo lo menciona como Silvano, y Pedro, en su Primera Epístola, también lo hace así. Generalmente se admite la identidad entre el Silvano de las Epístolas y el Silas del Libro de los Hechos de los Apóstoles, ya que Silvano es la forma latinizada del semítico Silas. La primera noticia que se tiene de Silas la da Lucas en Hechos 15:22-35, al final de la narración del Concilio de Jerusalén.

Con motivo del problema planteado por Pablo al admitir a los gentiles en la Iglesia sin exigirles la circuncisión, el conjunto de la Iglesia cristiana de Jerusalén, con los Apóstoles a la cabeza, decide elegir a dos miembros de la comunidad para acompañar a Pablo y a Bernabé a Antioquía de Siria para llevar el Decreto del Concilio de Jerusalén y comunicar de palabra lo allí acordado. Tal decisión era necesaria ya que, de otro modo, los elementos subversivos (los judaizantes o judeo-cristianos) podrían acusar a pablo y a Bernabé de falsificar lo allí tratado. Los elegidos fueron Judas, llamado Barsabás, y Silas. A partir de entonces Silas juega un importante papel en la difusión del Evangelio en el mundo griego, aunque siempre al lado de Pablo.

Silas, al igual que su compañero Judas, era hombre eminente entre la comunidad cristiana de Jerusalén; personas consideradas y de cierto rango, quizás por ser profetas (Hechos 15:32), carisma tan estimado que el mismo Pablo, en la enumeración de los ministerios, coloca a los profetas después de los Apóstoles y antes de los Evangelistas (1 Corintios 12:28 y Efesios 4:11) y, junto con los Apóstoles, les considera los fundamentos de la Iglesia (Efesios 2:20). La función principal de esos profetas era exhortar a los fieles y a veces, como en el caso de Agabo, incluso predecían el futuro.

Vulgata: Traducción de la Biblia al latín a principios del siglo V por Jerónimo de Estridón, por encargo del Papa Dámaso I en el año 382. La versión toma su nombre de la frase “vulgata editio” (edición para el pueblo) y se escribió en un latín corriente, en contraposición con el latín clásico de Cicerón.

Agabo: Profeta cristiano que predijo el hambre que ocurrió durante el reinado del Emperador Claudio (10 a. C. al 54 d. C), según Hechos 11:28 y también predijo el encarcelamiento de Pablo (Hechos 21:1011).

Después del mencionado nombramiento, Pablo y Bernabé, junto con Judas y Silas, parten de Jerusalén llevando el Decreto de los Apóstoles a los hermanos de Antioquía de Siria y a los de Cilicia. Llegados a Antioquía reúnen a los cristianos y leen la Carta con la consiguiente alegría de los oyentes al enterarse de que para ser cristiano no era necesario haber sido circuncidado. Judas y Silas exhortan y animan a los hermanos. Pasado cierto tiempo y ya cumplida su misión, Judas vuelve a Jerusalén y Silas, en cambio, se queda en Antioquía de Siria junto a Pablo y Bernabé.

A partir de ese momento Silas aparecerá siempre al lado de Pablo, testimoniando así la aprobación de los Doce Apóstoles al apostolado de Pablo. Recorren Siria y Cilicia animando a los cristianos. En Listra se les une Timoteo y en todas partes promulgan el Decreto del Concilio de Jerusalén, para lo cual la presencia de Silas es el mejor testimonio. Recorren la Frigia y la Galacia y por la Misia llegan a Tróade. Allí embarcan para pasar a Europa.

En Filipos son víctimas de una demostración hostil por haber sanado a una pobre esclava posesa, quien con sus adivinaciones procuraba buenos beneficios a sus amos (Hechos 16:16-21). Los lictores romanos mandan azotarles y los ingresan en la cárcel sin previo juicio. Como los tres eran ciudadanos romanos, los pretores romanos se ven obligados a pedirles perdón (Hechos 16:38-39).

Resulta muy extraño que los amos de la esclava posesa, los acusadores de Pablo, Silas y Timoteo, no aleguen en ningún momento motivos económicos, sino que basan su alegato contra ellos en que los tres eran judíos y que predicaban unas costumbres que ellos, por ser romanos, no podían practicar. Los dueños de la esclava alegaban que Pablo, Silas y Timoteo eran judíos, desconociendo su ciudadanía romana. Por aquel entonces los romanos toleraban las religiones existentes en los países conquistados, pero la inducción de éstas en otros lugares del Imperio estaba sometida a ciertas normas. De ese modo la acusación contra ellos tres quedaba convertida en una acusación de proselitismo; es decir, que intentaban hacer adeptos entre los romanos para su nueva religión.

Y para que el contraste sea más notorio con la historia de la liberación por parte del espíritu, Lucas nos señala en Hechos de los Apóstoles que echaron a la cárcel a Pablo, a Silas y a Timoteo y ordenaron al carcelero que los guardara con todo cuidado (Hechos 16:23). El carcelero, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó sus pies al cepo (Hechos 16:24). A pesar de la situación en que ambos se encuentran, dolidos, encadenados y apresados, se dirigen al Señor en oración de alabanza (Hechos 16:25). El Espíritu Santo interviene a través de un hecho natural (un terremoto) que indudablemente tanto Pablo como Silas y Timoteo, y también Lucas, reconocen en él la intervención divina.

Todos los presos son liberados de sus cadenas y las puertas de sus celdas quedaron abiertas y, a la vista de ello, el carcelero opta por suicidarse dándose muerte con su propia espada, aún cuando ningún preso se ha fugado de la cárcel. Pablo, Silas y Timoteo, que han observado lo ocurrido, impiden al carcelero quitarse la vida y entonces el carcelero se hace traer una lámpara, saca de la celda a los tres, y les pregunta qué debe hacer para salvarse, ya que reconoció por lo ocurrido que esos dos encarcelados son los auténticos enviados de Dios (Hechos 16:31-32).

El bautismo de la familia del carcelero se realiza a toda prisa ya que no saben si tendrán que abandonar rápidamente la ciudad. El propio carcelero les prepara una comida y les lava las heridas producidas por el castigo (Hechos 16:31-32).

Cuando los lictores informan a los pretores, sus jefes, acerca de lo ocurrido, éstos piden disculpas a Pablo, Silas y Timoteo por lo ocurrido y les ruegan con toda cortesía que abandonen la ciudad. Los tres abandonan la ciudad, no sin antes despedirse de sus nuevos hermanos y de animarles en el seguimiento y en la perseverancia en la fe (Hechos16:39-40).

Pablo, Silas y Timoteo llegan a Tesalónica, la actual Salónica griega, y allí sufren otro alboroto de parte de los judíos, del que salen con bien gracias a que Jasón, el dueño de la casa donde se hospedaban, pagó una fianza por ellos (Hechos 17:8). Otro tanto les ocurre en Berea, por la que Pablo sale en dirección a Atenas y quedan solos Timoteo y Silas (Hechos 17:14).

Como Pablo deseaba que ambos se reunieran con él lo antes posible (Hechos 17:15), Silas y Timoteo se reunieron con Pablo en Atenas y desde allí Timoteo fue enviado a Tesalónica y Silas a Berea. Los tres volvieron a reunirse en Corinto al final de esos viajes.

Se sabe que Silas pasó el resto de su vida en Europa y que falleció en Macedonia. Su festividad litúrgica se celebra el día 13 de julio de cada año. Sus reliquias fueron trasladadas en el año 691 a la Catedral de Therouanne, en la región de Calais, al norte de Francia, donde fueron veneradas hasta la destrucción de la Catedral en 1553 por Carlos V, el rey español que conquistó esa región. En la actualidad dicha Catedral ostenta el nombre de Catedral de Saint Omer.

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