Viernes, 26 de abril de 2024

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Sexo a granel

por César Uribarri

Peter Seewald: Con ocasión de su viaje a África en Marzo de 2009, la política del Vaticano acerca del SIDA una vez más se convirtió en objetivo de la crítica mediática. El veinticinco por ciento de todas las víctimas del SIDA en el mundo están siendo actualmente tratadas en instituciones católicas. En algunos países como Lesotho, por ejemplo, la estadística llega al 40 por ciento. En África usted afirmó que la enseñanza tradicional de la Iglesia ha probado ser el único modo seguro de detener la extensión del VIH. Algunos críticos, incluyendo algunos críticos desde sectores eclesiales, objetan que es una locura prohibir a la población de alto riesgo el uso de condones.

 

Papa: La cobertura de los medios ignoró completamente el resto del viaje a África a causa de una simple afirmación. Alguien me había preguntado por qué la Iglesia Católica adopta una posición irreal e ineficaz respecto del SIDA. En ese momento, realmente sentí que estaba siendo provocado, porque la Iglesia hace más que nadie. Y mantengo esa afirmación. Porque es la única institución que asiste a la gente de modo cercano y concreto, con prevención, educación, ayuda, consejo y acompañamiento. Y porque no se queda atrás en tratar a muchas víctimas de SIDA, especialmente niños con SIDA. Tuve la oportunidad de visitar uno de estos lugares y de hablar con los pacientes. Esa era la respuesta real: La Iglesia hace más que nadie, porque no habla desde el tribunal de los periódicos, sino que ayuda a sus hermanos y hermanas donde realmente están sufriendo. 

En mis afirmaciones no estaba haciendo una declaración general acerca del tema del condón, sino que simplemente dije, y eso es lo que causó gran ofensa, que no podemos resolver el problema distribuyendo condones. Ha de hacerse mucho más. Hemos de estar cerca de la gente, hemos de guiarles y ayudarles; y hemos de hacer esto tanto antes como después de que contraigan la enfermedad. De hecho, ya sabe usted, la gente puede conseguir condones cuando quiera de todos modos. Pero esto simplemente muestra que los condones solos no resuelven la cuestión misma. Ha de ocurrir algo más. Mientras tanto, el mismo ámbito secular ha desarrollado la así llamada teoría ABC: Abstinencia, Fidelidad, Condón, donde el condón es entendido sólo como el último recurso, cuando los otros dos fracasan. Esto significa que la exclusiva fijación en el condón implica una banalización de la sexualidad que, en definitiva, es precisamente el origen del peligro de la actitud de no ver ya la sexualidad como la expresión del amor, sino sólo como un tipo de droga que la gente se administra a sí misma. Esa es la razón de que la lucha contra la banalización de la sexualidad sea parte de la batalla por asegurar que la sexualidad sea tratada como un valor positivo y para hacerla capaz de tener un efecto positivo en el conjunto de la persona humana. Puede haber una base en el caso de algunos individuos, como quizá cuando un hombre que se dedica a la prostitución usa un condón, en que esto puede ser un primer paso en la dirección de una moralización, una primera asunción de responsabilidad, en el camino hacia la recuperación de la consciencia de que no todo está permitido, y de que uno no puede hacer todo lo que quiere. Pero no es este realmente el modo de afrontar el daño de la infección por VIH. (Ese modo) realmente sólo puede estar en una humanización de la sexualidad.

Peter Seewald: Está usted diciendo, entonces, que la Iglesia católica de hecho no se opone en principio al uso de condones?

Papa:  (La Iglesia) por supuesto no los ve como una solución real o moral, pero en casos particulares, puede haber, sin embargo, en la intención de reducir el riesgo de infección, un primer paso en un movimiento hacia un modo diferente, un modo más humano, de vivir la sexualidad".

 

 

El bueno del padre Lombardi, tal fue la polémica desatada por L´Osservatore al publicar un extracto de esto, se vio obligado a desinflarla de no mejor modo que diciendo que la noche es clara como todas las noches. Esto es, que si es clara, ya no lo es como todas las noches. Diría, “el Papa no justifica moralmente el ejercicio desordenado de la sexualidad, pero cree que el uso del profiláctico para reducir el riesgo de contagio sea "un primer acto de responsabilidad", "un primer paso en el camino hacia una sexualidad más humana", en vez de no utilizarlo exponiendo al otro a un riesgo para su vida.” Para Lombardi, ese mal menor, la bondad del preservativo para evitar un daño a la salud del otro no reforma ni cambia la enseñanza de la Iglesia, sino que la reafirma, colocándose en la perspectiva del valor y la dignidad de la sexualidad humana como expresión de amor y responsabilidad.”

 

José Manuel Vidal y Luigi Accatoli no parecen ser de la misma opinión que Lombardi. ¿Ha cambiado algo, entonces? En cierto modo algo hay: es la primera vez que autoridad tan alta de la Iglesia habla de los preservativos no despectivamente. Si bien circunscrito a una pandemia como el SIDA y a las relaciones sexuales de un “chapero” o prostituto, el Papa habla del preservativo en categoría moral –no técnica, esto es, no como solución médica- y lo hace para situarlo en la perspectiva de algo que humaniza, de algo moralmente mejor. Esto es lo desconcertante. Lo gordo. Lo novedoso. ¿Por qué? Porque entiende el Papa que se produce un inicio de humanización de las relaciones sexuales por parte de quien banalizando la sexualidad usa el condón para evitarle el contagio del SIDA al objeto de su placer, pues ya no todo es válido, hay algo en el otro que salvar, lo que supone una “rehumanización” donde ya no todo es banal. Es decir, siendo moralmente reprobable esa relación sexual, que ve al otro como objeto, al menos se le humaniza en cuanto se le quieren evitar males mayores. Una especie de “algo es algo”.

 

A este respecto se preguntaba un comentarista de esta noticia:

 

Y si una prostituta hace menos mal en usarlo para no contagiar, porque eso añadiría un pecado contra la vida del otro, ¿no haría también menos mal si lo usara para no contagiarSE, puesto que poner en peligro la vida PROPIA también es pecado? ¿Y si, en lugar de prostituta, es un adolescente que sale de marcha el sábado? ¿No hará menos mal en usar el preservativo, para no contagiarse? ¿Dónde ponemos el límite? ¿No estaremos empezando a bajar por la pendiente resbaladiza de la inmoralidad?” 

 

Preguntas todas ellas válidas. Abierta la espita, como decía Vidal, se acaba abriendo la puerta. De hecho el comentarista de antes terminaba diciendo: “Nunca está justificado usar un medio malo para un fin bueno. Si una prostituta no quiere añadir el contagio a su acto inmoral, que no lo realice, y que no engañe. Ésa es la doctrina de la Iglesia. Por cierto, el preservativo no previene totalmente el contagio del SIDA. No lo hace 1 de cada 6 veces. Justo lo mismo que una ruleta rusa. Que no se nos olvide.”

 

Es este un tema complejo que reclama entender, al menos, lo que piensa el Papa. Pero lo cierto es que a la luz de lo afirmado a Peter Seewald podría deducirse que Benedicto XVI comparte los siguientes principios:

 

1º En el acto sexual en el que se banaliza el amor, se cosifica al otro, llegando a convertirlo en una droga que se necesita para la propia y enfermiza satisfacción, no todo está permitido. Velar, entonces, por evitar males mayores al otro, como evitar contagiarle de SIDA, es reducir la maldad del acto –en cuanto inicio de humanización de la relación, que ya ve enfrente a una persona- y, por tanto, es moralmente mejor.

 

2º Si no hay banalización del amor y la relación sexual es conyugal, matrimonial, el preservativo hace inmoral un acto bueno. ¿Siempre? En aplicación del principio anterior me temo que se abriría la puerta para permitir el preservativo en algunos casos peculiares –de entrada el SIDA y a continuación la larga casuística de patologías varias-.

 

En virtud de estos dos principios entiendo que la afirmación del Papa respecto del “chapero” y la humanización de la sexualidad con el uso del condón moralmente validaría también su uso en todos los casos que planteaba el anterior comentarista. De hecho tengo cierto convencimiento de que la teología moral al llegar a la inevitable casuística aplica estos principios la mayoría de las veces. Lo novedoso radica en que nunca hasta ahora los había verbalizado un Pontífice.

 

¿Dónde está el problema? En su necesidad y su conveniencia. Me explico. ¿Se pretendía por parte del Papa reafirmar la humanidad de una Iglesia tachada de injusta e inhumana por parte de unos organismos internacionales que la están acorralando? ¿O se pretendía más bien, por parte del Papa, sanar las heridas mediáticas que no le fueron perdonadas tras sus declaraciones sobre el condón en su viaje a África? Sinceramente no parece que ni una ni otra. Más bien el Papa quería reafirmar el papel único e irrepetible de la Iglesia como única institución que sigue al pie del cañón con los enfermos de SIDA, de modo integral e incondicional. Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, hacer personalmente pública una postura que ya elevaran en su día el Cardenal Tettamanzi o el mismísimo Mons. Martínez Camino no hace muchos años, siendo todavía simple sacerdote.

 

Por tanto, parece que el problema de tales declaraciones es, principalmente de conveniencia. Y conveniencia desde dos perspectivas:

 

1ª en cuanto que es esta una época de pansexualismo, de sexo a granel, de sexo como realización de la persona, de sexo como divertimento único, de sexo como monográfico audiovisual, hablar positivamente del condón ¿no implica justo lo contrario de lo que se quiere: no reafirmar la vinculación entre sexo y amor, entre sexo y responsabilidad, entre sexo y compromiso, decir que esto es jauja? Desgraciadamente sí.

 

2ª en cuanto que las organizaciones internacionales que promueven la “condonización” del tercer mundo como medio para luchar contra el SIDA, lo hacen con el control del dinero y del marketing, y se sabe que para estas organizaciones el preservativo no es sólo el medio por excelencia, sino el único para combatir el SIDA, y que ésta promoción del preservativo no pretende sólo combatir el SIDA sino principal y evidentemente establecer un auténtico control de la natalidad con fines proabortistas y eugenésicos, ¿no implica justo lo que no se quiere: posicionarse ante los medios en frente de los débiles y renunciar a los principios éticos que hasta ahora ha defendido la Iglesia de la dignidad de la persona? Desgraciadamente sí.

 

Por tanto, ante tal polémica creo positivo y conveniente no que Lombardi enrede aún más el problema, dando alas a nuevas polémicas, sino que el Santo Padre, magisterial y solemnemente, se pronuncie sobre esto. En concreto, sobre la moralidad, o no, del uso de los profilácticos en los casos de mal menor y cuáles sean o cómo se reconozcan éstos; que reafirme la enseñanza magisterial de la Humanae Vitae y, paralelamente, defina esas medidas por las que entendía que la Iglesia pueda favorecer esa humanización de la sexualidad y esa tolerancia para con los débiles en tales lides, sin menoscabo de la Verdad que debe defender. Considero que no hacerlo dará nuevas alas a la duda sobre lo bueno y lo malo, en unos tiempos tan azotados por ella.



x     cesaruribarri@gmail.com

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